Muchos opositores se preparan para un choque ideológico programático. Han entendido la designación de Guido Bellido, por parte de nuestro insondable presidente y de su socio Vladimir Cerrón, como la invitación a un duelo fatal antes del 28 de agosto. Para eso están escogiendo sus armas: si la negación de la investidura, si las interpelaciones sistemáticas, si la vacancia.
Pero esa preparación es propia de quien enfrenta una estrategia como la que anunció el congresista Guillermo Bermejo en un evento de Perú Libre el jueves pasado: “se cerrará el Congreso si no les gusta ningún Gabinete”. Sin embargo, fuera de que cuesta llamar estrategia a semejante bravuconada, tampoco podemos tomarla por el punto de vista de los hombres instalados en Palacio, Castillo y Bellido.
Una vez gobernando, han entrado a tallar otros mecanismos que impelen a cierta estabilidad: los planes del MEF absolutamente ajenos a Vladimir Cerrón y Perú Libre (PL), la vacunación liderada por el independiente Hernando Cevallos, el propio afán de copamiento en los ministerios que PL pretende controlar. Más allá de esas razones prosaicas que relativizan las bravuconadas, tampoco creo en una ‘estrategia de choque’ hasta las últimas consecuencias, porque Castillo reposa sobre un ánimo que no es ideológico sino vaga e improvisadamente reivindicativo.
Lo que quiero decir se sustenta en gestos como este: Castillo y Cerrón han coincidido, al diseñar el Gabinete, en dar preeminencia a ministros de origen andino, completando, por primera vez en nuestra historia, un Gabinete con mayoría regional. 11 de 19 ministros, empezando por Bellido, vienen directamente de trabajar en regiones. Ese solo hecho me resulta más elocuente que las patanerías de Bermejo, los tuits de Cerrón y las escaramuzas de Bellido con sus entrevistadores.
El choque que se esboza y promueve, pues, en gestos como el armado del Gabinete y en la introducción del mensaje del 28 de julio cuando Castillo leyó su versión de la ‘idea crítica’ del Perú prehispánico cuya armonía y pureza fue quebrada por el imperio; es otro. La idea crítica puede asimilarse al antimperialismo de la izquierda del siglo pasado en la que quedó estancado PL; pero también a la reivindicación étnica, descentralista, cultural y antidiscriminatoria embalsada por décadas y enervada durante la pandemia, y que puede ser canalizada desde el centro.
El choque de poderes del Estado es más coyuntural y los parlamentarios tienen que asumirlo con el juicio que escaseó en sus predecesores. Pero el otro choque, el reivindicativo, ese no hay por qué enfrentarlo. Si las reivindicaciones son justas, se deben atender. La oposición, simplemente, debe cuidar que el oficialismo no las use de barajo y trampa.