El Estado es un aparato para gobernar y para engañarse a sí mismo. Se toman ciertas decisiones solo para calmar el ansia de no decidir nada hasta que es muy tarde y las restricciones drásticas se imponen por su propio peso, porque no queda otra que allanarnos a la realidad ante la que nuestro Estado no nos protege: se (auto) engaña y nos engaña.
Esta es mi percepción ahora mismo ante la débil acción frente a la segunda ola. Medidas débiles (disminución de aforos) u oblicuas por su eficacia indirecta y difícil de establecer (cierre de playas, restricciones vehiculares) son absolutamente insuficientes frente a la tendencia hacia una trágica escalada de contagios y muertes que ya ha prácticamente saturado la capacidad de atención de casos graves.
En realidad, la estrategia más eficaz –y por eso hay que apoyarla– es el miedo. La sola mención de una ‘segunda ola’ apunta a eso y hubiera sido mejor mentarla antes. Las facilidades que el Minsa y Essalud dieron a la prensa para obtener imágenes de salas UCI y testimonios de jóvenes que fueron entubados y sobrevivieron son una estupenda campaña de comunicación preventiva. Nos provoca el pavor bajo cuyo influjo acatamos las reglas. O, al menos, prometemos acatarlas y cancelamos la reunión o salida inútil que pensábamos hacer, limitándonos a las obligaciones de la chamba.
Al epidemiólogo Antonio Quispe y sus pronósticos de mal agüero no lo critico, lo aplaudo. Confirma que es mejor prevenir asumiendo el peor augurio, que dejarnos arrastrar irresponsablemente por el ‘wishful thinking’ sin base científica o con cuadros y curvas hechas a la medida de nuestros deseos.
Por todo esto, quiero ponchar un gran cuentazo y poner un ejemplo pedagógico: el Gobierno ha creado un sistema de indicadores y alertas que, cuando pasan de un grado de gravedad a otro, restringen los aforos. Esto tiene sentido en espacios de alta circulación, como centros comerciales. Pero reto a un lector a que encuentre a un epidemiólogo que diga que en los restaurantes la principal variable de contagio es el aforo.
¡No lo es! En los restaurantes, el principal riesgo de contagio no está entre una mesa y otra, sino en cada mesa en la que se juntan amigos de distintos entornos, sin distancia, sin mascarilla y produciendo aerosoles al hablar y reír. Para quien camina por la calle, ver estas escenas diarias es la mejor invitación al relajo pandémico que nos ha llevado a la segunda ola. Señores del Gobierno, si de veras quieren salvar vidas, no nos engañen: entre otras medidas, cierren la atención en salón y promuevan el delivery para todo tipo de servicios, que es buen generador de empleo transversal en todos los sectores y niveles socioeconómicos. ¡Y preparémonos para una cuarentena corta!