Cuando el puesto de poder es incompetente, pocos tienen el deseo de alcanzarlo. Los jóvenes deberían percibir el más alto puesto de autoridad de nuestra nación como un símbolo de grandeza e inspiración. Sin embargo, la realidad actual está lejos de esta percepción. La jefa del Estado enfrenta una desaprobación del 89,2%, según una encuesta de CPI presentada por RPP.
En este contexto, muchos jóvenes esperamos que el mensaje de la presidenta Dina Boluarte este domingo no sea solo un discurso protocolar y moralista, sino un reconocimiento de la crisis actual y una demostración real de cambio.
En mi caso, me encuentro con un deseo iluso y optimista de atestiguar en vivo la histórica renuncia de nuestra mandataria. Sin embargo, creer que esta acción solucionaría todos los problemas de la nación es tan vacío e ingenuo como lo serán sus promesas.
Nos encontraremos en una situación similar a la atribuida a Raimondi: viendo a Dina como una mendiga sobre un banco de oro. Y es que, desde nuestra experiencia un tanto primeriza en la formalidad laboral, nace en nosotros un nuevo malestar: el descarado robo de nuestro dinero por parte de la corrupción.
Cantidades que deberían ser destinadas a mejorar nuestras vidas terminan directamente en los bolsillos de los más ‘puros’ gobernantes, los elegidos de Dios. Era cierto, y aquí estamos, pagando sus bancos de oro. ¿Cómo escuchar sus discursos sin pensar en eso?
Sabemos que del mensaje a la nación saldrán titulares caracterizados por la polémica. Allí nada nuevo. Y, aunque el Perú no esté en paz, sigue clamando por ella, con la esperanza incansable de una juventud a la que le toca heredar este grito eterno.