Tras el reciente fallo judicial que acogió el hábeas corpus de la señora Nadine Heredia contra la investigación por lavado de activos que se le sigue, en el gobierno se respira un aire de desahogo y desplante triunfalista. El presidente Humala sonreía hace unos días desde Bélgica, convencido aparentemente de que a partir de ahora ya no habrá problemas con las visas (ni la Shengen ni la Platinum), y los integrantes de la guardia afelpada de la primera dama la han emprendido sin tapujos contra el fiscal Ricardo Rojas, responsable de la reapertura de la referida investigación (“vieja chismosa”, lo ha llamado, por ejemplo, el congresista Josué Gutiérrez). Pero en algún momento alguien tendrá que hacerle notar a la pobre gente de Palacio que la dimensión más seria del problema que los ha perseguido durante las últimas semanas no ha desaparecido.
Escudos abajo
Nadie niega que sacarse una amenaza penal de encima supone siempre un alivio. Pero, aparte de que el fallo judicial que lo ha permitido tiene una apelación pendiente, es obvio que lo que dejó a la primera dama con un 18% de aprobación en la última encuesta de GFK no fue el legajo que agitaba el magistrado Rojas. Lo que ocurre es que el cúmulo de datos inquietantes que han salido a la luz o han sido recordados desde que este enojoso asunto volvió para atormentar a la presidenta del partido de gobierno ha terminado de corroer la corteza de credibilidad y esperanza que la protegía. Y ese es un proceso muy difícil de revertir.
Hace unos días el legislador oficialista Fredy Otárola lanzó la hipótesis de que actualmente se ataca sin misericordia a la esposa del presidente por la posibilidad de que encabece la lista parlamentaria por Lima del humalismo en las elecciones del próximo año. Su teoría, sin embargo, tiene un defecto: a la señora Heredia se la atacó con igual intensidad casi desde el principio de esta administración. La diferencia es que ahora los ataques no rebotan como antes contra la corteza de la que hablábamos líneas arriba, sino que impactan de lleno en el objetivo.
En las películas de ciencia ficción hay siempre un momento clave en el que el escudo de fuerza que protege la ‘estrella de la muerte’ (El retorno del Jedi) o la nave nodriza de los invasores (Día de la Independencia) cae y el fuego hostil por fin alcanza el blanco ansiado. Pues bien, eso es exactamente lo que ha sucedido en este último mes con la primera dama.
¿No era acaso posible hace dos años hacer la ecuación entre el vestuario afiebrado y en permanente renovación que lucía en todas sus presentaciones públicas y los discretos ingresos de la sociedad conyugal que integraba? Por supuesto que sí. Y sin embargo, casi nadie se tomaba el trabajo de hacerlo porque, en el estado de gracia en el que vivía por aquel entonces, la observación no le habría hecho mella. Ahora que sus escudos han caído, en cambio, toda cartera que use puede ser utilizada en su contra; y ni se diga del efecto letal que tienen sobre ella los foscos manejos financieros del dinero que llegó para el nacionalismo de Venezuela y sobre el que ya no quiere que se le pregunte.
El diluvio que viene
Así las cosas, alegrarse pensando que el refugio legal obtenido con el hábeas corpus la pone a salvo de la tormenta política en que está envuelta es tan pueril como la creencia, común entre los niños de corta edad, de que taparse los ojos equivale a esconderse. Cubrirse los ojos, como se sabe, solo impide ver la realidad que uno tiene delante. Y ese el tipo de negación festiva que, seguramente, se seguirá cultivando en Palacio durante los próximos días. Hasta que aparezca, claro, la próxima encuesta.
(Publicado en la revista Somos el sábado 13 de junio del 2015)