El célebre escritor norteamericano Ernest Hemingway (1899-1961), Premio Nobel de Literatura en 1954, publicó en 1952 un libro titulado El Viejo y el Mar. En la página 10 de la versión española de esta obra se lee lo siguiente:
“Todo en él [en el viejo pescador] era viejo, salvo sus ojos; y éstos tenían el mismo color del mar y eran alegres e invictos.”
La vejez de los ojos, como la del cuello y la de las manos, es inconfundible. Por ejemplo, si una mujer de 50 años nos dijese que tiene 38 ó 40, entonces bastaría verle los ojos, el cuello y las manos (en ese orden) para saber que miente.
Los viejos con ojos jóvenes, o con cuello joven, o con manos jóvenes, no existen. Y la equivocación es de tal evidencia que no necesita de pruebas; o lo que es lo mismo, la equivocación es flagrante.
En pareja equivocación incurrió Tiziano Vecellio, nacido en 1490, aproximadamente, y muerto en 1576, a los 86 años de su edad. En un autorretrato de 1562 y en otro de 1567 se le ve con ojos jóvenes, a pesar de que el gran pintor tenía setenta y tantos años cuando hizo esas representaciones de sí propio.
No se aprecian en ellas tres características oculares de la vejez:
1) la anoftalmía senil o hundimiento del ojo.
2) la ptosis palpebral senil o caída palpebral senil, y
3) la pérdida de brillo o diafanidad de la mirada (el empañamiento de los ojos senescentes es notorio).
Respecto al sentido de la vista, se advierte en la persona senescente y con cuanto mayor razón en la senil, una disminución de los campos visuales y de la agudeza visual, e igualmente de la capacidad de adaptación a la obscuridad y de la capacidad de discriminación cromática.
Los ojos identifican absolutamente a su dueño. En efecto, hasta ahora no se ha hallado ni un solo ser humano que tenga un par de ojos exactamente iguales a los de otro ser humano. Antes se creía que ocurría lo mismo con las huellas dactilares, pero la ciencia ha desautorizado esa creencia, puesto que se han descubierto seres humanos distintos pero con las mismas huellas dactilares. Además, éstas se pueden falsificar –ya hay pruebas al respecto–; en cambio, los ojos son infalsificables.
En cuanto al envejecimiento –no sólo el de los ojos–, conviene distinguir la edad cronológica, la que indica el calendario y consta en nuestro DNI, y la edad arterial, la de nuestras arterias.
Un individuo cuya edad cronológica sea, por ejemplo, de 50 años, lucirá joven y lozano si su edad arterial es de 40; pero si es de 60 se le verá prematuramente envejecido.