La trigésimo tercera convención minera Perumin 2017 congregó nuevamente a los principales actores del sector. Diversos anuncios auguran un nuevo impulso para la actividad minera, contraída en años recientes.
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Un reporte de Juan Saldarriaga, publicado en El Comercio el 22 de este mes, presenta los principales componentes de lo que sería para el Perú un nuevo boom minero. Citando al presidente de la Sociedad Nacional de Minería Petróleo y Energía (SNMPE), Luis Marchese, Saldarriaga indica que “la caída de la inversión minera alcanzó su punto de inflexión el año pasado y ahora luce indicadores que proyectan una mejoría para este 2017 y el 2018”.
Otro aspecto importante son los buenos precios internacionales de los minerales que produce el Perú. Según Saldarriaga, “el rojizo cobre y el azulado zinc, son los que tienen mejores perspectivas de precios”.
Entre los principales proyectos a reactivarse en el próximo bienio destacan la ampliación de Marcona (Ica), Toromocho (Junín) y Toquepala (Tacna) y la puesta en marcha de Quellaveco (Moquegua) y Mina Justa (Ica).
El Marco Macroeconómico Multinanual 2018-2021, elaborado por el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF), comparte dicho entusiasmo. Estima que la inversión privada crecerá 3,5%, “luego de cuatro años de contracción, y en un contexto de mejores precios de los metales y avance de importantes proyectos de infraestructura y mineros”. Para propiciar este escenario, ha sido clave “un marco normativo más ágil, tanto para la obtención de predios como para la aprobación de permisos ambientales”, lo que “permitirá reiniciar el círculo virtuoso de mayor inversión-empleo-consumo”.
Álvaro Roncal, de Semana Económica, es algo menos optimista: habla, más bien, de un “miniboom”. Roncal, que identifica “un desfase entre las expectativas del gobierno y las de las mismas empresas”, precisa que, “en el escenario más optimista, al 2022 diez proyectos comenzarán a operar, con una inversión total de US$15.740 millones”. La esperanza parcial de Roncal se basa en la composición de esta cifra: “tres son ampliaciones de minas existentes; el resto incluye proyectos suspendidos en el pasado por conflictos sociales”.
Sea un boom similar al del primer lustro de este milenio o uno de menores dimensiones, lo cierto es que existe una innegable recuperación del sector. ¿Cómo asegurarse que tan promisorio escenario no sea opacado por las recurrentes quejas sobre la llamada “permisología” o la presunta actividad de grupos antimineros? ¿Cómo lograr que el legado de la minería sea imperecedero y se traduzca en poblaciones que defienden y preservan el bienestar que la minería produce? ¿Cómo convencerse que el Estado de derecho no es sinónimo de represión indiscriminada? ¿Es posible pensar que, muchas veces, el peor enemigo de la minería pueda ser el propio sector minero?
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