Un colegio y la comunidad donde se ubica logran relacionarse cuando comparten problemas y adoptan soluciones. Desde el 2006, los profesores y directivos de la institución educativa Alfredo Tejada, ubicada en el distrito de Soritor (provincia de Moyobamba), obtuvieron un crudo diagnóstico de su situación: de los casi 800 alumnos, al menos 40 desertaban cada año, y casi todos porque eran llevados por sus padres para trabajar en las chacras y campos ganaderos.
Al mismo tiempo, Soritor, un distrito cálido y donde abunda la vegetación, comenzaba a sentir los estragos ambientales causados por la depredación; muchos bosques eran talados precisamente para abrir campos para sembrar y criar animales. Había graves problemas dentro y fuera del colegio.
Cuenta Amir Encina, subdirector del plantel y uno de los artífices del notable cambio, que junto con otros profesores y padres de familia se decidió a buscar una alternativa que fuera sostenible, que aplacara las necesidades con el conocimiento y que redundara del colegio a la comunidad y viceversa.
Se decidió, como primer paso, crear en el colegio un vivero de árboles frutales y maderables, el cual fue manejado por los alumnos no como un hobby ni un castigo, sino como parte de su currículo.
“Esto atrajo a abejas y mariposas. Tuvimos que crear un taller de apicultura y un mariposario”, cuenta Amir en el recorrido por los senderos frondosos de este enorme y hermoso colegio. Como tenían tantas abejas y ya sabían trabajar en este campo, comenzaron a envasar miel y a procesar cera. Luego optaron por la venta. Al mismo tiempo, con los árboles del vivero, reforestaron el colegio y después sus alrededores.
Como los directivos del colegio vieron que para los alumnos no había nada más fácil que aprender a trabajar con su entorno, subieron la valla y construyeron un vivero de orquídeas, flor característica de Moyobamba. Más tarde recibieron reses para aprender a trabajar con ganado. Y lo consiguieron.
Cuenta Amir, orgullosísimo, que el año 2014 hicieron otro diagnóstico de su situación y el resultado fue notable: de más de mil alumnos solo 22 desertaron y por causas de fuerza mayor. Había más alumnos y eran menos los que dejaban las aulas.
Muchos de estos mismos chicos, entusiastas, construyeron viveros y panales en sus casas. Otros, ya egresados, estudian veterinaria, zootecnia o ingeniería ambiental. Si antes el colegio era el que asimilaba los problemas, ahora las soluciones parten desde él.