Hace siete años una enorme pandilla tomó la Plaza de Armas de Moyobamba. En total, 3.170 personas bailaron en sorprendente sincronía al ritmo de la guitarra y el violín durante más de cinco minutos, tiempo suficiente para que la prestigiosa organización Guinness World Records los reconociera como el baile folclórico peruano más grande del mundo. Pocos saben, sin embargo, que a inicios de siglo esta danza estuvo a un paso de desaparecer.
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Como parte de la campaña Peruanos que Suman de El Comercio y el BCP llegamos a la capital de San Martín para conocer a David Landa, el hombre que impulsó la recuperación de las pandillas motivacionales.
Su acta de nacimiento indica que don David nació en Leymebamba, Amazonas; su sangre, sin embargo, es moyobambina. Heredó el amor por la ciudad de las orquídeas tanto de su padre como de su abuela, una famosa médico naturista conocida en la zona como Mamá Shofi.
Desde que era pequeño, su familia dividía las vacaciones escolares para visitar Lima y Moyobamba. “No me gustaba el ajetreo de la capital, yo prefería venir a la siempre primaveral Moyobamba”, recuerda don David.
En 1978 el caos en el que se había sumido el país a causa del terrorismo lo llevó a emigrar, asentándose principalmente en Japón, donde se convirtió en ingeniero especializado en sistemas automatizados de producción industrial.
Durante dos décadas, el ingeniero Landa se estableció en el Lejano Oriente, hasta que un día decidió volver de vacaciones al Perú. “Vine por un mes, solo por un mes. Y en Moyobamba solo pensaba estar una semana. Han pasado casi 30 años de eso”, cuenta sonriente.
El ingeniero se había encontrado con un país pacificado y mucho más ordenado de lo que esperaba. “Además, no había mucho, sino todo por hacer aquí”, explica.
Ya establecido en su amada ciudad, don David fue invitado a ocupar el cargo de subprefecto. “Era prácticamente un trabajo ad honorem porque me pagaban 800 soles pero yo gastaba más debido a que salía a visitar todos los pueblitos cercanos, quería conocerlos”, asegura.
La envidia política, sin embargo, llevó a que lo boten del cargo. Los funcionarios de entonces no querían arriesgarse a que su popularidad continúe creciendo, pese a que aseguraba incansablemente que no buscaba ocupar ningún cargo público.
“Hasta ahora me invitan a participar en diferentes partidos pero no hago política electoral, prefiero la verdadera política”, sentencia.
Sin embargo, tanto durante su paso por la subprefectura como por la oficina de promoción turística de la ciudad, a la que fue invitada posteriormente, el ingeniero notó preocupado que las pandillas, aquella enorme fiesta que tanto le gustaba ver de joven durante sus visitas a Moyobamba, no se bailaban más.
“Esta danza no se bailaba en el centro de la ciudad sino en los clubes de los barrios circundantes. Eran multitudinarios y muy populares. Así que decidí visitar esos clubes y averiguar qué había pasado. Me encontré con dirigentes que en su desesperación me pedían que se prohibieran otros tipos de fiestas porque ya nadie quería bailar las pandillas”, explica.
Preocupado, don David emprendió un viaje por la zona, buscando que los patriarcas moyobambinos le explicaran todos los detalles posibles sobre el baile. “Entre ellos me encontré a don Juan Clímaco Vela quien me dio una descripción muy clara: éramos una comunidad pequeña y muchos vivían fuera, cuando llegaba San Juan la gente volvía a su tierra, quería comerse un juane y tomarse unos macerados. De repente alguien sacaba la guitarra, otro el violín y también una quena. En un punto se volvía tan buena la fiesta que los participantes salían a la calle, unían a los vecinos y se ponían a bailar. Por eso se les llamaba pandillas”, narra don David.
El ingeniero recuerda que su entrevistado remató su historia lamentando que la fiesta se haya perdido por la llegada de tanto ‘shishaco’, la manera despectiva de referirse a los migrantes andinos. “Claro que don Juan no sabía que tenía a un shishaco al frente en ese preciso momento”, ríe.
Su investigación sobre las pandillas le terminó revelando a don David un problema más grande: la sociedad moyobambina se encontraba fragmentada debido a la transformación que había experimentado en las últimas décadas. Esto, sin embargo, le dio una idea.
“Invitamos a los colegios a participar de la siguiente pandilla, la del 2001. Y para obligarlos de forma sutil formalizamos la invitación desde el municipio. Además, me reuní con la Asociación Solidaridad Moyobambina, jóvenes muy entusiastas que prendieron la mecha. Acá tenemos cuatro barrios, así que a cada uno se le asignó una esquina de la plaza. Yo me comprometí a ponerles una umsha, la palmera tradicional de la danza, en el centro. Fue la primera vez que se plantó una umsha en la Plaza de Armas porque antes era una fiesta de las periferias”, explica don David.
Durante los días previos se corrió el rumor en los barrios sobre cómo se preparaba cada colegio, llevando a que los alumnos lleguen motivados por la competencia. El resultado dejaría a don David impresionado. “Al quinto día de fiesta se llenó un cuarto de la Plaza de Armas, era fabuloso, pensé que habíamos conseguido el objetivo. Al año siguiente, tuvimos un lleno total. ¡No lo podía creer!”, rememora emocionado.
Poco después, don David cerró su ciclo en las instituciones públicas. Sin embargo, la semilla que había logrado sembrar había caído en suelo fértil. En los años siguientes los moyobambinos competirían por obtener un lugar en la pandilla, las empresas se sumarían auspiciando cada celebración e inevitablemente aparecería alguien como Marden Navarro, un joven funcionario que propuso buscar el récord Guinness.
El ingeniero, por su parte, continuó buscando las formas de contribuir a su amada tierra. Un ejemplo fue la apertura del jardín botánico Amazonía, donde no solo tiene una de las mayores colecciones de bromelias del mundo sino que además acoge a decenas de animales rescatados. Otro es su participación en el colectivo Moyobamba 500 Años, dedicado a trabajar en iniciativas sostenibles para el desarrollo de la comunidad.
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