Los primeros rayos del sol iluminan al imponente Lago Titicaca, abriendo camino para que la lancha de don Julio Vilca llegue sin problemas hasta el puerto de Qalapakra, desde donde cada año miles de turistas se embarcan para conocer las famosas islas flotantes de los uros.
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Como parte de la campaña Peruanos que Suman de El Comercio y el BCP hemos llegado a Puno para conocer a este maestro y activista cultural que lleva décadas luchando para que la lengua original de su pueblo sea reconocida por las autoridades peruanas.
El pueblo uro es considerado uno de los primeros de América, sus orígenes según diferentes académicos se remontaría a los 1.200 a.C. o incluso hasta los 3.000 a.C. A lo largo de su historia convivieron con diferentes culturas como los Tiahuanaco, los Incas y los aymaras. Se extendieron por la meseta del Collao, que actualmente incluye a zonas de Bolivia, Chile y, por supuesto, Puno.
Destaca principalmente su dominio de la totora y las islas flotantes que desarrollaron para vivir sobre el lago Titicaca. Durante generaciones, además, desarrollaron avanzadas técnicas de pesca, caza y recolección.
“Nosotros somos parte de la flora y fauna del lago, convivimos con ella. El Sol es nuestro padre y las estrellas nuestras hermanas”, asegura Julio Vilca, mientras paramos en una de las islas de totora.
Las distintas influencias culturales, sin embargo, llevó a que el idioma que empleaban los uros se modificara muchas veces, al punto de que el Ministerio de Cultura considere actualmente que la lengua uru como tal se encuentra exista desde hace un siglo.
Vilca rechaza esta afirmación y desde hace dos décadas se ha propuesto conseguir que el uru resucite. “Desde niño me pregunté quién era, por qué vivíamos en medio del lago. Cuando tenía 5 o 6 años nos designaron como una comunidad campesina, pero nosotros no tenemos tierras ni ganado, vivimos sobre el agua. Luego se crearía la reserva nacional del Titicaca y pasaríamos a estar restringidos en nuestro propio lugar de origen”, reflexiona.
Cuando el joven Julio veía hacia una de las penínsulas encontraba al pueblo aymara, si giraba hacia la otra estaba el pueblo quechua y, finalmente, cuando tenía que ir a la ciudad predominaba el castellano. “Nosotros estamos en medio del lago. Al momento de relacionarnos hablamos sus lenguas, pero cada vez que lo sabemos se ríen de cómo hablamos aymara, quechua o castellano. Sin embargo, entre nosotros siempre nos entendimos a la perfección”, explica.
Sería recién a inicios de los noventa cuando, motivado por dos amigos antropólogos, Julio empezaría a investigar más sobre su pueblo y se sorprendería al encontrar que los uros se habían extendido más allá del Titicaca, hasta las zonas bolivianas de Chipaya, Oruro y La Paz.
En 1992 se produjo el primer encuentro de este pueblo en Chipaya, creando en consecuencia la Nación Originaria Uru. Desde entonces, los pueblos uru se han reunido en cuatro ocasiones, incluyendo un encuentro entre maestros con el fin de fortalecer la enseñanza de su cultura.
“Para consolidarnos como nación y como cultura necesitamos nuestra propia lengua. En Bolivia los uros son reconocidos desde 1983 como una de las 38 naciones originarias, acá recién en el 2018 nos reconocieron como pueblo originario y ancestral. Además, el uru-chipaya es reconocido como idioma desde el 2005 por los bolivianos. En nuestro caso seguimos luchando por eso”, lamenta don Julio, quien entre el 2015 y el 2018 trabajó de la mano de la entonces alcaldesa de la comunidad, Rita Suaña, en llevar la enseñanza del uru a las escuelas locales.
El proyecto tuvo que paralizarse por falta de presupuesto, pero don Julio continuó en su lucha. “Ha sido un trabajo largo pero considero que ya existe un nivel de consciencia e identidad en los jóvenes. Ahora queremos entrar al Mapa Lingüístico del Perú, ya estamos terminando nuestro diccionario, hemos identificado cientos de palabras, elaboramos poesías y canciones junto a los alumnos. Solo queremos que el Ministerio de Cultura nos diga cuáles son los requisitos para poderlos cumplir”, anuncia el docente mientras la esperanza inunda su rostro.
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