¿A dónde? ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿para qué?, ¿que renuncie Dina o que el Congreso haga el adelanto?¿quién convoca a la constituyente? Preguntas que deja abiertas la narrativa que más flotó en la marcha del miércoles 19 de julio, el ‘queremos que se vayan todos’ (QSVT).
Se trata, en realidad, de una narrativa paraguas, de una consigna que la podían corear muchos manifestantes que discrepan en otros temas, como la reivindicación de Pedro Castillo o la convocatoria a una asamblea constituyente. Sin embargo, ya pasamos por eso en una coyuntura en la que incluso, el Ejecutivo tenía un proyecto al respecto y el Congreso hizo una primera votación exitosa. Era una narrativa unánime que buscaba abrir el terreno de caza para los relatos de nuevos candidatos. Tal era su unanimidad, que había cierta despreocupada sensación de que las preguntas abiertas se responderían solas en el camino. Al menos, el cómo y el quién se iba primero, estaban claros. Había una ruta legal esbozada por los protagonistas.
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Ahora, el QSVT es un reclamo que empieza y termina en la calle, con sus múltiples intersecciones y sentidos opuestos. Dina lo descarta y el Congreso da multipartidarias señales de querer quedarse a pesar de todo. De ahí que, cuando se oye o lee la consigna/narrativa de queremos que se largue todo el elenco; da la impresión de forzar un ánimo común y junto con él la unidad que sería imposible si se mete a Castillo y la asamblea constituyente en el debate.
Todas las encuestas -la última de CPI da 14.4% de aprobación para Dina y 5.9% para el Congreso- coinciden en el rechazo a los poderes decisorios. Pero ello no es un endoso automático al adelanto de elecciones en manos indeterminadas y con una ruta traumática. Es una narrativa que mezcla antis sin ton ni son, perdiendo consistencia.