Lozana, guapa mestiza euroandina, graduada en La Sorbona de París y criada en Andahuaylillas (su madre, Gabrielle Frisch, fue una mochilera francesa que llegó al Cusco a fines de la era de acuario y se templó del campesino y profesor Marcelino Mendoza), política dialogante aunque se le tensen los músculos faciales cuando pronuncia el vocabulario de ONG; Verónika es la mayor promesa del Frente Amplio de izquierda.
Esa retórica oenegera le da un relente de chiquivieja, pero, si el frente la proclamara y modulara su antiextractivismo, un ‘training’ mediático podría convertirla en la versión andina de Pablo Iglesias, el español de Podemos. Tengo todo este combo en la cabeza, cuando le digo: Un amigo me dijo que le pareces una política muy interesante, pero le da pica cuando te oye pronunciar ‘empoderar’ o ‘visibilizar’ [lo del amigo es truco, en realidad soy yo que la veo así], ¿por qué ese lenguaje?: “Esa fue una razón, probablemente, por la que mi primera militancia fue en el nacionalismo, donde se podía experimentar un nuevo lenguaje, y no en un partido de izquierda. Es un obstáculo a superar. Sí, es pesado el lenguaje. Entre nosotros nos hacemos un poco de bullying para salir del corset”. Y se ponen plazos y acuerdan: ‘consolidaremos nuestra habla popular’, digo. Verónika es aun más simpática cuando ríe.
¡CONGA PODRÍA IR!La congresista base 3 renunció en junio del 2012 al oficialismo porque sintió, como toda el ala izquierda del gobierno, que sus proyectos no iban a tono con la nueva ruta. Sí que se pone dura cuando habla de sus ‘ex’: “Ahorita no sé qué es el nacionalismo, se ha diluido como partido, como proyecto político, lo que quedan son portátiles de unos y otros”.
La soledad partidaria no la llevó a meterse de pies y cabeza a otra tienda. Prefirió orbitar la izquierda y fundar, con otros jóvenes satelitales, el movimiento Sembrar. Sus ideas sobre el extractivismo y su proyecto legislativo sobre el ordenamiento territorial –“identificar las potencialidades del territorio que son múltiples y a veces se superponen, pueden ser actividades extractivas, agricultura, turismo, áreas de conservación; y democráticamente evaluar qué conviene más; o sea, la sociedad civil, las autoridades, en un diálogo, decidir lo que conviene al desarrollo regional”, me explica, uf– no comulgan con el resignado pragmatismo proextractivo de los ‘viejos por el cambio’ de Siomi Lerner.
Todo esto lleva al asunto de la edad y la tesis del obligado recambio generacional de la izquierda preconizada por Levitsky. ¿Viejos a la tumba, jóvenes a la obra?, pregunto a Verónika: “Sí creo en la necesidad de renovar radicalmente la clase política y la política [...]. Izquierda, derecha y centro están divorciadas de la gente”. Hay jóvenes dinosaurios, digo para equilibrar. “No creo que sea un tema etario. Hay jóvenes base 2 acomodados a las viejas prácticas caudillistas, ‘aparateras’, ‘cuoteras’, de la política tradicional; como también hay gente mayor que tiene capacidad de cuestionarse”. Le recuerdo que aparece en un spot con Hugo Blanco, ¿un joven tiranosaurio rex? “Nadie nos va a creer, pero Hugo Blanco pasaba por ahí mientras filmábamos el spot. Lo juro”.
Lo del ordenamiento territorial es un buen tema para discutir. ¿No hay una voluntad de excluir regiones de actividades productivas antes que abrirles un abanico? “No es eso [...] Ahora es una oficina en Lima la que decide. Hay la obligación de planificar, de evaluar distintas variables”. ¿El Ejecutivo podría vetar una decisión regional que le parezca lesiva a un plan de desarrollo nacional? “No tendríamos que ponernos en ese escenario del veto, si promueves un adecuado proceso de diálogo”. Si Cajamarca dice ‘no minería’, ¿el gobierno tiene que respetar eso? “Tendría que evaluar los argumentos, si son sólidos y si hay otra actividad que me genera una renta importante”. O sea, si la población de Cajamarca, luego de una evaluación minuciosa y de una oferta sustanciosa de los mineros, dice que sí a Conga, ¿auspiciarías ese diálogo? “No nos encerremos en un caso. Si la evaluación del Estado, el inversionista y la población está de acuerdo en que conviene la actividad extractiva, y considerando que esta dura 20 años, sí”.
O sea, Conga podría ir. ¿Cuesta decirlo, no? “Tenemos que estar abiertos a la posibilidad de que la evaluación vaya en otro sentido y se diga no, en este espacio hay otras potencialidades que quizá no me generen una renta inmediata y cuantiosa, pero en el largo plazo sí”. ¡Turismo vivencial!, ironizo, esperando alguna reacción amarga, pero Verónika es paciente conmigo y opta por una repregunta ya clásica en estos debates. “¿Y si debajo de Machu Picchu encontramos oro?”. Eso tiene una respuesta clara, le digo, pues ya está probado que por la vía del turismo nos va bien. “Y porque es un patrimonio del país y de la humanidad, y ese criterio, aunque a algún ex presidente le pueda parecer pensamiento primitivo [esa va para Alan], [es el de] comunidades para las que sus montañas y lagunas son sitios sagrados [...]. Siento que estamos imponiendo a rajatabla una única visión de desarrollo anclado en el extractivismo”. Tampoco debemos imponer, replico, la visión de ‘tú, campesino, eres el guardián de la naturaleza y abócate a ello’, cuando de pronto tiene una lógica de progreso que lo lleva a integrarse al proceso de la minería. “Sí, de acuerdo. Hay que respetar eso, pero antes hay que promover una evaluación integral”. Entonces, ¿Conga podría ir? “Podría ir, efectivamente, sin dejar de considerar que son cuatro lagunas, dos de ellas para que se conviertan en depósito de relave. Así como está planteado, no es lo mejor que la industria extractiva puede ofrecer. Si fuera cajamarquina, diría ¡qué cosa!, cuatro lagunas y dos para que sean tu tacho de basura, no gracias. Tendría temor de que se contamine considerando los antecedentes de la empresa”. Esto es apenas un resumen. Yo quedé exhausto, pero Verónika está entrenada para inacabables sesiones de debate, para conceder sin perder.
EL PROCESO Y TÚSé que más difícil que el ‘Conga podría ir’ va a ser que Verónika me diga que quiere ser candidata presidencial. Pero nada se pierde intentando. ¿Qué les dices a tus compañeros que te ven como candidata? “Lo más importante son los procesos [...]. Ninguna apuesta de renovación de la política puede centrarse solo en figuras. Lo que más me preocupa es el proceso”. Si el proceso resulta en un pedido a la compañera Verónika para que sea candidata, ¿la compañera acatará lo que resulte del proceso?, pregunto, ambos aguantando las ganas de reír. “Yo estoy dispuesta a asumir el papel donde mejor pueda contribuir a consolidar un proceso; eso no pasa necesariamente por una candidatura”. El proceso podría resultar más proclive a Marco Arana, digo, a ver si consigo una reacción. “El proceso dirá y la ciudadanía dirá. Por eso hemos dicho que vamos a pasar por elecciones primarias abiertas. El que quiera podrá votar, para superar el reto de la burbuja. Puede ser [candidato] cualquiera de los que se presenten a las primarias hasta el 10 de agosto”.
No se puede contra la idea del proceso en la izquierda. Pero tampoco se puede contra la idea del progreso en un pueblo al que le importa poco la política. A Verónika le espera mucho debate para calibrar, junto a sus compañeros de ruta, la viabilidad y popularidad de sus tesis contra el modelo de crecimiento. Por eso, para demostrarme que el dogma no es inmóvil, me evoca el caso de Espinar, donde se metió de cabeza como congresista cusqueña: “Es una población que nunca se opuso a la minería, aunque nos pongan en el saco de los antimineros. [...] Estalló un conflicto innecesario porque no se atendió a la población cuando reclamaba ver cuál era la fuente de la contaminación”.
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