En la segunda parte de “La teoría del poema de Juan Román Riquelme”, Mario Montalbetti cita un símil que el futbolista argentino emplea para explicar la virtud de los espacios en el fútbol, que Montalbetti extiende hacia la poesía, y que acá, con el perdón de ambos, cometo la irreverencia de llevar hacia la política.
“Si vas por la autopista y hay un atolladero / entonces doblás, dice Juan Román Riquelme, / y vas por donde no hay congestión”, escribe Montalbetti, para luego añadir que siempre están los que “ven un atolladero y se meten por ahí. / Messi, Góngora, gente rara que aborrece la soledad del espacio”.
MIRA: Nano Guerra García, de crítico del fujimorismo al equipo de Keiko Fujimori y Fuerza Popular
Veo también a Edwin Talaverano sobre la silla de Laredo en el Pellegrini del 93, pero –para no seguir estirando el símil– decía que en el terreno de lo político, algo de eso resonó en la entrevista a César Acuña publicada el sábado en este Diario. No por ver en él la locura o genialidad que Montalbetti atribuye a Messi o Góngora, sino por la forma en que las candidaturas se van perfilando en el plano ideológico o programático (abusando del lenguaje) frente a las elecciones del próximo abril.
Aun cuando la información que los electores recibimos es todavía muy incompleta, porque estamos en noviembre y porque es todavía más rentable para algunos animadores mantener cierta ambigüedad o silencios, las declaraciones de Acuña lo parecen colocar no en la “soledad de los espacios”, sino en un terreno concurrido, en compañía del fujimorismo principalmente, pero también de lo que un agudo Jaime Ferraro llama “otros fujimorismos”. De manera muy simple, un espacio que se resume en una defensa del modelo económico, salpicado con grandes obras estatales y combinado con valores conservadores en lo social, como un trumpismo republicano, pero mucho más tímido. Tan tímido que suele describirse como de centro (cuando no de centro-izquierda) como lo hizo el propio Acuña el sábado en estas páginas.
Hay una razón obvia para esa congestión, y comienza con el hecho de que hoy hay más de 30 precandidaturas presidenciales. Imposible que ciertos espacios se abran al movimiento sin competencia. Pero sospecho, además, que el atolladero se da por otra sencilla razón: el atractivo de enarbolar una bandera que estuvo a cerca de 40.000 votos de alcanzar la presidencia hace tan solo cinco años, pero sin los pasivos del fujimorismo pasado y presente. Habrá que hacerse un lugar a codazos, pero cada candidato presumirá de tener el músculo (capital, organización, carisma, mensaje, etc.) para ser su representante.
Una primera pregunta que surge, claro, es si el voto fujimorista del 2011 y del 2016 es transferible. Un 23,5% del voto en primera vuelta en el 2011, y un casi 40% en la siguiente elección, que en ambas elecciones subió hasta casi el 50% en la segunda vuelta. Eso sí, ante un número de candidatos viables considerablemente menor.
Y añadiría otra interrogante: si es que la elección del 2021 puede representar lo mismo que en el 2011 o el 2016, o si el cálculo del electorado cambió. El plebiscito chileno se cierne sobre la continuidad del capítulo económico consagrado en la Constitución de 1993, y una encuesta reciente de Datum atiza demandas por una mayor intervención del Estado. Pero ese tema merece su propio espacio (para volver al tema del poema).
El movimiento exige la soledad de espacio, dice Montalbetti que dice Riquelme, y al final remata otro prestidigitador, Zinedine Zidane, cuando sentencia que “si te dan dos metros, cualquiera escribe bien”. El problema, como le gustaba decir a Henry Pease, es que en la política no hay vacíos. Los vacíos se llenan.