El ministro del Interior ha vuelto a tomar el liderazgo del gobierno. O, al menos, su representación.
Además de ser ministro, dedica mucho tiempo y atención a ejercer de tuitero. Al principio, sus excesos parecían resultado del síndrome del juguete nuevo. Hoy podemos pensar que se trata de un programa político.
Sus principales adversarios son Keiko Fujimori y el fujimorismo, Alan García y el aprismo, y la prensa y los periodistas.
Uno pensaría que los adversarios de un ministro del Interior son los delincuentes que atacan y amenazan a los ciudadanos. Según Urresti, tiene tiempo para todo.
No es una respuesta satisfactoria. Si Urresti hubiera acabado con la ola delincuencial, podríamos pensar que tiene tiempo para entretenimientos. No es así; la inseguridad sigue siendo el principal problema del país.
Urresti parece creer que solo le debe explicaciones al jefe del Estado sobre cómo usa su tiempo laboral. Es falso. Él recibe un sueldo del Tesoro Público. Nos debe la explicación a todos los contribuyentes.
No solo se trata de un mal uso del tiempo. También es un mal uso de la función pública.
Urresti, como cualquier ministro de cualquier país, tiene una obligación con el Estado y con la ciudadanía. Después, y en último lugar, con el gobierno.
Los gobiernos deben estar al servicio de la ciudadanía y del Estado. Urresti parece creer que él trabaja solo para este gobierno. Y cree que el gobierno es un partido político o algo así.
Quizá por eso el ministro popular agravia a todo el que se le pone por delante. Como si fuera un particular.
No es casual que sus principales adversarios sean los partidos de oposición y la prensa. Nadie debería criticar al gobierno ni objetar el trabajo del ministro. Todos los que critican son enemigos.
Felizmente la doctrina Urresti es falsa. La democracia es lo contrario a la doctrina Urresti. En democracia podemos discrepar y criticar sin por eso injuriar o difamar.
El ministro Urresti ha llevado esta doctrina de la intolerancia al extremo. Al recibir una crítica del periodista César Hildebrandt, por ejemplo, ha respondido con referencias a una (inventada) “asimetría” corporal.
El ministro del Interior tiene la responsabilidad política de administrar las armas y equipos de la policía. ¿La bravuconada, el agravio y la belicosidad son características idóneas para esta tarea?
Esas son defectos en un ministro de Estado. Para el presidente, en cambio, esas son más bien virtudes.
Los adversarios que Urresti ha escogido son los mismos que escogió el presidente Humala hace tiempo.
Sobre Alan García, el jefe del Estado hizo alusiones de tipo dietético. En relación con el fujimorismo, nos regaló esa fina alusión a las cloacas. Y sobre la prensa, sostiene que somos responsables de la violencia.
No es difícil imaginar, entonces, si no un encargo al ministro, al menos sí una plácida anuencia presidencial. La doctrina Urresti, después de todo, está bien instalada en Palacio de Gobierno.