Muchas cosas sorprendieron en la aparición de Jorge Bergoglio en el balcón de San Pedro como el nuevo Papa. Entre ellas, que se trataba de un Papa latinoamericano y jesuita (el primero de la historia en ambas categorías), que salió vestido sin ninguno de los adornos habituales de estas ocasiones, que eligió un nombre nunca antes usado por un pontífice –el del santo mendicante Francisco de Asís–, que pidió a la multitud que rece por él antes de bendecirla a ella y que usó sus primeras palabras para bromear.
Lo más sorprendente, sin embargo, fue la mezcla de admiración y confianza que transmitió. Porque su rostro mostraba, como bien lo destacó “The Economist”, un “visible asombro” ante su estar ahí, siendo presentado como el Papa 266 de la Iglesia Católica. Y, no obstante, todos sus movimientos y palabras exteriorizaron, además de calidez, una gran serenidad y confianza. Como fue también “de confianza” el camino que invitó a la Iglesia a recorrer.
¿Quién es Jorge Bergoglio y qué puede esperar la Iglesia de él? En lo que sigue buscamos algunas luces.
Lo más evidente es la actitud cercana y sencilla del cardenal que usaba el transporte público y se preparaba sus propias comidas, y que, de hecho, luego de ser elevado Papa fue personalmente a pagar su cuenta y recoger sus cosas de la hostería en la que se estaba quedando. Se equivocaría, no obstante, quien crea que esto es una cuestión de puros gestos. Todo apunta a que en el papa Francisco se cumple lo que sostiene el dicho francés: “El tono es la canción”. Es decir, su actitud cercana y abierta parece no ser solo una cuestión de carácter, sino una parte esencial de la función de un sacerdote como él la ve. “Solo quien ha encontrado caridad en su vida, quien ha sido acariciado por la ternura de la caridad, está contento y confortable con el Señor”, ha dicho. En otras palabras, que somos los seres humanos los que damos testimonio –o no– de la existencia de Dios y que la labor, por tanto, del buen pastor cristiano es la que está centrada en el prójimo. “La Iglesia tiene que salir a la calle”.
Un tema muy relacionado con el anterior es el de su cercanía con los pobres y, en general, los marginados. El nombre que ha escogido como Papa no es ni casual ni de último momento. Su gestión como arzobispo de Buenos Aires ha estado marcada por su incesante trabajo social en las zonas menos favorecidas de la capital. Y su discurso sobre el tema social carece de ambigüedades. La pobreza, ha dicho Bergoglio, “es un pecado social que clama al cielo”. Y más tajantemente aún, ha afirmado: “Los derechos humanos no son violados solamente por el terrorismo, la represión o el asesinato, sino también por las estructuras económicas injustas”. No por esto, empero, se le puede considerar como un hombre de la izquierda latinoamericana. Es conocida su oposición a la Teología de la Liberación y la citada frase sobre las estructuras económicas injustas fue hecha en un contexto en el que criticaba al Gobierno de los Kirchner. Aunque, por otro lado, es igualmente cierto que también ha tenido críticas contra el “neoliberalismo”.
En los temas de doctrina moral, todo indica que estamos ante un teólogo conservador que decepcionará a quienes esperan que la Iglesia cambie su postura en temas como el aborto, la unión gay o la eutanasia. Si bien hay dudas sobre algunos otros, como los relacionados con la contracepción.
Por otra parte, y contra lo que su (bien merecida) imagen de pastor sencillo podría hacer pensar, estamos también ante un experimentado administrador que como provincial de los jesuitas tuvo que lidiar con una junta militar brutal (con la que sus detractores intentan relacionarlo sobre bases que, al menos a la fecha, parecen poco sólidas), y que luego ha manejado exitosamente la complicada arquidiócesis de Buenos Aires en tiempos de crisis y de los Kirchner. Además, se trata de una persona que tiene años como miembro de varias de las congregaciones (ministerios) más importantes de la Iglesia y que está familiarizada con los intríngulis de una curia cuya reforma tendrá que ser una de sus prioridades centrales en los próximos años (a juzgar por los escándalos del Banco del Vaticano y las fugas de información sobre las luchas intestinas en la Santa Sede).
Sobre todo, sin embargo, parecemos estar ante un hombre con fe para el que Jesucristo ha de ser el centro del mensaje y del trabajo de la Iglesia. Lo ha dicho a los cardenales muy claramente en su primera homilía: “Si no proclamamos a Cristo, solo somos una ONG caritativa”. Y acaso ahí, en fin, esté la razón de la serena confianza que, en medio de su asombro, mostró este miércoles en el balcón: en que siente que no está solo.