Sostuve el 10 de octubre en esta misma columna que la grave situación económica y social generada por la pandemia debía terminar generando una suerte de sinceramiento ideológico en la campaña electoral, en detrimento de las posiciones de centro.
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De un lado, la oferta de izquierda estimularía la demanda de justicia redistributiva contra los supuestos abusos de los bancos, clínicas, AFP, mineras, etc., proponiendo una recuperación del Estado empresario e intervencionista, con cambio de Constitución como mágico talismán.
Del otro lado, la derecha recogería la demanda por una mayor libertad para trabajar, invertir, dar empleo y crecer, eliminando trabas y cargas de todo tipo, dedicando el Estado a dar un buen servicio de Salud y Educación en lugar de perseguir a los emprendedores.
En suma, regresar a la dicotomía clásica: generar riqueza versus redistribuir la riqueza existente
Ese sinceramiento ideológico de las dos posiciones se ha producido, pero subordinado al crecimiento de un populismo conservador muy fuerte que es el que está depredando el centro. Están avanzando las ofertas de castigo a los grandes y corruptos debido al ánimo enardecido o desesperanzado de la población luego de que una segunda ola le cayera encima cuando empezaba a salir a flote de la primera.
Por eso es que ha podido emerger con tanto impulso un populista de derecha como López Aliaga, que defiende la libertad económica y la inversión privada, pero tiene en común con las candidaturas de izquierda una amenaza de castigo a los corruptos, a los monopolios e incluso a los bancos. Integra los dos mensajes, los dos polos, en algunos temas de manera contradictoria.
Por la misma razón pudo crecer Lescano, un viejo congresista demagogo que se labró una imagen de defensor del consumidor enfrentado a grandes empresas, y que comparte con López Aliaga, además, un conservadurismo moral, aunque menos militante. Y que repite el lema de Belaunde de “trabajar y dejar trabajar”, un mensaje muy liberal, pero lo usa como embeleco porque sus propuestas van en el sentido contrario: nacionalización a la boliviana de la minería, empresas estatales, topes a las tasas de interés por el BCR, y hasta una “desglobalización de la economía”, planteamientos incluso más estatistas que los de Verónika Mendoza.
Quizá la intención de voto por Lescano se frene cuando sus simpatizantes en los segmentos A-B y entre los que se declaran de derecha se percaten de que es un izquierdista disfrazado con el ropaje de Acción Popular, un partido de centro constructivo.
En consecuencia, más que una polarización, lo que vemos es un crecimiento del populismo, de izquierda o derecha. La izquierda más ideológica de Verónika Mendoza no tiene el mismo enganche. Pero la polarización izquierda-derecha de todos modos opera cuando Keiko Fujimori escoge polarizar precisamente contra la “izquierda radical” de Mendoza y el “populismo” de Lescano, aunque se ha desplazado más hacia el mensaje de mano dura que al de eliminar trabas y regulaciones para que los emprendimientos puedan trabajar libremente. La demanda de castigo en estos momentos es más fuerte que la esperanza o el miedo. Pero la llegada de más vacunas –si llegan– y una cierta normalización económica quizá cambien el ánimo popular en las próximas semanas.