Desde la esquina de quienes cuestionan el proceso electoral hay dos discursos que siendo distintos tienden peligrosamente a usarse como iguales. Existen diversos sectores que, por diversas razones, votaron en segunda vuelta por Keiko Fujimori. Uno, no menos despreciable, es el que consideraba que ella podía impedir la llegada inminente del comunismo y llevarnos a ser Venezuela o Cuba.
Este sector, muy activo, es el que ha sido preso y más vulnerable de la campaña del miedo, solo comparable con la del 2011, en la que la lideresa de Fuerza Popular se enfrentó a Ollanta Humala. Está absolutamente seguro de que la dupla Castillo-Cerrón puede hundir al país al despeñadero, por lo que apoyó una campaña abrumadora y aplastante contando con el soporte de todas las élites, sobre todo, en Lima. Pese a ello, ganó Pedro Castillo, el más ‘outsider’ de los ‘outsiders’ que ha procreado nuestro país.
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Sin embargo, terminada la elección, empezó la tercera vuelta, pues se negaron a aceptar los resultados. Para Fuerza Popular, era imposible que Pedro Castillo pudiera ganar sin fraude. A partir de ese momento, se comenzó a recabar información, videos, audios y, sobre todo, conjeturas para articular una campaña nunca antes vista que tenía como consigna el “fraude en mesa”. Ese partido, Perú Libre, improvisado, carente de cuadros, organización, planes y norte había planificado y ejecutado un operativo tan fino y eficiente que no había sido detectado por los radares, cuidados, candados, supervisores, fiscalizadores etc. que tiene nuestro sistema electoral.
Se pasó, por etapas, de afirmaciones que iban desde “miles de impugnaciones”, “los muertos que votan”, “las firmas falsas”, “cientos de suplantaciones” hasta “entréganos el padrón” para desarrollar una serie de argumentos carentes de solidez, pues no dejaban de ser conjeturas y, sobre todo, plantear relaciones de causalidad entre hechos que, pudiendo ser ciertos, no probaban que se había volteado la voluntad popular; es decir, los votos a favor de Pedro Castillo. Pero, nunca en toda la historia de la república se había desarrollado un operativo de desprestigio de un proceso electoral, de los organismos electorales y contra quienes cuestionaban esos argumentos, contando con la venia de la mayoría de los medios de comunicación, ofreciendo una enorme cobertura nunca antes vista.
Pero cada cuestionamiento se caía en los diferentes pisos del garantista marco normativo peruano. Uno por uno se desmoronaba, con lo que la narrativa pasó ya no solo de fraude en mesa, sino de movilizar a la gente contra el gobierno y organismos electorales y querer internacionalizar el cuestionamiento, cuando no hablar de golpe. Al borde del fin de esta historia, el argumento de los pocos que ciegamente quedan responden que lo que se viene es el comunismo con Pedro Castillo. No se trataba entonces de demostrar un fraude, sino de que el candidato de Perú Libre no llegue al poder, pues es la mayor de las pesadillas. Es el fin y objetivo último. El medio, no importa. Desconocer el resultado, desprestigiar las elecciones y el daño al sistema democrático, tampoco. Total, el fin justifica los miedos.