Los resultados de las elecciones del domingo 11 traen varias reiteraciones. Vale la pena verlas en detalle si lo que se quiere es corregir, de una vez por todas, los serios desencuentros que el país arrastra.
Los mapas de votación reflejan casi la misma distribución que se tuvo por lo menos en las elecciones desde el año 2000: un sur andino que parece querer expresar una queja, acogiendo propuestas que empujan una plataforma de cambio, frente a una capital sumada al antiguo sólido norte que parece resistirse. El último bastión de resistencia parece ubicarse en Lima.
Se han confirmado, además, las definiciones de última hora. Con injustificada base, se critica que las encuestadoras “no vieron” a Pedro Castillo. Pero los principales sondeos mostraban al candidato de Perú Libre desde inicios de marzo dejando el elenco de otros para ubicarse con porcentajes en torno al 4%. El despegue final se dio en medio del silencio de sondeos, que se mantiene absurdamente en la legislación electoral.
También se ha mostrado una dinámica subnacional como antesala de un desenlace nacional. El patrón electoral muestra una ola que viene de las regiones. El simulacro de Ipsos divulgado la noche del jueves 8 contenía un dato geográfico que parece haber marcado el plazo que quedaba hasta el domingo 11: Castillo llegaba al 31,1% en el interior rural, lejos del 12,7% que reportaba entonces el promedio general, que lo ubicaba a solo dos décimas de Keiko Fujimori, entonces líder de la contienda.
Vuelve a ponerse en evidencia, además, los límites de forjar un voto informado, en una dinámica que tiene mucho de emocional. De hecho, factores lejos de los planes de gobierno o los (a veces) burocráticos debates oficiales o mediáticos, como la identificación, la cercanía y hasta la novedad parecen haber jugado un peso más importante que los publicitados planes de gobierno o debates. Castillo —cuyo plan de gobierno seguramente es desconocido por el grueso de sus votantes— es percibido como un elemento de cambio, frente a opciones que ocupan el debate público desde finales de la década de 1970, como Hernando de Soto.
Esta contienda, que se pensó se iba a centrar en medios de comunicación de distinto alcance y en el rol de ‘influencers’ con numerosos seguidores, ha terminado dando espacio a redes de otra naturaleza, además de las humanas, que se potencian mientras las organizaciones políticas se siguen deteriorando.
Como dice Eduardo Villanueva, “los candidatos reflejan redes, algunas más amplias y diversificadas, otras mínimas y sin escape, otras encerradas en sí mismas. El Perú es la suma de sus redes, y la crisis de representación también es la incapacidad de las organizaciones políticas de ampliar sus redes, como de usar sus medios digitales para intentar una ampliación” (13/4/2021).
La segunda vuelta seguramente será una reiteración. Confirmará, como decía Manuel Castells en “Comunicación y poder”, que “la mente pública se construye mediante la interconexión de mentes individuales”.