Las pasiones nos hacen perder el sentido de las proporciones. Esa pérdida visual es fatal cuando se camina al borde del abismo.
Una censura al presidente del Consejo de Ministros, Pedro Cateriano, nos acercaría a ese abismo. Es fácil percatarse de ello. Hay congresistas que a estas alturas, sin embargo, todavía condicionan un eventual voto de confianza.
Por eso ha sido muy bueno para nuestra endeble democracia que tanto Keiko Fujimori como Alan García hayan recibido y conversado con el ministro Cateriano. Sería mejor aun, si adelantaran criterio sobre lo que significa su voto.
“¡Pero Cateriano dijo tal o cual cosa de mí!”. Hay derecho, por supuesto, a sentirse ofendido. Pero, ¿es ese el sentimiento que debe dominar en una votación que arriesga la estabilidad que reclama el país?
El presidente Humala, sin embargo, ha recusado a una “jauría de cobardes”. Además, ha dicho que las críticas de Luis Carranza al uso de los programas políticos obedecen a una filiación partidaria. Hay que ver quién le paga el sueldo, ha dicho.
El jefe del Estado no acepta ninguna crítica, justa o injusta. Sus desplantes, en este mismo momento, llaman a la sospecha.
Pareciera que quisiera torpedear la labor de su ministro en la búsqueda de un entendimiento. Tal vez quiere presionar a la oposición, elevando el riesgo de un mal desenlace.
El presidente se conduce en esto tan irresponsablemente como algunos congresistas de la oposición. Felizmente para este caso, la situación ya escapó de sus manos.
No es momento para juegos pirotécnicos en Palacio de Gobierno. Mucho más importantes son la conducta y la palabra de los líderes de la oposición, por un lado, y del ministro Cateriano, por otro.
El presidente ya no puede remover a Cateriano. Sus interlocutores pueden tener esa razonable seguridad. De alguna manera, tal circunstancia protege al ministro en sus esfuerzos de diálogo.
Quedan fuera de juego, por tanto, los altisonantes y apasionados. Quedan fuera de juego aquellos que ponen sus pasiones por encima de las necesidades del país.
Por supuesto que el Congreso no debería aceptar un chantaje en vista de la situación extrema. Cateriano sabe esto, y medirá sus palabras en su presentación. Sabe, además, que debe plantear un plan que merezca la aprobación de los congresistas.
El Congreso, por su lado, conserva un arma de censura moral. La votación sobre el viaje del presidente Humala a Panamá permitió ver que la oposición tiene todavía balas en la cacerina.
Que viaje o no el presidente para tomarse una foto con el dueño de Facebook es irrelevante para el país. La negativa frente a una nueva solicitud de viaje queda reservada, entonces, como arma moral de la oposición.
No debe confundirse, por supuesto, el uso de una bala de jebe con el uso de una bala letal para todos. Por eso, a la hora de votar la confianza por el gabinete Cateriano, la oposición tendrá que dejar las pasiones y demostrar que también puede gobernar. Y que puede hacerlo pensando en el país.
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