En medio de la polarizada campaña electoral, un doloroso ataque narcoterrorista en el joven distrito de Vizcatán del Ene (Satipo, Junín), ubicado en el añejo Vraem, ha remecido la política peruana. Una guerra olvidada de pronto grita su presente, recordando los pendientes largamente postergados.
MIRA: Vraem: el testimonio de familiar de cinco víctimas en ataque terrorista en Vizcatán del Ene
La noche del domingo 23 de mayo, se dio una dura y cruel simultaneidad en la política peruana. Mientras los equipos técnicos en contienda por el sillón presidencial presentaban sus propuestas —entre la búsqueda de la solidez técnica y la persistencia de efectismos políticos —, dieciséis compatriotas fueron salvajemente asesinados.
Como si la naturaleza quisiera dar exclamaciones de alerta, la mañana del lunes 24 de mayo la distante y gris capital amaneció con inusuales truenos, lo que causó comprensible cobertura noticiosa. Un suceso de estas características no se daba en décadas. Acostumbrada a su débil y persistente garúa, de pronto Lima recordaba que la lluvia, aunque breve, también existe.
Algo similar ocurre con el Vraem. Su salpicada presencia noticiosa se limita a los despachos casi burocráticos por algún enfrentamiento que deja como doloroso saldo la muerte de efectivos policiales. Hoy la guerra le recuerda al país que los civiles son víctimas silentes de un desinterés que lleva varios lustros. Como en Chuschi (Cangallo, Ayacucho), en 1980: otra vez mayo, de nuevo en medio de un proceso electoral.
Es tal la distancia que hoy se tiene problemas para distinguir qué información es cierta o tergiversada. Solo algunos periodistas que no han dejado de cubrir el tema, contra la indiferencia, pueden tener mayor certeza. En la política, persiste un uso interesado, como si la barbarie fuera una buena ocasión para increpar algo al adversario.
La noche del domingo 23, el tema fue tocado solo tangencialmente. Fernando Rospigliosi, de Fuerza Popular, inició su alocución saludando a los familiares de los policías caídos en un ataque reciente. Luego dijo que “en los primeros seis meses” se terminaría con “esos terroristas del Vraem”. Avelino Guillén, parte del ampliado equipo de Perú Libre, se centró en la “prevención del delito” y el “crimen organizado” —aludiendo a la “intervención de una presunta organización criminal en este proceso electoral” —, aunque no hizo referencia alguna al Vraem.
En sus respectivos planes de gobierno de primera vuelta, el Vraem tiene una presencia tímida, cuando no nula. Fuerza Popular se refiere en solo dos ocasiones al tema, proponiendo una estrategia similar a la utilizada en el Huallaga. Perú Libre ni siquiera lo menciona.
Han pasado varios lustros desde que el Vraem iniciara su burocrática y sangrienta existencia. Los abismos geográficos que lo caracterizan honran la distancia política que ha venido instalándose, hasta convertirse en olvido. ¿Hasta cuándo persistirá esta distante relación entre ciudadanos y líderes, que hoy parecen darle macabro contenido a la canción de Carlos Vives, que inspira el título de esta columna?