Pedro Castillo no solo ha ganado la presidencia, sino un cúmulo de problemas que no han tenido otros mandatarios. Uno de ellos, establecer una relación, por ahora compleja, con Perú Libre, el vientre de alquiler que lo cobijó, y con su líder Vladimir Cerrón.
Para las elecciones se juntaron, pues, el hambre con la necesidad. Castillo podía poner a prueba sus propuestas, que bebían de fuentes eclécticas de izquierda y nacionalistas, por lo que su paso por Perú Posible no fue una casualidad. Cerrón quería salvar a su partido de la guillotina de la desaparición legal. Ninguno, en el mejor de sus sueños, imaginó pasar a la segunda vuelta y menos ganarla.
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Por Pedro Castillo votaron los millones de peruanos por diversas razones, pero las menos por Perú Libre. El voto en el Perú es altamente personalista, por lo que Cerrón fue uno de los beneficiados de la votación de Castillo. Pero también es cierto que sus militantes –que no son muchos– y su aparato organizativo –que es mínimo– participaron en las elecciones, por lo que sienten que el triunfo les pertenece.
Habiendo ya triunfado, Pedro Castillo da muestras de moderación, intentando convocar a profesionales y técnicos con mayor apertura para poder gobernar. No le ha sido fácil y tiene limitaciones para imponer sus propios criterios, como se muestra en las comisiones de transferencia y los nombres del nuevo Gabinete.
Vladimir Cerrón sabe que debe apretar el acelerador antes de 28 de julio para establecer sus mayores zonas de influencia. Su experiencia, su oportunismo y sus oscuras fuentes de financiamiento requieren de un Pedro Castillo que firme su acta de sujeción. Sabe que a partir de la juramentación, el presidente y los parlamentarios, asumiendo sus cargos, estarán dotados del poder que él carece. Adquirirán autonomía. Por eso, es ahora o nunca. Si bien es cierto que se puede tener influencia desde fuera del gobierno, esta no es siempre efectiva ni los adherentes serán siempre fieles y leales partidarios. No es, pues, casual que haya montado un congreso partidario previo a la juramentación del cargo presidencial, para someter a Castillo a las necesidades del jefe del partido y los suyos, tal como ha ocurrido.
Un cargo representativo está acompañado de responsabilidad y rendición de cuentas. Castillo carece de un tiempo de paz que los mandatarios tienen luego de la elección. Los problemas, las expectativas, las demandas se amontonan y tendrá que tomar decisiones. Por ahora, tiene pocos seguidores en el grupo parlamentario. Sus aliados escasos y sus opositores, con diferente grado, no lo quieren o, en todo caso, lo quieren fuera de la presidencia. Varios han terminado con sangre en los ojos.
Un Gabinete polémico, mediocre en la gestión pública y con inadecuadas relaciones con el Parlamento es un elemento inflamable. Pero Pedro Castillo tiene que tomar decisiones, en cualquiera de cuyos escenarios se tornan complicadas, pues Vladimir Cerrón, como portero, podrá estar fuera, pero por ahora tiene las llaves de varias puertas.