Mientras epidemiólogos debaten si estamos o no en una meseta, la cuarentena se relaja formal e informalmente. Lo que no se debate es que, si fuese una meseta, es una muy alta. Lo visto el lunes y martes en las calles y las pruebas realizadas en estaciones de transporte y mercados nos indican que esa meseta puede fácilmente convertirse en cordillera.
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Sabemos, entonces, que en esta nueva etapa debemos dirigir nuestros limitados recursos hacia aquellos lugares donde podemos prevenir contagios. El primer tema es acelerar la entrega del bono universal para reducir la necesidad de salir de casa, atendiendo las recomendaciones de quienes indican que hay que relajar la focalización y garantizar una asignación más general y coordinada.
Pero eso nos lleva a otra urgencia. La débil inclusión financiera hace difícil entregar este bono y otros sin incrementar el contagio. Es una de las causas que explican por qué nuestra cuarentena no tuvo el impacto esperado. Carolina Trivelli, quien más debe saber en el Perú sobre este tema, nos dice en una reciente columna (hacerperú.pe) que la inclusión financiera ya no debe verse como una política deseable, sino una obligación para salvar vidas. Se suele decir que reducir la informalidad llevará a incrementar la inclusión financiera. Leyendo a Trivelli me queda claro que es al revés: sin inclusión financiera previa no reduciremos la informalidad.
Norma Correa, integrante del Grupo Temático de Ciencias Sociales para COVID-19 del Ministerio de Salud, lleva esa reflexión a la entrega de los distintos bonos y otras transferencias estatales en las áreas rurales (puntoedu.pucp.edu.pe). La entrega de dichos pagos significa para muchos peruanos viajes largos a pueblos y ciudades donde hay agencias financieras. Esos días de pago se desarrollan actividades comunitarias donde se venden productos, se realizan trámites y se buscan servicios. Esta vez habrá más aglomeraciones pues la crisis económica hace más necesaria la venta de productos. Es urgente que el Gobierno, los gobiernos locales y las comunidades acompañen esta entrega y definan formas creativas de reducir el contagio.
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Otro tema urgente es el de las cárceles. Aquí la política y el temor a la crítica se mezclan para no tomar medidas humanitarias a fin de reducir el hacinamiento. He visto en redes sociales comentarios infames, con sesgos políticos aberrantes, sobre los procesados y condenados como si fueran desechables. Sin condiciones para el aislamiento estas personas ya deberían estar en prisión domiciliaria. Claro, con la excepción de presos de alta peligrosidad que, con más espacio, tendrán mejores condiciones. Se necesitan normas, pero también está en manos de jueces y fiscales actuar rápido. El mayor desprestigio para la Justicia sería dejar morir personas por inacción.
Y falta hablar de otras actividades de contacto masivo como el transporte, operaciones industriales o mercados. Se nos vienen días muy difíciles, donde intentaremos hacer con cirugía láser lo que no pudimos controlar a combazos. Y sabemos bien que nuestro Estado no es un cirujano preciso. Estas reformas no pueden esperar al día después de la pandemia, son urgentes para salvar vidas y limitar el sufrimiento.