La reciente encuesta de IEP ha sido comentada por mostrar los primeros y tímidos movimientos en el tablero electoral. Por ejemplo, el vacío que Hernán Chaparro identifica en el centro es un dato que no debe perderse de vista (“La República”, 2/2/21).
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Pero deben mirarse, además, algunos detalles que tienen impacto en el conglomerado de tomadores de decisiones que asumirá funciones cuando el país llegue al bicentenario y en el ánimo que enfrentarán.
Por ejemplo, es destacable que el segundo bloque electoral más importante, el norte (con poblados centros como Piura o La Libertad), manifieste un porcentaje de indecisos que llega a 28,8%, por encima de Lima (21,8%). Se nota, además, un importante retroceso de Keiko Fujimori (5,3%) —que en el 2016 obtuvo victorias resonantes en la región—, ubicada lejos de George Forsyth (14,9%) y aun de Verónika Mendoza (9,5%). ¿Ha pasado el norte de ser bastión naranja a un territorio en disputa?
También se grafica el desánimo que suele verse en medios y redes. Los candidatos presidenciales no parecen despertar genuino entusiasmo entre los electores. Ante la pregunta de respuesta espontánea, sin acudir a la lista cerrada, tres de cada cuatro encuestados (74,4%) no muestran intención espontánea de votar por alguien presente en el menú electoral.
No extraña, por ello, el alto escepticismo que despiertan estas elecciones. Solo la mitad de los encuestados confía en que estos comicios mejorarán la situación del país (“mucho”: 14%; “algo” 38%). La apatía es mayor en Lima (“nada”: 28%) y mientras los jóvenes del rango 18-24 años se debaten entre el tímido optimismo (“algo”: 44%) y el resignado realismo (“poco”: 31%).
Cuando la pregunta exige una elección, un tercio de los encuestados (33%) se manifiesta por don nadie. A menos de diez semanas para la primera vuelta, el dato puede despertar expectativa entre los candidatos, pero muestra el desaliento en que se encuentra el electorado.
Es también relevante anotar que la fragmentación que se vio en la elección congresal de enero del 2020 —y que repetía patrones propios de la escena subnacional— parece haber arribado al frente presidencial: votaciones que no llegan a dos dígitos y que, sin embargo, resultan suficiente para ser definitorias. Así, si las cifras mantienen el patrón actual, no debería extrañar que el segundo contendor del balotaje de junio pase a esta instancia con una votación de un solo dígito.
El panorama electoral seguirá cambiando. Pero es necesario ser consciente del complejo escenario que tendrán que asumir quienes iniciarán funciones en julio. Como dice Alfredo Torres al cierre de su libro “Elecciones y decepciones” (Planeta, 2020), quienes resulten elegidos no tendrán la opción de gobernar en “piloto automático”.
La campaña enfrenta un desafío mayor. Tocará, como sugiere Torres, “diferenciar entre candidatos honestos y bien intencionados de los que Basadre llamaba con magistral agudeza podridos, congelados o incendiados”. Buscar, si cabe, una vacuna contra las decepciones.