Aún en medio de la pandemia, con un aforo limitado al 30 % en los cines de México, “El baile de los 41” ha sido la tercera película más taquillera en noviembre del 2020 y está disponible en Netflix desde el 12 de mayo. La cinta mexicana, que cuenta el escándalo más llamativo del Siglo XX, no nos lleva a la catarsis pero sí resalta contundentemente el argumento de su autor: el problema de una sociedad machista y homofóbica reacia a reflexionar sobre lo moral.
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Cuarenta y dos influyentes personajes de la élite mexicana se daban citas nocturnas para experimentar los placeres homoeróticos con total discreción hasta que, una noche, fueron reprimidos por la autoridad policial. Entre ellos, uno de los asistentes resaltaba: Ignacio de la Torre y Mier, esposo de Amada Díaz y por tanto yerno del presidente de México, Porfirio Díaz, el hombre que primero mataría, antes de ver al marido de su hija sosteniendo un romance homosexual con el abogado local, Evaristo Rivas.
La performance de la fiesta gay más llamativa de 1901 no habría sido el momento más esperado desde el minuto uno de la película sin el apoyo estelar de los mexicanos Alfonso Herrera (Ignacio de la Torre y Mier), Mabel Cadena (Amada Díaz) y Emiliano Zurita (Evaristo Rivas). Para llegar a ese punto, el reconocido director David Pablos impulsó a los tres protagonistas a crear esa atmósfera silenciosa, teniendo una asesoría constante con ellos sobre la intención de sus miradas en escena.
Vemos que la línea de los ojos entre Evaristo e Ignacio es sostenida desde el amor y el sentido de libertad, mientras que la de Amada y su esposo desde el odio y la aberración. A veces son miradas fuertes y otras sutiles. Con ese mismo ritmo, el esquema cinematográfico de un suceso histórico que conmocionó a la sociedad de la época escenifica la moralidad de los personajes transformistas y homosexuales, y cuestiona el poder discriminatorio que se mantiene aún en la actualidad.
LA NECESIDAD DEL DISCURSO
Cuando llegas al final de la película de David Pablos, puedes sacar una conclusión desde la empatía. Que, para entender el dolor que causa la discriminación, hace falta imaginarse cualquier tipo de pena personal y a ello sumarle cuestiones difíciles de controlar, como el escrutinio, la condena legal, el ataque físico, entre otros tantos aspectos que posiblemente no sean fáciles de tolerar para cualquier ser humano.
“¡Pero yo lo entiendo!”, te dirá quien ni lo entiende ni lo acepta. Es decir, puede ser actualmente muy difícil descifrar que, para una burbuja social como el “club de los 41”, donde todos son como quieren ser sin someterse a tabúes y juicios negativos, una noche desinhibida en comunidad es el mayor placer de su vida. Podrían dejarlo todo por vivir ese momento un par de veces más. ¿Y quién se los impediría? ¿La policía? ¿El gobierno?
Pero, ¿a qué tienen que llegar para ser lo que quieren ser?: la mentira, la infidelidad, el maltrato, siendo no solo víctimas justificadas de una sociedad intolerante, sino también convirtiéndose en seres claustrofóbicos, que no cuentan con otro camino posible para cumplir sus fantasías y ser libre sin el miedo a perder su dinero, su prestigio o el amor. Es un sucio juego social en el que se encuentran y del que no hay escapatoria.
Por su lado, los involucrados en la realización de “El baile de los 41” resaltan la necesidad del discurso y de comprender las intenciones de los personajes, que hoy relacionamos con las necesidades de los miembros de la comunidad LGBTQ+, quienes son una minoría que muchas veces sufre de maltrato y ven puertas de empleo cerradas por la falta de aceptación a su orientación, expresión o identidad de género, según Human Rights Watch.
El deseo del “club de los 41” en conjunto, no solo de Alfonso Herrera interpretando a un político gay, es lo que empuja la trama. ¿De qué hablamos en este punto? No es de una buena actuación tanto como del “amor socrático”, que era vacilante para los conservadores de la época y un profundo abismo para quienes lo practicaban.
EL VALOR DEL PLANO
“Lo confieso. Soy maricón”, decía Emiliano Zurita en el papel de Evaristo Rivas. No fue cómico, no fue sorprendente. Pero debo rescatar que fue real. Escenas anteriores avivaron el fuego, pero no trazaron el camino hacia puntos álgidos como este, que supuestamente deberían incrementar la emoción del espectador para luego sorprenderlo con el siguiente obstáculo en la vida de los personajes.
El clamor de una Amada Díaz encarnada por Mabel Cadena tiene un tiempo suficiente en el encuadre para cautivar, pero esto no ocurre con los demás personajes, a quienes no les dan espacio para servir más a sus compañeros en escena, para ayudarlos a impulsar el crecimiento de las tensiones. Por eso, cuando hay momentos cumbres, como el ingreso de Evaristo Rivas al club de los 41, se aprecian como un momento más, sin la importancia que deberían tener.
Eso sí. Nadie puede decir sobre “El baile de los 41” que los técnicos no intentaron darle valor al plano. Detrás de un discurso sobre la homofobia de una sociedad porfiriana (del Gobierno de Porfirio Díaz) y la misoginia de un hombre homosexual que no canaliza su impotencia, está el —casi— espectacular trabajo de la directora de fotografía Carolina Costa y, en el sonido, de los músicos de cine, Carlo Ayhllón y Andrea Balency-Béarn, a quienes poco espacio les dieron.
David Pablos probablemente quiso que el silencio tuviera más protagonismo que la música incidental para dar cabida a la intriga en una historia que ya era conocida en México, y en ese sentido orientó a Ayhllón y Balency-Béarn, lo cual está bien desde la perspectiva del autor, pero no habría estado de más poner toda la energía en crear una pista envolvente, que llegue a la fibra del más incrédulo, de la más reacia, para hacer que esa persona dura emocionalmente, acompañe a Alfonso Herrera en el derrame de lágrimas.
Hay méritos a nivel de la propuesta visual. Por ejemplo, para sostener el papel de las víctimas de una sociedad cómplice de la discriminación, está el poder del plano secuencia (escena inicial y escena de persecución entre Alfonso Herrera y Mabel Cadena), así como el crecendo del movimiento de la cámara en cada zoom al rostro de Amada Díaz, con una mirada vengativa y a la vez ingenua. Es un montaje con espacios amplios que construyen la ausencia en una casa sin niños, sin mascotas, sin esposo que acompañe. De igual manera, existe un lenguaje interesante en el resto de escenas, como en los largos acercamientos a las acciones de Ignacio de la Torre para ascender en su carrera política, sobre todo, cada vez que su acompañante en escena es Fernando Becerril (Porfirio Díaz).
Pero no solo la composición de encuadres típicos del cine de autor que nos obligan a preguntar: ¿qué diablos hará ahora? ¿en qué piensa? También está el trabajo de iluminación. Ese secretismo de espacios oscuros, la penumbra, es lo que conjuga cada escena con las salas clásicas reventadas de luz frente a una ventana y dos o más personajes volviéndose locos. Todo secreto es oscuro y toda libertad es luz.
VEREDICTO
Sin embargo, no podemos decir que estamos frente a una obra magistral. Un ‘paper’ español explica lo que el filósofo Walter Benjamin llamaba “lo aurático” en el cine, en otras palabras, el deleite de un producto auténtico que “por definición es único”. Lamentablemente, en “El baile de los 41”, la suma de factores sí ha afectado el producto, porque incluso cuando el guión quiere transmitir un argumento contundente y la parte técnica pensó cuidadosamente en el lenguaje del encuadre, hacia el final de la película, no ocurre ese momento catártico.
Podemos atribuir esto al corte seco, que es tosco al presentar un hecho detrás de otro. Las acciones homoeróticas no conjugan con los diálogos posteriores de otras escenas. Vemos una orgía, estéticamente bien compuesta, y posterior a ello a un personaje representativo que expresa: “nuestra próxima orgía podría ser en el Castillo de Chapultepec”, pero con una jocosidad del siglo XXI y no de inicios del XX. Si la película fuera calificada solo por ese evento, terminaría siendo una caricatura de la homosexualidad.
La empatía que construye la dinámica audiovisual gira alrededor de Alfonso Herrera, mas no del club de los 41 en conjunto. Por eso, el final, que ciertamente atraviesa el alma al conectarnos con el único personaje al que entendemos, sostiene con éxito la idea del discurso de la película, pero no sale airoso con un orden conjugado de factores (música, fotografía y guión). Si los separamos, podemos analizar sus aciertos y debilidades en cada caso, pero si los juntamos, “El baile de los 41″ avanza desencaminado.
Ver esta película puede ser un reto que sirva para entender un poco de ese contexto histórico y para deleitarse con los espacios republicanos en una de las producciones mexicanas de importante presupuesto. Puede no llegar a ese clímax exquisito que el público mexicano quería saborear en su momento, al ser uno de los hechos más conocidos en México y del cual tenían amplia expectativa, pero es un ejercicio reflexivo del que cada uno debería sacar su propio veredicto.
FICHA
Sinopsis: Un grupo de políticos mexicanos de la élite organizan la fiesta gay más importante, pero la autoridad organiza una redada para someterlos por rechazo a su orientación sexual. Entre los detenidos, estaba Ignacio de la Torre y Mier, yerno del presidente de México, Porfirio Díaz.
Duración promedio: 1 h 39 min
Género: drama, romance, histórico.
Elenco: Alfonso Herrera, Emiliano Zurita, Mabel Cadena, Fernando Becerril, Paulina Álvarez Muñoz.
Clasificación: +16
Año: 2021
Historias similares: “Call Me by Your Name” (Netflix), “La chica danesa” (Netflix), “Uncle Frank” (Amazon).
Calificación del autor: ★★★
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