Pedirle a Antonie Fuqua elevar el nivel en la recientemente estrenada parte final de su trilogía “El Justiciero” era un requerimiento sumamente complicado. Como no suele pasar últimamente, el director de 58 años había sido el mismo de las dos primeras entregas de esta historia basada en una serie de televisión del mismo nombre escrita por Michael Sloan y Richard Lidheim en 1985.
Con sus primeras dos entregas estrenadas en 2014 y 2018, “El Justiciero” enganchó en millones de espectadores a nivel mundial porque mezclaba osadas escenas de acción con un guion correcto, pero sobre todo gracias a la solvencia de su actor protagónico, el premiado Denzel Washington, quien, acostumbrado a interpretar roles sumamente exigentes en lo dramático (“El coleccionista de huesos”, “Fences” o “Malcom X”), también supo cautivar a los seguidores del género de acción.
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En “El Justiciero”, el retirado agente de inteligencia Robert McCall (Washington) intenta llevar una vida normal, pero las circunstancias de violencia, injusticia y ausencia de autoridad en los lugares que habita se lo impiden. En aquella primera película del 2014, nuestro protagonista trabaja como reponedor en un Home Center, y mientras ayuda a un colega con sobrepeso a ponerse a régimen para pasar el examen que lo acredite como guardia de seguridad, descubre que una joven a la que se encuentra siempre en el café del barrio, es explotada sexualmente por una brutal mafia rusa, con tentáculos en distintos ámbitos socioeconómicos.
Cuatro años después, “El Justiciero 2″ nos muestra a McCall como un taxista de aplicación que, inesperadamente, en una carrera aceptada en una noche cualquiera, descubre cómo un grupo de hombres de altos recursos abusan sexualmente de una joven a la que previamente habían drogado. Este acto heroico –similar en parte a lo descrito en el párrafo anterior—es solo el inicio de una historia aún mayor. Robert es, además, un vecino de un barrio (distinto al de cuatro años atrás) donde sirve de ‘consejero’ de un despistado joven afroamericano que parece al borde de perder el rumbo. Es en este proceso de apoyo a quien lo necesita, que el exagente se entera de la muerte de su exjefa en la Agencia, Susan (Melissa Leo). Pero cuando McCall intenta desentrañar los motivos y descubrir a los responsables del crimen, conoce el horror: detrás de todo están sus excompañeros de trabajo, con quienes supuestamente se formó con honestidad y rectitud.
Son varios los elementos que quedan claro de forma coincidente en las partes uno y dos de “El Justiciero”. Nuestro protagonista tiene una escala de valores superior al promedio, y es incapaz de negociar con cualquier delito o delincuente, sea tan poderoso como aparente. De la misma manera, hay siempre un afán de proteger a los más débiles. En la primera cinta, el personaje interpretado por Washington arriesga su vida por salvar a Teri (Chloë Grace Moretz) de la mafia rusa. Lo mismo pasa con los trabajadores del Mall donde funge como reponedor. Luego, en la segunda entrega, Robert hace algo muy parecido en distintas ocasiones. Primero (en una escena de acción brutal), recupera a la hija de una noble mujer de los brazos del padre abusador, al cual nuestro exagente le da una lección a bordo de un lujoso tren en movimiento. De la misma forma, el esfuerzo por ‘proteger’ al joven Ashton Sanders (Miles Whittaker) traza todo el argumento.
Aunque más allá de las acciones positivas de este superhéroe de carne y hueso, las dos primeras entregas de “El Justiciero” también presentan otras fortalezas inobjetables. La primera es, evidentemente, el buen trabajo de acción. Ya en 2014 y mucho más en 2018, Denzel Washington era un hombre mayor, sin embargo, el trabajo de dobles, las coreografías de luchas, pero sobre todo el buen empleo de la edición nos permitió ver escenas sumamente convincentes. Como cuando, en la primera película, el exagente le arrebata en menos de un segundo, la pistola a un mercenario de la mafia rusa que lo venía apuntando en la frente; o cuando –ya en la historia de 2018—McCall les da una verdadera paliza a los abusadores de su pasajera del taxi. Hay, pues, en el trabajo de Fuqua, un intento por ofrecer acción de primer nivel, sostenida en golpes de efecto que tienen siempre un nivel in crescendo (la pelea final de ambas entregas, primero con Marton Csokas y luego con Pedro Pascal dan prueba de ello).
Pero, en honor a la verdad, una franquicia como esta no se sostiene meramente por las bien trabajadas escenas de acción. Hay también una preocupación –al menos en las dos primeras entregas—por juntar un elenco casi siempre correcto. La joven Chloë Grace Moretz luce convincente como una chica incapaz de desprenderse de la mafia que la asfixia por su edad y belleza. David Harbour lo es también dándole vida a un policía corrupto que, recién al borde de la muerte, recuerda que sirve a la ley. Finalmente, en la parte dos, Pascal es lo suficientemente cretino para justificar haber matado a su exjefa con una frialdad que te escarapela la piel.
No obstante, es un elemento más bien emocional/psicológico que atraviesa las dos historias y que tal vez hermana a “El Justiciero” con exitosas franquicias que (al menos desde el papel) aspiran a más que historias de puños y disparos (caso “Búsqueda implacable” o incluso, tal vez forzando un poco las cosas, “John Wick”): estamos, ciertamente, ante un héroe atormentado por su pasado, el cual, de distintas maneras, se le aparece para no dejarlo dormir tranquilo.
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Porque Robert McCall es, más allá de un exagente de inteligencia con innegables habilidades para arrasar con ejércitos completos, un viudo. Hay en su mirada –elija usted si más en la primera que en la segunda entrega—cierto halo de tristeza o soledad que siempre le recorta el tiempo de sus sonrisas. Ese nivel de tormento o conflicto emocional que acompaña a nuestro villano y que encuentra pausas solo cuando este hace justicia por sus propias manos, sostiene al argumento porque le brinda al ‘Justiciero’ una segunda dimensión sumamente humana.
En su tercera parte, la franquicia comandada desde la dirección también por Antoine Fuqua se abre por distintos caminos. Ya no tenemos a Robert McCall en Estados Unidos, sino inesperadamente en Italia. Desde el inicio de la película –estrenada en Perú seis semanas después que en Estados Unidos y varios otros países del mundo--, lo visual toma la delantera y acompaña la habitual dosis de violencia de las películas anteriores: aunque detenido por dos sicarios, nuestro protagonista acaba de masacrar a un ejército de estos al interior de un viñedo cualquiera en Sicilia. Cuando el jefe del grupo delictivo que está detrás aparece, el exagente de inteligencia derrocha su habitual ironía antes de darle –como suele acostumbrar—unos segundos para que haga lo correcto. Todos sabemos que esto no ocurrirá, entonces se desata el epílogo de esta masacre.
Inmediatamente después de este show de balas y acción ocurre el primer (y lamentablemente) único plot twist de toda la película. Un niño –que vino junto al jefe de la banda en una camioneta y se quedó afuera de la hacienda—sorprende a nuestro protagonista y le dispara por la espalda. Inmerso en una situación que tal vez no recuerda en mucho tiempo, McCall cae e inclusive imagina lo que sería quitarse la vida. Total, está tan solo y tan lejos de todo, que difícilmente se recuperaría.
Todo esto, felizmente, se da vuelta. Por acción del destino o justicia divina, Robert McCall termina salvado por el médico más querido de Altamonte, descrito como un pequeño pueblo costero en el que todos parecen vivir humildemente y sin mayores preocupaciones. Es en este lugar que nuestro protagonista empieza su casi milagrosa recuperación. Quedan aquí a la vista los 68 años de Washington que, por supuesto, son los 68 años de McCall. Cabello con canas, arrugas, papada y aspecto algo desmejorado, acompañan al héroe de carne y hueso que fue capaz de enfrentarse a los mayores peligros en las dos primeras entregas de la franquicia.
Conforme el exagente se va recuperando, sin embargo, ocurre la develación de que no todo lo que brilla es oro. Altamonte, como gran parte de Italia, está sometido a las mafias. En esta ocasión, es un brazo de la temida Camorra que atemoriza a todos en el pueblo, cada vez con mayor violencia. Y aquí McCall encuentra la disyuntiva, una vez más, de si debe o no meterse en problemas solo para ayudar a personas que no encuentran un sistema de justicia o una autoridad de seguridad lo suficientemente veloz ni equipada para hacerle frente a la mafia. Hay en esta línea una escena muy bien lograda: cuando el ‘Americano’ –como le dicen todos en el pueblo— escucha por detrás cómo los mafiosos golpean a un vendedor de pescado, tiene a la vez en su punto de mira (muy arriba, en una especie de montaña) una cruz cristiana. ¿Cuándo y por qué me mandas esto otra vez? Parece pensar el personaje.
Quien atemoriza primero al pueblo es un joven descarado que responde al nombre de Gio (Eugenio Mastrandrea). Él es a su vez hermano del jefe de la Camorra local, Vincent (Andrea Scarduzio). Tras decidirse por salvar al pueblo que parece ser lo más parecido a un hogar, McCall se encuentra –como pasó en la primera entrega—frente a frente con una de las mafias más poderosas del mundo. Escalón a escalón, nuestro protagonista expone su integridad y es aquí cuando tenemos otro coctel de golpes, y explosiones. Tal vez menor en lo cuantitativo a las dos primeras entregas, pero similar en lo cualitativo.
“El Justiciero 3″ tiene como simbólico ‘premio’ el reencuentro en el casting de Washington con Dakota Fanning, actriz con la que muchos años atrás protagonizó “El hombre en llamas” (2004). Esta vez, ya adulta, espigada y madura, la actriz interpreta a Emma Collins, una agente de la CIA asignada en Italia que, inesperadamente entabla contacto con McCall.
En lo argumental, la tercera entrega de “El Justiciero” es, ciertamente más simple que sus predecesoras. Salvo el giro argumental descrito hace un par de párrafos, todo en lo posterior sigue la lógica. Así pues, para nadie es sorpresa que McCall se encariñe con el pueblo y finalmente decida salvarlo de las garras de la mafia siciliana. Asimismo, no hay ni un atisbo de tocar aquella segunda dimensión más humana del exagente. Solo en una ocasión la mesera de un café, Aminah (Gaia Scodellaro), intenta indagar en su pasado, pero sin mayor incidencia. Por último, en lo técnico, aunque las escenas de acción han escalado en lo violento, durante la primera hora del filme tenemos a ratos un interminable trayecto aéreo hecho con modernos drones. El recurso podría ser útil, pero abusar del mismo en algún momento desgasta incluso al más fanático.
En conclusión: ¿Puede el final de una trilogía dañar mortalmente a la franquicia en sí? La respuesta es claramente, no. Porque supo entretener a millones de espectadores durante casi una década. Porque tuvo en su protagonista a un cautivante héroe de carne y hueso, tan necesitado por el género de acción desde siempre. Porque escogió casi siempre un elenco aceptable y explotó adecuadamente lo mejor de cada uno. Porque cuidó sus coreografías y el trabajo con dobles para entregarnos escenas de acción audaces. “El Justiciero” cierra hoy un ciclo en el momento preciso, quedando en el recuerdo como una de las historias que fueron capaces de llenar miles de salas, ayudando así a una industria en crisis que, qué duda cabe, le debe mucho a la dupla Washington – Fuqua.
EL JUSTICIERO 3/CINES
DIRECTOR: Antoine Fuqua
Sinopsis: “Desde que abandonó su vida como asesino del gobierno, Robert McCall (Denzel Washington) ha luchado por reconciliar las cosas horribles que ha hecho en el pasado y encuentra un extraño consuelo en servir justicia en nombre de los oprimidos. Al encontrarse sorprendentemente como en casa en el sur de Italia, descubre que sus nuevos amigos están bajo el control de los jefes criminales locales. A medida que los acontecimientos se vuelven mortales, McCall sabe lo que tiene que hacer: convertirse en el protector de sus amigos enfrentándose a la mafia”.
Elenco: Denzel Washington, Dakota Fanning, David Denman, Sonia Ammar, Bruno Bilotta
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