Si hay una propuesta de marketing que, por décadas, se vendió bien en la industria de la publicidad, esa fue la briosa combinación entre el factor Francia y el amor. “Emily in Paris” escala con tenacidad hacia la cima de estos dos factores, pero también se desliza por el tobogán del sarcasmo, entretenimiento ‘americano’ y el melodrama fashion.
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El contexto de la segunda temporada nos dice lo mismo de siempre: París es mágico, tan magnético que se vive el romance desde el melodrama de matrimonios con una relación abierta, triángulos amorosos y secretos que irrumpen entre un hombre y una mujer embriagados de amor. Y toda la historia se ve desde la perspectiva de una mujer estadounidense que vive en Francia.
Un ejemplo está el difícil amorío entre el fotógrafo Erik DeGroot y la jefa de márketing de la empresa Savior, Sylvie, con la tercera persona en discordia, su esposo Laurent. Él le dice a ella: “No importa qué ni quién”, más allá de lo que una persona pueda sentir por la otra, parece haber un pacto implícito entre los personajes casados que nunca se rompe, a pesar de lo que sienten por otras personas.
Mencionar el personaje de la actriz francesa Phillippine Leroy-Beaulieu en un inicio, en lugar de a la protagonista Lily Collins, es más interesante, si de performance y dimensiones del personaje se escribe. Porque la estrategia de Sylvie, a quien interpreta Leroy-Beaulieu, atrapa en grande medida por su cálculo estratégico, poder femenino y la cadencia al caminar que le aporta a su carácter de mujer poderosa y sofisticada. No es Meryl Streep en “El diablo viste a la moda”, pero impulsa el aura de jerarquía y arrebato en la empresa, lo que combina muy bien cuando encuentra al amante perfecto, el fotógrafo.
Ver la línea narrativa de Sylvie en contraste con Emily es la marca de agua que no se ve a leguas. De nuevo: el amor francés versus el amor estadounidense. ¿Es que hay acaso un cuestionamiento al amor francés más libre, más múltiple? Cuando la protagonista quiere fluir con Gabriel, se frena cuando Camille intenta sacarla de su camino, gracias a los consejos de su madre (también francesa). En cambio, en Sylvie, no hay mayor presión, todo va andando, incluso cuando el obstáculo más grande entre ella y su amante es la edad, lo toma de forma práctica, sin tanto embrollo, porque todo es válido en el romance francés.
ALFIE
Emily llega a una ciudad mirando las calles con los ojos de yankee, específicamente de alguien que vive en Chicago, donde las relaciones entre un hombre y una mujer, en este caso, son menos frustradas por las indecisiones de la persona enamorada. Ella no sabe qué hacer, cuando Alfie, un banquero británico de su clase de francés, aparece en su vida, pues en este momento se encuentra lidiando con la pasión que siente por el chef Gabriel, a quien conoció cuando estaba en una relación con Camille.
Apenas aparece Lucien Laviscount en el episodio “Un inglés en París” suenan las alarmas del sarcasmo. Por una cuantas escenas, el guion dispara directo al cliché de Francia-amor, cuando su personaje, Alfie, se burla de la capital francesa, odia el romance “construido” sobre la Torre Effiel, detesta el café parisino y ve el idioma como la valla más tediosa y estresante que le ha tocado vivir en su vida. Entonces, hay un respiro a todo el empalagoso discurso sobre el amor.
Lamentablemente, todo cambia cuando cae enamorado de Emily y este es correspondido. Entonces, regresamos al momento plano de la serie, cuyo sostén es el romance al estilo ‘final feliz americano’ que termina con Alfie enamorado, no solo de ella, sino también de los clichés franceses.
MINDY, MADELINE Y UNA TERCERA TEMPORADA
Sin embargo, los personajes mencionados no son los únicos que la pasan mal en esta historia. Otra línea narrativa es la pareja de Mindy (Ashley Park) y el músico de la banda con el que toca. Entre canción y canción que se escucha en la serie para mostrar el talento de la actriz neoyorquina, hay un conflicto en ella por ser multimillonaria y querer sacar adelante su carrera en la música sin ayuda del dinero de su padre, a quien extraña. Lo cierto es que no hay mayor razón para agregar este amorío musical más que para propiciar reuniones entre los protagonistas. Sin embargo, ahí la vemos a Mindy, sumando al entretenimiento.
A la par, hay un nuevo personaje que se suma a la segunda temporada de “Emily in Paris”: la jefa de Emily, Madeline Wheeler (Kate Walsh), quien se presenta como la ejecutiva estadounidense embarazada que no entiende el sistema de trabajo de Savior, porque su estilo de llevar negocios no tiene que ver con tener buenas relaciones, o mantener amoríos y riñas entre empleados y clientes para firmar contratos. Algo que los franceses dominan con creces, según la serie.
Tras la llegada de Madeline, Sylvie tendrá que tomar decisiones, y como ya sabemos que es una mujer práctica, será quien dé el giro de 180 grados a la historia de Emily. Pero no acaba ahí, porque “Emily in Paris” deja varios hilos colgando para una tercera temporada, cuando la protagonista decide afrontar sus indecisiones y acabar con las mentiras, y busca a Gabriel. Entonces, además del estilo “Sex and the City” de la diseñadora Patricia Field en la serie, en una siguiente entrega se verá qué seguirá en el romance en esta entretenida, aunque cliché, producción de Netflix.
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