Javier Gómez cayó en el mundo audiovisual porque estudió periodismo, y también ya que estaba harto de ser periodista. Cuando Álex Pina, el creador de “La casa de papel” (Netflix), le envió un mail para charlar, su vida cambió. Si ese momento no habría ocurrido, jamás hubiera habido miles de fanáticos comprando una máscara de Dalí y un enterizo rojo inspirado en la serie española más exitosa del streaming desde 2018. En esta nota, te contaremos quién es el genio creativo detrás del boom mediático.
MIRA: “La casa de papel” parte 5, volumen 2: Netflix revela los títulos de los capítulos finales
Como cualquier otro periodista en España, estudió la carrera en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Y fue becado, pues a lo largo de su vida ha sido un estudiante de la educación pública, desde el colegio. En sus primeros trabajos, tenía un sueldo bastante bajo, pero eso cambió cuando le ofrecieron un trabajo como presentador del tiempo en la cadena La Sexta. Según comentó Gómez en una entrevista con Jot Down Cultural Magazine, ese fue el año (2006) en que pudo comprar un auto propio.
Trabajar en televisión más de 15 horas, aprendió que cada historia es increíble siempre que logra emocionar a las personas. Sus años como redactor de informativos le dio práctica, pero puede que uno de los éxitos que lo puso en primer plano como escritor y productor fue la creación del segmento La Sexta Columna. No cualquiera llega a ser artífice de un programa en España. Qué mérito.
“También es cierto que yo siempre me dediqué al periodismo con una sensación de contar historias y eso no ha cambiado. Nunca tuve un afán de dar exclusivas, aunque me gustaba la política, pero no me ponía a bombardearle a la gente para que me contaran algo. En el fondo me da igual saberlo antes que esperarme a mañana. Me gusta saber lo que está sucediendo”, comentó Javier Gómez a Jot Down Cultural Magazine.
Pero tuvo más suerte aún, cuando decidió dejarlo todo y dedicarse a escribir un libro, “El crimen del vendedor de Tricotosas”. El arte de la literatura, su genuina pasión, que se hizo realidad tras un colapso por tanta presión que recibía en el periodismo televisivo. Escribía cada día por dos meses, un capítulo por semana. No pasó más de un mes después y la Editorial Planeta le compró la idea dramática. Así, sacó su primera obra y salió bien de ese momento terapéutico en su vida.
La novela no tuvo tanto éxito que digamos, pero fue la puerta a “La casa de papel”. En el documental de la serie de Netflix, Javier Gómez comenta esto: mi obra escrita “es la historia de un fracaso”. No le gustaba a nadie, por así decirlo, pero, qué casualidad, “El crimen del vendedor de Tricotosas” sí le gustó a Alex Pina. Por eso, el productor de la serie le hizo la propuesta de trabajar juntos en el guion de LCDP y eso le permitió dejar de lado el periodismo.
“LA CASA DE PAPEL”
En un video publicado el año pasado por el Instituto Cervantes, Javier Gómez comentó algunos detalles sobre “La casa de papel” y su trabajo al crear los personajes. Por ejemplo, para elegir el alias del personaje de Manila (Belén Cuesta), que es parte de la niñez de Denver (Jaime Lorente López) en la serie, los escritores utilizaron tres criterios importantes: que sonara bien, que sea una ciudad española evocadora, y ya que es una producción internacional, que sea fácil de pronunciar. Al inicio, los nombres de los atracadores eran muy fáciles de seleccionar, casi al azar, pero conforme la ficción se hizo más y más famosa, los guionistas tenían mayores consideraciones.
“Hay personajes que nosotros queríamos que tengan algo del carácter de la ciudad con la que se le apodaba. Hay algo de alemán incluso en la postura de Pedro Alonso cuando interpreta a Berlín de ser un tipo recto, aunque luego tiene todas esas facultades que van hacia cualquier otro lado, pero en la génesis, sí que hay algo que a nosotros nos apetecía que tuviera”, comentó Gómez Santander.
El guionista de “La casa de papel” también comentó que cada vez que un personaje sale de la serie, porque muere principalmente, siempre es un proceso “que da pena”, porque el escritor ha establecido un vínculo afectivo con su creación, además él siente que pierde un valor importante que lo conecta con la serie que está escribiendo.