A dos pasos de la ventana, a tres de unos árboles que le dan sombra a la sala, el hijo de Don Francisco Bryce está sentado, elegante, esperando. Quince minutos antes de las cuatro, como manda su educación francesa. Son los primeros días de mayo y no lo esperan en abril. Hay unos libros ordenados en fila, como en el ejército. Una libreta en la mesa de caoba con nuestra cita y todas las citas. Una foto mirando -riendo- con Julio Ramón Ribeyro, el escritor peruano que fue uno de sus entrañables amigos. Solo se escucha el ruido del televisor, un aparato que ha sabido administrar con tres controles remotos, sin ninguna prisa. Más allá, un espejo a toda pared hace más grande lo que ya no puede ser.-Cómo estás, viejo, dice Alfredo Bryce.
Unos minutos, dos señores conversan. Afuera, en esta calle de San Isidro que le da la espalda al mar, están levantando un edificio. “Lima ya no es Lima”, bromea, “pero aquí todavía hay mucho silencio”. Es el reportero gráfico Rolly Reyna y el autor de La Amigdalitis de Tarzán, que vuelven a coincidir, esta vez, sobre la imagen que ilustra el libro con el que Alfredo Bryce Echenique hace una pausa en su carrera. El punto final, la verdad. “En serio, es el último”, aclara, por si quedan dudas. El libro se llama Permiso para Retirarme (Peisa, 2019) y es el tercer volumen de sus antimemorias, una colección de recuerdos, postales, aventuras que el autor peruano ha reunido a partir de una generosa idea: “Tratando de transmitir la sensación de que se está leyendo un libro muy familiar, muy íntimo, muy sincero y pues, lograrlo ha sido mi intención”. La foto de tapa corresponde al último viaje que Bryce Echenique realizó a Tarma, una ciudad en los andes peruanos que gatilla buenos recuerdos. Un valle donde vuelve a ver, como antes, a su silencioso padre, Francisco Bryce.
Ha dicho usted que Permiso para retirarme es su último libro. ¿No podría repensar su decisión?No es mi parecer, como dicen (risas).
¿Por qué tiene tanto significado la foto de la portada?Por mi padre, Francisco, un hombre al que yo admiraba muchísimo. A él le encantaba ir a Tarma y a mí me encantaba por él.
¿Por qué?Mi padre había vivido de chico allí. Era muy tímido él, poco dado a hablar, muy silencioso. En casa nadie quería acompañarlo y quedaba yo, para enrumbarme con él cada vez que así lo quería. Era lindo saber que viajar a Jauja era un motivo para estar juntos. Íbamos manejando. Mi padre era súper callado, tímido. Y a fuerza de estar solos en el carro, podíamos conversar. Una vez, y yo estuve allí por eso lo cuento, fuimos a que se corte el pelo y el hombre le dijo, muy serio, a mi padre:-Entonces..., ¿cómo quiere que le corte el señor?-Sin hablar, por favor, le dijo. Ese era mi padre.
A veces es mejor callar que hablar sin tener nada bueno que decir, ¿no?Ya lo creo, a veces es mejor.
¿La foto corresponde al último viaje que hizo usted a Tarma?Sí. Desde entonces no volví a ir pero volveré. La eligió Germán (Coronado), mi editor (en Peisa) y me gustó mucho. Estábamos en la hacienda La Florida, de unos primos de Julio Ramón Ribeyro y fue allí que escribió ese cuento maravilloso Silvio en el rosedal. Eso también influyó mucho.
Entonces, este último libro también es un homenaje para él.Mi familia tenía una bonita costumbre: las comidas franciscanas; cada uno llevaba una fuente de algo y compartíamos. A mi viejo le sacaban, entre copa y copa, sus historias de una larga vida como marino mercante. Cosas como que había cantado en el (teatro) Scala de Milán con Carusso. Una vez -contaba- descubrió un tenor peruano. Lo oyó cantando un vals criollo y le pareció una voz excelente. Se lo llevó a Milán y este hombre triunfó con Carusso, con Tito Schipa. Este hombre llegó a Lima luego de otros años y recordó a Giuseppe Francesco Bryce. Ese era mi padre. Una cosa que nunca pudo probar es que había sido torero en España...
A las 5 en punto, Alfredo Bryce tiene una entrevista pactada con agencia EFE: parte del último tour. Aquí se acaba la nota. Va a hablar de La Amigdalitis de Tarzán, de Tantas Veces, Pedro, de Ciclista Lima y la 'U', el equipo donde fue arquero sin guantes de sus calichines -“y muy bueno”, de las presentaciones del libro este 16 de mayo en Lima y el 25 en La Punta. La foto de la tapa de Permiso para Retirarme no solo es nostalgia; también es una postal que está en su habitación, tamaño familiar, impresa a blanco y negro, casi debajo del Sillón Voltaire.
Quizá en el cuadro no se noten los colores de la provincia, tanto como en la memoria: la silla de madera barnizada en la que descansa, la boina a cuadros gris, el pantalón de corduroy que tan bien combinan con los zapatos sin pasadores. Y el polvo que los decora, símbolo de Tarma, su padre, de todo lo que caminó y que ya es hora de irse.
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