Debo de haber estado demente la primera vez que hice canotaje en el Utcubamba. Fue hace como 20 años o más. Trabajaba en un reportaje sobre café. Fuimos a Chiclayo, donde se trataba y exportaba el grano, y luego a los centros de producción agrícola, en Cajamarca y Amazonas, con el hijo del empresario, que se había hecho aficionado al canotaje en EE.UU., y llevaba una balsa encima de la camioneta. De pronto, estacionó el vehículo a medio camino entre Bagua y Pedro Ruiz. Miró al Utcubamba, encrespado y marrón, que corría en busca del Marañón, y decidió que era un buen sitio patrio para mostrar su reciente pericia. Craso error. Era época de lluvias y no hubo reconocimiento previo. La balsa se volteó en el primer rápido, mi compañero Jesús Quispe casi se ahoga y nos arrastramos a la orilla como gatos mojados.
Ahora todo es diferente, no hay que mandarse como el “loco” Lope de Aguirre a una aventura ciega. La empresa Chacha Rafting (T. 9618-67589), con curtidos guías formados en Lunahuaná, que ofrecen experiencia y seguridad, permite que se pueda disfrutar del recorrido que se inicia en Churuja (a 40 minutos de Chachapoyas) hasta Pedro Ruiz, con el necesario aumento de pulsaciones al atravesar rápidos de nivel 3 plus, para que no sea tampoco la versión fluvial de Paseando a Miss Daisy.
Además de las paredes verticales de este apretado valle, que seguramente cobijan aún sarcófagos de la cultura Chachapoya, se aprecian muchas aves –como el martín pescador y la garza solitaria–, también nutrias y muchas chacras de café, que ahora ya no me produjeron los escalofríos de antaño.