Sostiene la leyenda urbana que, si bien Gustavo Cerati murió sobre cama clínica en Buenos Aires en el 2014, empezó a matarse en Bogotá cuatro años antes. El lugar en que habría sucedido este suicidio de efecto retardado fue un bar de solera, no discoteca, el muy respetable Armando Records del barrio de Cundinamarca. Su dueño, el músico colombiano Armando Fuentes, migró a Europa en los setenta llevando sus nativas influencias de cumbia y de la Fania All Stars, donde consolidó su amor por el rock según el evangelio de David Bowie. Fue al volver a su país que Fuentes compró un edificio en la calle 85 donde montó el bar en el que reuniría todos los bares de su vida. Y al costado puso una pizzería, por aquello que la comida da más que el rock. La pizzería estaba abierta pero el bar no cuando llegué a la calle 85. Eran las 10 de la mañana y la cerveza estaba fría. La pizza, no tanto.
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Antes de pisar Colombia Cerati estuvo en Lima. Aquí llegó con su novia Chloe Bello, a quien le llevaba veintinueve años de diferencia esparcidos a lo largo de un metro ochenta de juventud argentina. Por ella no salió del hotel esa noche limeña (1). El concierto en el estadio de San Marcos fue memorable para los que asistieron, aún inadvertidos de que sería el último que diera en el país. No tocó ninguna canción de Soda Stereo. Tenía dos entradas para ese concierto pero no fui. Creo que desanimado por el tráfico, la abulia, el innoble paso del tiempo.
Había visto a Soda Stereo desde su auroral concierto en el Amauta, últimos meses de 1986. Eran tiempos en que reinaba el vinilo y la radio tocaba música que en realidad sí querías escuchar (no existían el reguetón ni sus variantes). Por lo menos cinco temas del primer disco de Soda sonaban en las radios desde el 84, lo que logró que el Gran Coliseo Amauta, otrora plaza de toros descartada por los vientos huracanados de Chacra Ríos, se llenara durante tres días seguidos para escuchar a los argentinos de rimbombante coiffure tocar en vivo la música de la radio bajo una acústica aun peor que la del tocacasete (2).
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Siempre de acuerdo con la leyenda, Cerati llegó solo a Bogotá en el 2010. Con la novia se acostaba tarde. Sin ella, tardísimo. Chloe ya había viajado de Medellín hacia Madrid, donde él la alcanzaría pronto. Temía eso, pues con una trombosis en la pierna a cuestas los viajes aéreos largos eran un pesar. Además, los 22 años de la novia-modelo sugerían el uso crónico de sildenafilo, una trombosis inducida en otra parte. Riesgos del costo/ beneficio.
Poca gente fue a ese concierto en el Campín de Bogotá. No más de 2.500 personas. Cerati ya se había encajado unos whiskys antes de llegar al Armando Records. Los tres pisos sin ascensor le tomaron más trabajo de lo normal. Hay quienes aseguran haberlo visto estacionado toda la noche frente a una mesa pródiga de coca, chicas y coca. Así hasta que cerraron el bar ya de día. Horas después volaba hacia el último concierto en Caracas con una bomba vascular en la cabeza.
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Supuse que la mesa de Cerati había sido una en la esquina, alejada, con la mejor vista del tenuemente iluminado tercer piso del Armando Records. Sentado ahí con un trago imaginé que debía esperar que sucediera algo. Una pareja se besaba lenta, tímidamente, según las formas del amor innecesariamente cauteloso. No sonó ni una canción de Gustavo Adrián Cerati Clark. Debí haber sido más explícito.
(1) Lo que no sucedió en el 2007, cuando se madrugó en la discoteca Nébula de Miraflores. (2) Los Soda terminaron una de esas noches en el Pabellón de Caza. Nosotros nos fuimos a comer anticuchos al Rancho. Ahí había alguien del grupo peruano que los había teloneado, Danai & Pateandolatas. La cantante, Danai, murió de un infarto en el 92. El Rancho cerró en el 2008.