Lo primero que sientes es la energía que te levanta en peso. La vista enloquece pero también el olfato, que llama al gusto y que a su vez llama al estómago. Un mimpao te guiña el ojo achinado desde una vitrina empañada de vapores melosos. De los kioscos verdes emergen manos que te llaman a conocer tu destino. Los inciensos te penetran como hisopos en las fosas dilatadas y a punto del estornudo. La calle donde capaban cerdos, Capón, chilla de llaveros, amuletos y medallas con la imagen opulenta del chancho. El chancho como metáfora de la abundancia y las barrigas en apogeo bursátil.
Y es que el Año del Cerdo rige para los creyentes de la astrología oriental y más para los que llegan aquí en busca de un chancho con tamarindo y su litro de bebida nacional, pero zero. Liliana Com, la famosa anfitriona del Wa Lok, recuerda que el Barrio Chino fue siempre un hervidero de gente más que un desplumadero de patos. Ella nació entre el Congreso y el Mercado Central y los desayunos chinos eran siempre un festín de aromas, colores y sabores. “Los platos desfilaban uno tras otro y con ojos de niña todo era mágico”, señala quien trabaja en el chifa más requerido de Paruro y también famoso por sus coloridos pasteles.
Aquí llegan ciudadanos chinos para probar el primer chifa de sus vidas. Y es que los sabores intensos de la sazón chino peruana tienen ya muy poco que ver con la gastronomía china original, ahíta de vegetales y mesura.
El chifa, en cambio, es arrocero y pollero y siempre patero. Y ahora hasta le entra al cuy.
En el restaurante San Joy Lao es posible comer cuy deshuesado con salsa tipakay o chijaukay. Y también es factible empujarse un arroz chaufa con choclo que atoraría al propio Bruce Lee de lo audaz que se presenta. Es simplemente exquisito. Y para nadie es un secreto que lo último en fusión chino peruana se llama el ‘mostrito’, una mezcla de chaufa con pollo a la brasa y papas fritas más todas las cremas. Este invento de las pollerías de barrio no llega a Capón aún. Pero ya llegará.
Hay otra energía del Barrio Chino que se va extinguiendo. Los migrantes llegados de Cantón prefieren alojarse en otros distritos y no en el inseguro centro limeño. Ni qué decir de los descendientes, que ahora solo vienen a la zona para atender sus negocios o para saborear un sabroso desayuno. Hace poco falleció el último acupunturista de Paruro, el mismo que atendía en el edificio de la Beneficencia China. Mientras el legendario Barrio Chino, que empezó a mediados del siglo XIX con la fundación del primer Mercado Central, va quedándose sin orientales, otros barrios chinos surgen en otras partes de Lima.
Lo que va quedando en Capón y alrededores es un rosario de instituciones dignas de visitar. La principal quizá sea el edificio de la Sociedad Central de Beneficencia China, con su extensa biblioteca y reliquias llegadas del lejano oriente. Se conserva un retrato del primer embajador chino en Lima y edictos firmados por el propio emperador.
Existen unas doce sociedades que sobreviven desde la llegada de los primeros migrantes y se agrupaban de acuerdo con su dialecto o ciudad de procedencia, al estilo de los clubes departamentales.
La que conserva el edificio más espectacular es la sociedad Tung Sin, cuyo local es lo más parecido a un templo budista. Un altar ubicado en los altos de una vieja quinta del jirón Huanta. Hace años atendía aquí el señor Germán Ku a todos los que quisieran conocer el destino a través de los palitos del I Ching. El sabio Ku falleció y ahora el lugar ha entrado en un estado de letargo que apena.
Sería una excelente idea que, así como hubo anteriores campañas que remozaron el Barrio Chino, en el futuro se inicien los trabajos de conservación de altares como este. Quienes lo visitan pueden respirar el tiempo detenido durante un siglo y medio y ver reliquias, como una imagen del dios Kuan Kon de 170 años de antigüedad. Este santo llegó a tener devotos peruanos, que lo rebautizaron como San Kon.
Esto podría convertirse en un interesante museo que guarde la memoria de una migración que hizo del Perú un país más diverso.
Felizmente se mantienen otros altares en Paruro, que guardan bajo llave tesoros inimaginables. El edificio de la sociedad Pun Yi conserva una lámpara decorada con plumas verdes de pavo real, que ya solo existen en el Barrio Chino y ni siquiera en la propia China.
“El Barrio Chino sigue conservando su esencia”, señala el historiador Miguel Situ. En Capón aún hay hierberos que hacen tratamientos a personas de bajos recursos económicos y se mantiene un espíritu que no existe en ninguna otra parte de Lima.
Lo más nuevo en las galerías de Paruro y Capón son las grandes tiendas de productos importados de China, donde es posible comprar cualquier producto o alimento empaquetado en el Imperio Celeste. Por ejemplo, una oportuna caja de té oolong para digerir el chancho con tamarindo.
Nos vamos con la frase escrita en el famoso arco de Capón: bajo el cielo todos los hombres son iguales. //