Después del primer clásico ‘U’-Alianza del 2018, a días de la partida de Daniel Peredo, lo primero que hice al sonar el pitazo final fue buscar su número en el celular. Quería hablar o chatear con él, comentar el partido. Lo vi varios segundos. Deseaba desesperadamente que no fuera verdad que ya no me podía responder. Guardé el teléfono con resignación: ¡Qué injusto, caray! En el año que iba a ser su mejor y más esperado año, pero mi amigo se nos adelantó. Daniel era un gran amigo, de esos que sabía estar en las malas de verdad, que no preguntaba mucho pero que sabía decir presente. Un amigo de esos que se cuentan con una mano.
El primer recuerdo que tengo de Daniel es una anécdota de mi etapa como futbolista. A pocos días de que nazca Santiago, mi primer hijo jugué contra Unión Minas con Sporting Cristal. Hice mi único gol de celeste de cabeza por lo que me tocó hablar frente a las cámaras de Red Global. El reportero era Daniel y tiró una frase que hoy me da risa:
-Cómo habrá sido de fácil el partido que hasta Rebagliati anotó. Hola, Diego...
Era julio de 1996 y el Cristal de Carbone había goleado 7-1 al Unión Minas.
Después, en mis primeros pasos cerca a la prensa nos veíamos en la redacción de la revista Once, a fines de los noventa. Ahí su memoria alucinante y su humor rápido y negro me impresionaron. Me confiaron, luego, la gerencia deportiva de Cristal y le propuse que sea el jefe de prensa en el año 2002. No solo era el encargado de los medios, era la mano derecha perfecta para todos, para el presidente, para el técnico, para los jugadores y especialmente para mi. Su simpatía y empatía cautivó a todos y en Cristal dejó muchos amigos.
El cargo le enseñó que es lo qué pasa en la interna de los clubes y eso no pasó desapercibido en lo que fue Daniel posteriormente como periodista. Siempre lo decía: “Después de Cristal nunca volví a ser el mismo. Me abrió la cabeza para entender el fútbol desde otro lugar, aquel que normalmente es misterioso e intrigante para el comunicador”.
Su relación con Autuori fue muy estrecha, y eso luego le permitió generar un vínculo cercano,con otros técnicos como Chemo del Solar, Sergio Markarian, Daniel Ahmed, Claudio Vivas y Mariano Soso entre otros, soy testigo como ellos lo llamaban permanentemente para escuchar sus opiniones y consultarla temas. Curiosamente con Ricardo Gareca, que estuvo muy consternado por su partida, fue con el que menos diálogo tenía.
En Cristal además, Daniel conoció a Milagros, su esposa, con quien le he visto formar una hermosa familia. Frutos de ese amor son las hermosas Daniela y Fátima, sus hijas.
¿Quién era Daniel? ¿En quién se convirtió? ¿Sabía lo importante que era? Lo voy a explicar con la anécdota que todos le recuerdan, la corrida de Vargas y el gol de Fano a Argentina. Al día siguiente, como siempre hacíamos, salimos a almorzar, fuimos al Pez Amigo y justo estaba la repetición del partido y ahí se escucho por primera vez.
Él aún no se daba cuenta de la magnitud de tal relato. Me contó que agradecía que Alberto Beingolea le había dejado cerrar todas sus frases. Por ahí, le parecía un poco exagerado decir “los huevos de Vargas”. Pero no se dio cuenta hasta que pasaron días, meses y años que ese relato marcó su carrera. No lo vi emocionarse tanto hasta el gol de Jefferson Farfán a Chile en el Estadio Nacional por las Eliminatorias a Brasil 2014. Esa narración la preparó, la esperó y fue soltando cada palabra con una carga de pasión desbordante.
Jefferson siempre fue su debilidad. La última gran emoción no fue pública, y me la contó él, en Quito. Luego del impresionante relato final del gran triunfo en las alturas y de bailar llegando al hotel, se quedó solo en el cuarto del hotel y se quebró, lloró desconsoladamente solo por diez minutos sin parar, descargando todas las frustraciones vividas con la selección. “Ahí en Quito me convencí que íbamos al Mundial”, me confesó.
El 2015 me lleva a la radio y, dos años después, nos sentamos con Franco, Pedro, Ramón y José para hacer “Al Ángulo”. El espíritu del programa lo trasladamos de nuestras conversaciones diarias. Somos amigos que hablamos de fútbol con la misma naturalidad de si estuviéramos en una sala, un parque o en el set de Movistar. En paralelo comenzamos a juntarnos los lunes por las mañanas para jugar pichangas y seguir hablando de fútbol. Ahí nos cogió la desgracia. Inexplicable, nos dejó sin respuestas y con un vacío enorme, imposible de llenar.
Estaba todo preparado. Íbamos a trabajar juntos en Rusia 2018 para la radio y Al Ángulo. Es imposible, no despertar diariamente con la sensación de que tengo que llamar a Daniel para comentar algo nuevo. Para decirle, por ejemplo, lo bien que nos fue en los amistosos ante Croacia e Islandia en Estados Unidos. O rompernos la cabeza jugando a adivinar la lista de Gareca.
Mi amigo se ha ido sin imaginar en el gran periodista que se convirtió. Al nivel de Pocho y el Veco, creo yo. Fue capaz de conectar con la gente desde el lugar del comunicador serio pero cómplice y generar un gran sentido de pertenencia en el hincha peruano. El cariño que le demostraron en su despedida en el Estadio Nacional ha sido para su familia y los amigos más cercanos el consuelo lleno de orgullo que amengua la pena. La gratitud no deja de llegar. A Daniel le hacen murales y le rinden homenaje con sus mejores frases. Les agradezco a todos porque colaboran en hacer más inmortal su nombre. Él fue el más feliz de todos el 16 de junio cuando sonó el himno en Saransk.
Te extraño todos los días, Peredo Menchola.
**Este texto se publicó el 19 de febrero del 2019, a un año de la partida de Daniel Peredo. Lo republicamos ahora, con autorización de su autor
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