Debo confesar que jamás pensé ir a Finlandia. Es decir, no está en la lista de países por conocer, que por allí uno puede elaborar. Seguramente estarían España, Francia, Italia, Portugal, Inglaterra, Alemania y un largo etcétera antes de llegar a Finlandia. Pero bueno, llegué a Finlandia por ciertas cosas del destino y debo confesar también, que no me veía escribiendo esto ahora, casi 9 meses después.
Llegué al país más feliz del mundo un 29 de junio del año pasado. Luego de un largo periplo que inició en España, para visitar a la familia, siguió por Rusia, mientras la selección peruana disputaba los 3 partidos del grupo C en el Mundial y que luego me llevó hasta Finlandia.¿Por qué Finlandia?Simple. Comprar un vuelo desde Rusia hacia cualquier otro país europeo era carísimo en la época del Mundial (junio y julio 2018), entonces había que tomar decisiones. Las opciones, luego del partido entre Perú y Australia en Sochi (sur de Rusia) eran Georgia, Ucrania, Bielorrusia Finlandia y Estonia. La ruta más larga, créanme, la más larga, era hacia Finlandia. 38 horas en tren desde Sochi hacia San Petersburgo. Salir el 27 de junio y llegar el 29. Así de maratónico.
Desde San Petersburgo podía tomar un tren de alta velocidad que en 3 horas me dejaría en la capital de Finlandia, Helsinki. Aproveché todo el 29 para pasear por San Petersburgo y en la noche me dirigí a la estación de trenes. El viaje (a picos de 220 km/h) duró poco más de 3 horas y llegué alrededor de las 11:30 de la noche (hora de Finlandia) a a Estación Central de Helsinki.
Había que caminar unos 5 minutos para llegar al hostel donde iba a pasar la noche. Era viernes y en las calles se respiraba tranquilidad. Pasos peatonales en cada esquina ayudan a que mi desplazamiento -con maleta incluida- sea lo más práctico posible. Poca gente en las calles, un clima bastante agradable para ser casi medianoche y listo, casi al llegar al hostel me recibe una calle con luces encendidas con bares y restaurantes. El cansancio me gana luego del largo día en Rusia, así que opto por ir a dormir.
Las personas con las que uno comparte habitación en el hostel ayudan a poner en práctica el poco inglés que manejo. De dónde vienes, cómo llegaste hasta aquí y más preguntas se intercambian entre todos y varios están de paso, algunos haciendo turismo por unos días y otros en viajes por trabajo. Muy pocos, como yo, llegaron a Finlandia luego de pasar por Rusia.
Salgo a caminar ahora sí con la convicción de conocer un poco más de esta ciudad que será nuestra base por casi 48 horas más. Algo para contarles: el centro de Helsinki es pequeño, todo está cerca: plazas, la estación de tren, malls, monumentos históricos y lugares para visitar y, cómo no, el Mar Báltico que rodea toda la capital de Finlandia.En la calle es común ver coloridos carteles (realmente coloridos) y algo comienza a llamar mi atención: la gente también se ha vestido de colores. Pelucas, disfraces, carros decorados, todo es color aquí en Helsinki y comienzo a entenderlo. Fines de junio: la marcha del orgullo gay ha tomado esta ciudad. Conciertos en las plazas públicas. La Plaza del Senado (Senaatintori) es el lugar elegido para que miles de personas se congreguen.
Entonces entendí que lo que estaba viendo era felicidad. Y no era gente gritando a los cuatro vientos su orientación sexual, sino mas bien gente que se respetaba, que se aceptaba los unos con los otros y vivían bien. Desde el cuerpo de seguridad que vigilaba todo lo que pasaba, desde aquellos que subidos en un autobús alegórico gritaban palabras que no podía entender (en finlandés), y todos aquellos concentrados en la plaza: adultos, parejas, familias completas, jóvenes y niños, todos entendían que partiendo del respeto mutuo podían construir una mejor sociedad.
El problema ahora surgía en que quería tomarme una foto con la catedral de Helsinki de fondo (la que ven en la foto anteriormente colocada). Ya tenía mi foto con la multitud y la iglesia de fondo, pero, luego me puse a pensar en cuánto tiempo esto se liberaría. Caminé algunas calles más hacia el malecón, miré todo a mi alrededor, pensé una vez más, qué bonita es esta ciudad. Compré un helado, volví, y...
Por la tarde, había que buscar un lugar para almorzar. Debo contarles que Helsinki es una ciudad muy cara. Busqué una feria que queda al lado del puerto en donde cientos de personas se juntan para hacer compras, comer o simplemente disfrutar la vista. Yo elegí todo lo antes mencionado.
Para la noche, ahora sí, había que ir a por algo de diversión. Estando solo y en una ciudad desconocida opté por ir a una discoteca local. El buscador de Google me muestra varias opciones y me decido por una. Quedaba a unas 5 cuadras de mi hostel, así que caminé como para disfrutar cada minuto de esta ciudad que impacta por su orden y tranquilidad.
Bueno, tranquilidad es lo que menos hubo en la noche de Kaarle XII (Carlos 12). Gran cerveza artesanal, buena música (entre electrónica, rock, pop y algunos clásicos latinos de reggaeton -felizmente) y un gran ambiente hicieron de esa noche una gran fiesta.
Al día siguiente (cuando resucité) decidí pasear en yates que partían desde el puerto donde anduve el día anterior. El paseo, alrededor de 20 euros, duraba casi 2 horas y llevaba a los turistas hacia Suomenlinna, una especie de fortaleza que es patrimonio de la Humanidad al que se accede por vía marítima.
Tiene hermosas vistas Helsinki, capital de Finlandia, y me hubiera gustado quedarme más tiempo. Pero si uno fue feliz en 48 horas, ¿por qué no podría serlo más tiempo? Esa es la tarea pendiente para mi retorno -si se da-, preguntarle a los residentes de aquí si tanta felicidad es cierta.