Un día de 2014, ‘Carloncho’ (alías Carlos Soto) caminaba por el antiguo camino inca (Qhapac Ñan), el mismo que recorriera Atahualpa para caer en la emboscada que le había tendido Pizarro, y de pronto percibió una presencia inusual en el minúsculo río San Lucas. Se acercó y resultó ser un ave poco común de observar en Cajamarca, el chorlo gritón (Charadrius vociferus), cuya distribución geográfica, según el reconocido libro Aves del Perú, de Tom Schulenberg, solo está en la costa.
Resulta que ‘Carloncho’, que estaba camino a su casa, no era un transeúnte cualquiera, sino un conspicuo miembro de los Cajacho Birders, los pajareros más afanosos de esta localidad. Alzó la vista y al frente se estiraba el Petar (planta de tratamiento de aguas residuales) que había dejado de funcionar tres años antes y se había convertido en una floreciente campiña, con seis grandes pozas que ahora filtraban agua limpia y sin olor. “¿Será posible?”, pensó.
Lo era. Solo impedir que la gente ingrese había permitido que la vida se abra paso. Los totorales han brotado sobre los espejos de agua que cobijan especies de aves que vienen desde Canadá o México. Kattia Villegas, que estudia Ingeniería Ambiental, está haciendo su tesis sobre el lugar, y dice que una vez vio 600 yanavicos y 300 garzas blancas en el Petar. Para que un lugar califique como Área de Conservación Ambiental basta que haya 700 ejemplares en total. O sea que califica.
“Estos pueden ser nuestros pantanos de Villa”, señala Carlos Díaz, cabeza de la operadora Green Tours (greentours.com.pe), que lleva viajeros a ver aves por todo el país. Con una inversión mínima, el sitio más repudiado de la ciudad se puede convertir en un bello escenario natural. Y sería un golazo para cualquier autoridad. Tome nota, señor Andrés Villar, alcalde electo en Cajamarca. //