Fiel a una receta, las películas de James Bond deben su enorme éxito a la inclusión de los ingredientes de siempre, agitados pero no revueltos como en su coctel favorito. La repetición es un ofensa dicen, salvo en este caso. Un Bond histórico, Roger Moore, decía que el truco en el fondo se asemejaba a leerle un cuento a un niño. “Mientras no te alejes demasiado del original, el chico estará feliz”.
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Las películas de James Bond, que ya suman 25 con la reciente Sin tiempo para morir, son un vehículo de escape para fantasías masculinas de poder, algo que no ha variado mucho salvo el tono que va de acuerdo a la época. Con Sean Connery todo era artificio y humor ligero; con Pierce Brosnan, la violencia estaba fuera de control. Hoy día, con Daniel Craig, Bond tiene un tono más aterrizado. Su arrogancia y alcoholismo no son signos de hombre fuerte sino defectos de su personalidad, que le juegan en contra.
Ingredientes en las películas de James Bond
1) Acción: Suele ser explosiva y desde el inicio, para no dar tregua al espectador. En los últimos años, las secuencias de apertura se han sofisticado hasta lo imposible. Hemos visto a Bond hacer parkour, caer de espaldas de varios pisos y atravesar paredes como si nada, apenas ensuciando su traje Gucci, diseño de Tom Ford.
2) Gadgets: infaltable en toda saga, estos artículos puede ir desde autos de lujo como el Aston Martin, convertido en un auténtico tanque urbano, con ametralladoras y otros trucos, hasta maletines, lapiceros o relojes convertidos en armas letales o de espionaje gracias al ingenio de Q, el científico del MI6.
3) Los archivillanos. Hijas de la Guerra Fría, las cintas de Bond están llenas de malos de nacionalidades orientales o del otro lado de la cortina de hierro. Ahí estaban el Dr. No (China); el millonario Auric Goldfinger (Alemania); el líder de Spectre, Ernst Stavro Blofeld (Polonia); el gran jugador de poker Le Chiffre (Estonia), etc. Todos quieren perturbar el orden mundial y el imperialismo que el MI6 y la CIA controlan.
4) Los tragos. Casi no hay película de Bond que no incluya una escena de bar y al espía pidiendo un coctel, con indicaciones precisas de cómo o quiere. Ya sea en bares lujosos de sitios exóticos o en los sitios menos suntuosos, en algún momento nuestro héroe irá para aplacar su legendaria sed después de un momento de stress.
Las Chicas Bond son un capítulo aparte. Su inclusión es gravitante en la construcción de la franquicia como la gran fantasía escapista masculina del siglo XX. Por lo mismo, resulta problemático notar, en este siglo, la pobre representación de las mujeres, reducidas a lo decorativo. Hoy sería imposible concebir escenas como las de Sean Connery, el primer Bond, acosando a subordinadas (secretarias, enfermeras) aquí y allá o dándoles una palmada en el trasero y despachándolas mientras les dice que tiene que “hablar de cosas de hombres”.
CLAVES DEL ÉXITO DE LA SAGA MÁS LONGEVA DE LA HISTORIA DEL CINE
James Bond nació de la imaginación del escritor británico Ian Fleming (1908-1964) quien desde su primera novela, Casino Royale, concibió al personaje como su alter ego soñado, en algunos casos basándose en sus experiencias de cuando trabajó para el servicio de inteligencia naval de su país durante la Segunda Guerra Mundial.
El escapismo que proponen estas películas parece diseñado para conectar con fantasías de la niñez y adolescencia, épocas felices en las que el ser humano se siente invulnerable y desea la libertad que la tutela paterna les priva. Bond, por ejemplo, carece de límites. Va donde quiere y puede hacerlo todo. Incluso tiene licencia para matar. Lo explicó mejor Sam Mendes, director de Skyfall, acaso la mejor de todas las entregas: “para hacer una películas de James Bond tienes que conectar con tu adolescente interior”.
La psicología también ha opinado sobre el éxito de Bond. En un informe del 2008 en New Scientist se revelaba que el eterno encanto de Bond podría deberse a la presencia de tres rasgos de personalidad que llaman “la triada oscura”, pues lo tienen los sociópatas y los psicópatas. Estos rasgos son el narcisismo, la impulsividad y la manipulación. El 007 arquetípico es un hombre seguro de sí mismo, que no vacila en disparar primero y preguntar después, así como en aplicar estrategias de engaño para conseguir sus fines.
Para el crítico de cine Isaac León Frías, Bond gusta porque es el retrato mitificado de un hombre común. “Él no es Superman, no pelea con máscara, no tiene superpoderes. Más bien proyecta la imagen de un triunfador, de un hedonista y mujeriego que sabe cómo moverse tanto en los círculos del jet set como en los bajos fondos”, dice. Destaca, además, el atractivo valor de producción de sus películas y el papel del agente secreto en el ajedrez geopolítico. “No olvides que Bond es un espía que trabaja al servicio del Imperio Británico y, por tanto, sus acciones y su discurso postulan una cierta superioridad de Occidente que a muchos gusta”. //