Un golpe de viento alzó víboras de polvo cuando ingresamos a Coyungo, pueblecillo donde nació, en 1942, el gran escritor Gregorio Martínez. Es un territorio casi virgen, pues el flujo de turistas a San Fernando se centra en la zona sur de esta área protegida.
La expedición no habría sido posible sin apoyo de la Universidad San Luis Gonzaga de Ica. Precisamente íbamos en compañía de estudiantes de este centro de estudios, que realizan evaluaciones en una zona en donde no hay un puesto de control del Sernanp, y se hace necesario el apoyo de la sociedad civil, para denunciar, por ejemplo, la existencia de mineros informales. La vía, saliendo de Coyungo, se tornó escabrosa, pero teníamos a la vista bosques de guarango al borde del río Grande.
No nos cruzamos con nadie hasta llegar a la playa Santa Ana, en donde se levantaban casas de esteras ocupadas por amables pescadores que nos permitieron pasar la noche. Ellos nos dijeron que la cantidad de zorros, activos de noche, era superior a la de Homo sapiens. Lo que vimos al día siguiente fue abrumador, incapaz de describirlo con palabras: el encuentro del río Grande con el océano Pacífico, ese estuario pleno de aves (desde flamencos hasta huerequeques), vegetación y una geografía privilegiada; fue simplemente inolvidable. La experiencia fue tan gozosa y delirante como leer un libro de Gregorio Martínez. Con eso, todo está dicho. //