No era gigante como Dimas ni serio como Rubiños. Y tampoco tenía ese físico de atleta que las crónicas de los 30 elogian en el Mago Valdivieso. Ramón Quiroga era, vistos ya todos sus partidos en Mundiales, un arquero atajador muy consciente, astuto al punto de que cualquier desventaja debía ser superada con valentía. Si le faltaban dos centímetros más para atajarle un centro a Naninga, entrenaba mejor las piernas. Hasta que dolieran, como ha dicho Oblitas. Si había que recibir fusilamiento, ponía el pecho; si había que salir jugando, pues jugaba. Y si todos decían que Escocia iba a pasar por encima a Perú, que era el favorito del 78, le salía esa argentinidad que, bien vista, es audacia. “Míaaaaa”, gritaba. Y su grito sonaba como si fuera Tarzán en la selva.
Más parecido en físico al Chapulín que a Superman, Ramón Quiroga se dio maña para reinventar un puesto que por años sentimos urgente en la selección. Con las disculpas de todos los presentes. Los niños de esos años aprendieron que, contrarias a las reglas del barrio, ser arquero podía ser tan importante como el 9. Que igual se era un héroe.
MIRA TAMBIÉN: Lo que aprendimos los peruanos un año después de la inolvidable final de la Copa América ante Brasil
***
Como a los delanteros de fuste, el nivel de un portero se mide por goles. Y a los que son de selección, en partidos mundiales. Es la excelencia. Quiroga atajó 9 partidos en Copas, recibió 18 goles y fuera de las catástrofes ante Argentina (6-0 en el 78) y Polonia (5-1 en el 82), la sensación que quedó es que Perú tenía un arquero atajador -le sacó 13 remates a Holanda-, más seguro en el mano a mano que el promedio, y con una idea de juego colectivo que cruzaba las fronteras de su propia área: fue nuestro primer líbero. Quiroga arquero fue tan figura como Cueto o Cubillas en la primera fase del Mundial de Argentina y tan responsable de la eliminación como Chumpitaz o Velásquez, después de perder todos los partidos de la segunda ronda. En los buenos grupos pierden todos. Repasar los 6 goles en Rosario es masoquista y precisamente por eso, solo una cosa: Quiroga no tuvo responsabilidad directa en ninguno.
***
El valor de los futbolistas, cuando quedan en los archivos, es su escuela: hasta Quiroga, la selección peruana se miraba en sus volantes finos, en sus wines espectaculares o en su Cubillas goleador. No se miraba al arquero con admiración, como pieza importante de un equipo que gana, o incluso más allá: como el mejor futbolista en un partido de Mundial. Para eso estaban otros. Con todo el respeto del mundo por los ilustres apellidos que vistieron el 1 de Perú en la historia, fue Quiroga el que le dio notoriedad, irreverencia, rebeldía. Hasta entonces, al menos aquí, el puesto era para un Beatle y él se sentía un Rolling Stone. Sus atajadas -me cuenta mi padre- se gritaban como goles. Y allí donde no abundaba competencia -y donde después heredaron Balerio e Ibáñez, Quiroga fue por diez años el mejor. Tanto que luego fue técnico y comentarista. Tanto que el futbolero Chespirito dijo alguna vez, prestándose la voz del Chavo, que quería ser “como el arquero de Perú”. Daniel Peredo, que no regalaba elogios, lo llamaba “Don Ramón”.
Pensar que solo vino prestado por seis meses; lo que las gitanas llaman destino. Quizá por eso nunca les gustó a sus críticos que, pese a adoptar la nacionalidad, nunca terminara sintiéndose 100% uno de los nuestros. Ni en el dejo ni en la declaración.
Como sea, sirvan los partidos transmitidos por un canal de señal abierta para entender el valor de cada futbolista en un once. En los 70 no todos podían ser Teófilo. Había uno solo y por eso, en la otra esquina, se necesitaba un Ramón.