Esa tarde hacía calor, pero calor en serio. Era el verano del 2006, 30 grados en la sombra de Campo Mar, y un ejército de periodistas esperábamos por la atención de un jugador de Universitario de cuyo nombre es mejor no acordarse. Romina Antoniazzi estaba allí, con su micrófono de CMD, su sonrisa panorámica y su astuto conocimiento de un lugar que conocía al detalle: un reportero de campo que se precie debía saber las puertas falsas, los turnos de salida, los gustos de los futbolistas en el kiosko de golosinas de la esquina. “¿Te acuerdas cómo sudábamos?”, dice ahora, doce años después, mientras organiza la maleta para un viaje a Rusia exclusivo para los jefes de comunicaciones de los 32 países clasificados al Mundial. Es sábado pero el celular suena como si fuera lunes: el whatsapp vibra, llamadas perdidas, chats de Facebook, e-mails urgentes, pendientes con su equipo. Le faltan horas.
Y antes que le conteste, Romina lo hace. Siempre fue así. Siempre estaba un paso delante de todos: “Todo lo que sudamos ha valido la pena, ¿no es cierto?”
- Qué fue más difícil: ¿debutar en TV muy joven o convivir en un vestuario de puros hombres?
La TV, sin duda. En serio te digo. Te enfrentas a mucha gente… pero no los ves. Miras una cámara y tienes que entablar relación con ella. Química. Tú me conoces, yo soy bien chancona y quería que salga bien a la primera. Hice campo, calle, fui presentadora, me moví a otros rubros. Cuando me propusieron la jefatura de prensa de la selección tenía experiencia. Y sabía que debía actuar de la misma manera: que todo salga bien, perfecto. No me admitía errores.
- ¿Nunca dudaste aceptar el cargo?
No, sabía que iba a trabajar con Juan Carlos Oblitas, por ejemplo, que es un señor. Lo hablé con mi familia, con Fernando, mi esposo, y si no hubiera sido por él y por mi hijos, mi familia, hubiera sido todo más difícil. Ellos entendieron mi trabajo como yo ni siquiera imaginé.
- ¿Cuál fue el momento más emotivo de la clasificación?
Pues… hubo tantos. La noche del partido con Nueva Zelanda, por ejemplo, en mi casa me esperaban con una recepción, estaban todos felices. El partido acabó a las 11. La conferencia a la una. Dije que llegaba a las 2, y recién pude salir a las 3. Con sueño, agotada, feliz… ¡pero muy cansada! Antes de salir, el profe Ricardo (Gareca) me dice: “Romina, mañana a las 8 tenemos reunión”. ¡Y ahora! Llegué a mi casa, saludé y me tiré en la cama. “Disculpen pero tengo que dormir: sigan celebrando ustedes”, les dije. Y mi familia lo entendió perfectamente.
- ¿Cómo te llaman en la Videna?
Señorita Romina, casi todos. Y yo los llamo por sus nombres, de Yoshimar a Edison, de Paolo a Jefferson. Es una relación de absoluto respeto.
Romina estudió Periodismo en la PUCP y lo aprendió en Matute y el Monumental: a meses de su egreso entró a trabajar como reportera de CMD. Trabajó 5 años y 10 meses. No hizo amigos futbolistas. Nunca ocultó tampoco de qué equipo era hincha. Luego pasó al noticiero de Panamericana TV, Latina y TV Perú Deportes. En los tiempos libres que le dejó la maternidad de Isabella y Pío -es decir, ninguno-, se inventó un espacio para seguir el máster en Gestión y Administración Deportiva en el Johan Cruyff Institute. Como si fuera poca su experiencia. Allí, en 2017, la llamaron de la Videna.
- ¿Perdiste amigos por tu trabajo en la selección?
Sí, seguro. Hay quienes no entienden que debemos cumplir con reglas y un orden nuevo. Pero también tengo de los otros, de quienes saben separar nuestra relación con la chamba. Yo igual los respeto a todos, porque sé que su obligación es buscar la noticia. Lo supe desde que me llamaron, o mejor dicho, desde que me llamó Daniel (Peredo) y me dijo: “Están buscando jefe de prensa en la FPF y les gusta tu trabajo”. Fue él quien dio muy buenas referencias sobre mí y aunque ya éramos amigos, luego nuestra relación se hizo más cercana después de eso. No se trataba de que yo era mujer; habían visto mi trabajo y me respetaban por ello.
- ¿Te has sentido agredida por eso, es decir, porque alguien haya sugerido que trabajas en un sitio “de hombres”?
Sí, alguna vez, tú sabes cómo es esto… pero también mucho respeto. Me siento más agredida en la calle, y pienso en mi hija, y en lo que vemos en las noticias.
- ¿Has vivido algún episodio de agresión?
(Piensa y se le quiebra la voz) Estaba en cuarto de secundaria y me iba al colegio. Ya había desarrollado mi cuerpo, era lo normal. Ese día habían pedido ir con ropa de calle, así que me puse un jean, un polo blanco apretadito; estaba regia. ¡Tenía 15 años! Cuando estaba cerca de mi casa, entre Maipú con JJ Pazos en Pueblo Libre, veo a un tipo alto, bien vestido… que venía en la misma vereda. (Se demora) Lo voy sondeando… es horrible ¡ese es el miedo de las mujeres! ¡cómo es posible que una niña tenga que caminar así! Dije, no. Me parece un señor serio así que seguí caminando. Cuando nos cruzamos, él giró bruscamente y yo también miro hacia el mismo lugar. Fue cuestión de segundos y el sujeto… me agarró las tetas. Nunca me voy a olvidar de ese momento… Por eso me puedo olvidar mi celular en la cartera, pero no mi gas pimienta.
- ¿Le has contado de esto a tu hija?
Es injusto esto… Me fui llorando a mi casa, y no quería contarle a mi mamá por miedo y vergüenza. Ella me decía: “¿Qué te pasa, Romina? Y cuando le conté, se puso a llorar peor que yo. La recuerdo y me pongo a llorar de rabia, porque no es justo. Ese día me juré a mí misma que mi hija nunca iba a viajar en un micro, ni caminar sola. Soy capaz de vender en la calle cualquier cosa, con tal de que mi hija no viva lo que me tocó a mí. Sé que está mal, porque no la puedes meter en una burbuja. Pero qué haces. ¿Evitas que viva eso o dejas que lo conozca?