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La fortaleza de Cuzco: un redescubrir del trabajo rural en saberes ancestrales

En la antigua capital de la civilización inca, el turismo siempre ha sido el motor de miles de familias. La pandemia detuvo todo y muchos cusqueños tuvieron que rehacer sus vidas. Esta es la historia de aquellos que volvieron la mirada a los campos para redescubrir el trabajo rural basado en antiguos saberes ancestrales.
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La fortaleza de Cuzco: un redescubrir del trabajo rural en saberes ancestrales
CRIARÉ GALLINAS POR UNOS AÑOS. Myriam Cuba Callañaupa, tejedora de Chinchero, ha retomado el trabajo en sus chacras y se dedica a su nuevo proyecto de crianza de animales menores en el espacio que solía ser su centro textil. (Fotografías: Víctor Zea y Sharon Castellanos, con el apoyo del fondo de emergencia COVID-19 de National Geographic Society)
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EL CUARTO DE LOS SOUVENIRS. Amílcar del Castillo (57) trabaja con las hojas de maíz cosechadas en sus campos. La habitación de su casa donde almacena las “panqueritas” (artesanías y souvenirs manuales) solía hospedar turistas. (Fotografías: Víctor Zea y Sharon Castellanos, con el apoyo del fondo de emergencia COVID-19 de National Geographic Society)
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VAMOS A REGRESAR A COMO VIVÍAMOS ANTES. Juan Yupanqui (44) logró operar su Casa Habitante durante 10 años hasta que en febrero último las reservas se cancelaron debido a la pandemia. En su comunidad, Patacancha, el 90% de habitantes trabajaba en turismo. Decidió organizar el plan agrícola 2020-2021, impulsar el uso exclusivo del guano de corral y revalorar prácticas, “el Ayni, la Minka, hoy por ti mañana por mí”. (Fotografías: Víctor Zea y Sharon Castellanos, con el apoyo del fondo de emergencia COVID-19 de National Geographic Society)
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PUEBLO FANTASMA. Isaac Usca Machacca (39) rocía hipoclorito de sodio en las paredes de piedra de Ollantaytambo. Antes del virus era porteador y en los últimos 10 años ha trabajado como cocinero en rutas del Camino Inca. (Fotografías: Víctor Zea y Sharon Castellanos, con el apoyo del fondo de emergencia COVID-19 de National Geographic Society)
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LA AGRICULTURA NOS SOSTIENE. Para Fernando Condori, uno de los aspectos positivos durante esta pandemia ha sido compartir más tiempo con su hijo, ya que su trabajo como guía de turismo lo mantenía viajando por largos períodos de tiempo. En la foto, enseña a su hijo Gonzalo Condori (11) a retirar la mala hierba de sus sembríos, ubicados en una terraza inca frente al Sitio Arqueológico Ollantaytambo. (Fotografía: Víctor Zea y Sharon Castellanos, con el apoyo del fondo de emergencia COVID-19 de National Geographic Society)
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MADRE TIERRA. De acuerdo al calendario andino-agrícola, Agosto marca el inicio del nuevo año y como parte de la ritualidad y celebración a la Pachamama, la comunidad de Ayllopongo en Chinchero realizó el “Linderaje”, recorrido de los hitos de su comunidad hasta llegar a diversos terrenos y tipos de riego donde realizaron “Mahuay”, la primera siembra o siembra temprana de papas. (Fotografías: Víctor Zea y Sharon Castellanos, con el apoyo del fondo de emergencia COVID-19 de National Geographic Society)

Myriam Cuba Callañaupa (43), artesana textil, trabaja desde hace más de 15 años tejiendo junto a otras mujeres de la comunidad Ayllo Pongo, en el distrito de Chinchero. En las chozas habilitadas para esa labor solía compartir con los turistas la tradición textil de su pueblo, en plena ruta del Valle Sagrado, además de ofrecerles platos típicos y brindar hospedaje como parte de su proyecto de Casa Habitante. “La venta de artesanía a los turistas ha sido la mayor fuente de ingreso económico que teníamos. Debido a la pandemia, decidí convertir el lugar en una casa para las gallinas”, cuenta Myriam, que tuvo que retomar el trabajo en sus chacras y dedicarse al cuidado de animales menores como sustento para su familia.

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El turismo ha sido el motor de los cusqueños, pero ni el peor desastre natural ni la mayor huelga de ferrocarriles ni la más aguda crisis económica paralizó estas actividades como lo hizo el COVID-19 durante buena parte del 2020. El flujo turístico cayó en un 100 por ciento y el 83 por ciento de las empresas del rubro tuvieron que cerrar. Según César del Pozo, investigador del Centro Bartolomé de las Casas (CBC) del Cusco, cerca de 8 mil guías turísticos se quedaron en la calle, de un total de 200 mil empleados que tuvieron que ser despedidos. La situación era crítica, pero siempre hay una salida, y por lo general esta se encuentra en las raíces y en el pasado.

Una de las respuestas por parte de las comunidades ligadas al turismo ha sido retornar a las áreas rurales para trabajar en agricultura, como natural proceso de resistencia ante la adversidad. Pero nadie dijo que el regreso al trabajo en el campo iba a ser fácil.

A unos 25 km de Chinchero se ubica el distrito de Maras. “Un pueblo de acuarela con casas de arco de medio punto que invitan a caminar. Es un lugar estratégico porque tenemos el centro arqueológico de Moray, donde se aclimataron las semillas. Y las Salineras de Maras, que vienen a ser un recurso importante de exportación a mercados internacionales”, así lo describe Amílcar del Castillo Velasco (57), nacido en Canas. Se mudó hace 14 años a Maras, donde se ha dedicado a brindar hospedaje en su Casa Habitante, además de ofrecer espectáculos de teatro, turismo vivencial con los vecinos, recorridos para apreciar la arquitectura del lugar, caminatas y otras experiencias alrededor de las Salineras de Maras y Moray. “Me había preparado para la temporada alta de turismo, había sacado un crédito para mejoras en el hospedaje, en eso se cortó todo. Felizmente, hay unidad en la comunidad, se regresó al Ayni y al trueque, hemos estado intercambiando papa por otros productos. Ahora nos hemos reinventado, yo no sabía nada de agricultura pero ahora me he metido zapato y todo. Y es duro, acabo con el cuerpo molido, mucho sacrificio, se invierte su dinero y no hay buen retorno. Ahí recién valoras al agricultor. Sin agricultura no somos nada”, reflexiona Amílcar

En el mercado general del distrito de Maras, María Antonieta Alagón Huamaní (53) decidió emprender su restaurante turístico. Debido al COVID-19, el mercado cerró y sus planes de comprar su propio local y expandir su negocio quedaron paralizados. “Yo vivo del turismo, tenía buenos ingresos para educar a mis hijos. Al inicio fue una fuerte preocupación, me enfermé, luego opté por usar mis ahorros y dedicarme a la chacra. Allí me desestresé y me empecé a sanar. Estoy trabajando conjuntamente con mis hijos y mi padre sembrando maíz y quinua orgánica, ayudándonos mutuamente unos a otros. En la chacra está la vida, donde uno puede trabajar y alimentarse naturalmente” cuenta María.

Todas estas historias se cuentan en La ruta del retorno, un proyecto multimedia sobre el Cusco turístico en la pandemia y el desafío de adaptación en el campo para muchos de sus habitantes. //

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