Durante años he hablado largo con amigos hinchas, a quienes quiero y, sobre todo, respeto, sobre lo que significa la refundación de Universitario de Deportes. Editores, músicos, barras. Escritores, publicistas, contadores. Obreros, abogados, conductoras de TV. Los he escuchado hablar sobre cómo ponemos las cosas en su lugar, emocional e histórico, antes que sea demasiado tarde. Refundar el club -coinciden- no es contratar un técnico mundialista, fichar al goleador del campeonato o siquiera tener dirigentes/profesionales instruidos para su tarea. Es algo más pesado aún. Es una chamba de altísima nobleza para la que hacen falta todos.
Estos señores, mis amigos, me han ayudado a entender lo que todavía no entendemos: Universitario es un club con deudas monstruosas -el último cálculo supera los 100 millones de dólares- que aún tiene los suficientes activos para saldarlas. Los que se ven, como Campo Mar o el viejo Lolo, y los que se respiran, como la pasión de sus hinchas. Como sea, la U es un club que tiene que pagar, pagar ya, pero en un escenario justo que no obligue a remates, ni tóxicos intereses y menos, asumir montos que no lo son con NINGÚN acreedor. Pagar lo justo, en breve y empezar otra vez.
Solo si eso se entiende -complicado pero obligatorio-, Universitario podrá abrirle la puerta a sus hinchas y estos a su vez estar listos para convertirse en socios responsables, políticos y lo suficientemente educados para refundar una institución que deje de ser solo un club de fútbol los domingos. Los clubes que definen la vida social de un país viven de lunes a viernes, son los refugios de una masa societaria que los copa para discutir, disfrutar, educarse, influir más allá de sus colores. No solo son individuos que esperan sentados el fin de semana. Ya no. Pienso en 20, 25 mil.
No me queda claro -por lo que sé, por lo que leo, por lo que he sido testigo- si los hinchas de Universitario están dispuestos a ser todo eso que la historia exige, una vez liberados de viejas deudas. Me parece que hoy nos sobrepasaría la responsabilidad, que sería caótico por que nadie cree en nadie, ni siquiera en uno mismo, y si bien estamos a tiempo, no sé si alcance con esos fieles 5 mil que no discuten precios, modelos, ni distancias. Solo van a ver a su equipo y ya, entiendo, porque verlo es verse a ellos mismos.
En estos años de administraciones la U ha sido campeón una sola vez: el 2013. Fue un placebo y más bien, diazepán para olvidar qué es lo más importante: cómo hacer de este club popular, el más ganador del país, una institución ejemplo para la cultura, la academia, los niños, la vida social y deportiva del Perú. Lo que dicen -no sé si lo recuerdan todos- las piedras de su fundación.
Estoy igual de preocupado y dolido que varios amigos que saben más que yo por los cambios, el futuro inmediato, la Libertadores, los refuerzos, el entrenador. Creo que debemos ser vigilantes, críticos, excesivamente celosos. Pero eso no me altera menos que intuir que, al cabo de todos años, con buenas intenciones o decisiones infames, Universitario sigue siendo el club de los hinchas que solo lo quieren por su equipo de fútbol. Si gana, hermoso. Si pierde, ya no.
Existen, claro, breves luces tras cada tormenta: los muchachos que siguen el Polideportivo de la U, el incombustible Colectivo Lolo, la crítica Asociación Todo por la U, o los Hinchados, que acaban de hacer el símbolo en tribuna norte más grande de lo que es. Y existen, claro, días como el de hoy: una marcha llamada por todos los frentes que quieren a la U para sincerar las deudas, llamar a acuerdos y, sobre todo, hacer público que este club no está solo.
Cada uno tiene su propia historia de amor en el fútbol. Tengo la mía. Y precisamente por eso, tengo paciencia y más aún, fe. He sido feliz, muy feliz de niño de la mano del equipo de mi padre, como tantos otros padres, poco dado a abrazos más eufóricos que los que daba cuando me llevaba a su tribuna. En el triunfo, que fueron muchos, pero sobre todo en la derrota, tan dolorosas. Ahora que soy padre trato de repetir la escena: quiero que mi hijo esté orgulloso de sus afectos, más que de once jugadores. Por eso preparo mi corazón, mi tiempo y mi bolsillo para el día en que la U, ese amigo de mi familia, me necesite.
Como hoy. Como todos los días.
Ese día ya no habrá excusa ni Twitter que te defienda.