Hace unos meses, en un café miraflorino, conversaba con un operador político fujimorista, uno de los más reflexivos. Discutíamos una hipótesis de trabajo que él puso en la mesa. ¿Es el fujimorismo como el peronismo argentino? El peronismo se originó como la representación política del movimiento obrero bajo el liderazgo de Juan Domingo Perón, a mediados del siglo XX. Con una alta flexibilidad ideológica, Perón apelaba a un discurso populista. “No existe para el peronismo más que una sola clase de hombres: los que trabajan”, decía. Su enraizamiento en la sociedad argentina fue tan profundo que la dividió entre peronistas y anti-peronistas, provocando adhesiones fervorosas y odios eternos.
Luego de la muerte del máximo líder, su organización –el Partido Justicialista– entró en un proceso de institucionalización que le permitió trascender sus liderazgos personalistas y fundantes (de Perón y Evita), logrando convertirse en un articulador de facciones internas (unas conservadoras y otras progresistas). En ocasiones, por ejemplo, los argentinos eligen entre más de un candidato presidencial peronista en comicios generales. La fortaleza del peronismo radica, entre otros, en la penetración social de sus maquinarias, también dúctiles. Pueden ser operadas por dirigentes sindicales, en sectores formales, o por ‘punteros’ barriales en zonas de pobreza. Su ascendencia es tan contundente que la emplean como poder de veto ante sus rivales. En Argentina, después del retorno a la democracia en los ochenta, los presidentes no peronistas (Alfonsín y De la Rúa) no pudieron culminar los mandatos por los que fueron elegidos. Quizás esto cambie con Macri, quien ha formado su propia maquinaria urbana.
¿Tiene el fujimorismo en el Perú el poder de veto que ejerce el peronismo en Argentina? ¿Veremos alguna vez a dos candidaturas fujimoristas compitiendo en elecciones generales? ¿Es el fujimorismo nuestra versión chicha del peronismo?
Peronismo chicha El fujimorismo se sostiene por el apoyo popular que ha logrado sedimentar en años. Ya sea por clientelismo o identificación con sus posiciones conservadoras y ‘mano dura’, tiene una vocación de vínculo con las bases de la pirámide social. Las encuestas constantemente demuestran que cuanto más se baja en la escala de ingreso, mayor es la posibilidad de encontrar lealtades ‘naranjas’. Pero a diferencia del pueblo obrero peronista, la nuestra es una sociedad informal, un tejido social deshilachado por la ausencia de instituciones y por la ilegalidad. El ‘pueblo’ no es solo ese conjunto participativo y bienintencionado que alucinaba la izquierda, sino también ese cosmos achorado que el fujimorismo se atreve a incorporar, con unas de cal y otras de arena.
Si el peronismo se sostuvo por décadas mediante sus sindicatos, el fujimorismo intenta hacerlo a través de poderes locales que reinan cómodamente en la zona gris donde se intersectan informalidad e ilegalidad. De este mundo subalterno, conocemos las actividades de sus élites pero no sus ‘apellidos’. Tenemos mineros (¿artesanales o ilegales?), gestores educativos (¿universidades de calidad o sin registro de Sunedu?), empresarios forestales (¿formales o de tala ilegal?), pastores religiosos (¿evangélicos o con agenda propia?), etc. Para bien o para mal, el fujimorismo ensaya hacer política en ese otro país que, probablemente, no conocemos (o no estamos dispuestos a conocer). Al igual que el peronismo, el fujimorismo es anti-establishment.
Dos facciones del fujimorismoDe aquella familia modesta que llegara a Palacio en 1990, Keiko y Kenji, los únicos descendientes políticos, están enfrentados públicamente. Los rounds se suscitan uno tras otro, sin poder preverse el número final de asaltos. Han entrado en una vorágine incapaz de controlar. La libertad del padre –lo que los antifujimoristas clamaban como el ‘fin supremo’ del fujimorismo– no ha apaciguado los ánimos. Por el contrario, es el determinante de la división –de estilo, más que de fondo–. El sector fujimorista liderado por la ex candidata presidencial no parecía querer negociarlo políticamente porque no se ajustaba a sus ‘principios institucionales’. Para ellos, existe vida más allá de la libertad del patriarca.
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