Cuando las computadoras de escritorio comiencen a aparecer en los museos de ciencia, los niños se preguntarán por qué necesitábamos grandes máquinas conectadas permanentemente a la corriente eléctrica.
Poco sabrán ellos de la odisea (y la obsesión) de la industria tecnológica por generar dispositivos rápidos, eficientes y capaces de aprovechar al máximo las minúsculas y delgadas baterías que se alojan en las entrañas de los teléfonos inteligentes.
Y quizá entenderán aún menos la frustración de sus abuelos cuando, tras unas cuantas horas, el pequeño dispositivo amenazaba con fallecer en la palma de nuestra mano a menos que encontráramos un cargador rápidamente.
Al menos ese es el futuro que el mundo tecnológico desea.
El gran problema es que en cuanto más rápidos se vuelven los dispositivos móviles, más grandes sus pantallas, más nítidas sus lentes y más poderosos sus procesadores, más crece la necesidad de tener más energía, más batería.
Hasta ahora los fabricantes han sido capaces de aumentar la capacidad de móviles y tabletas y la resolución de sus pantallas con más o menos el mismo nivel de vida de la batería.
A veces con un nuevo lanzamiento un dispositivo puede vivir una o dos horas más sin necesidad de recargarse, pero no ha habido avances deslumbrantes o significativos en este terreno.
El elemento que más poder requiere es el procesador que determina, entre otras cosas, la potencia y velocidad de un dispositivo. Y el mercado de los procesadores móviles ha estado dominado por ARM, una empresa británica especializada en estos componentes para celulares y tabletas.
El gran jugador de las computadoras de escritorio, Intel, tardó en darse cuenta de la importancia de los dispositivos móviles y cuando quizo jugar se dio cuenta de que ARM ya llevaba un buen rato en el patio de juegos.
La mayor diferencia entre ambos, además, es que los procesadores de ARM nacieron móviles, mientras que los de Intel han tenido que adaptar una estructura pensada para las computadoras de escritorio a una completamente diferente en los aparatos de mano.
Incluso el ex director de Intel confesó hace poco que cuando se dieron cuenta de su error se encontraban en una complicada situación porque ARM ya estaba ahí. Aun más, dijo que Steve Jobs se les acercó para pedirles que fabricaran el procesador del primer iPhone. y declinaron la oferta.
Ahora, para regresar al campo de juegos, Intel está desarrollando una nueva arquitectura basada en 14 nanómetros (comprimiendo el poder de los procesadores) que ahorraría batería en forma significativa.
Se espera que el chip Airmont llegue al mercado en 2014. A pesar de que la fabricación de un modelo similar para computadoras de escritorio, llamado Broadwell, se retrasó por problemas técnicos esta semana, no se espera que esto afecte la producción del chip para dispositivos móviles.
Si Intel logra sacar al mercado este innovador procesador, entonces la historia con la que abrimos esta entrada podría ser una realidad.
El éxito de este chip representaría un alivio para la empresa que domina los procesadores de escritorio, pero que ha fallado en trasladar ese rol al mundo móvil.
Y también sería un indicador de que el mundo móvil comienza a resolver algunos de los problemas que aún lo separan de sus contrapartes de escritorio. Si los teléfonos y las tabletas quieren sustituir a las PC necesitarán no sólo baterías más poderosas, sino también procesadores más eficientes.
ARM, Intel y otros están tratando de asegurarse que, cuando el momento llegue ellos sean capaces de ser los reyes de las entrañas de tu teléfono.
¿Lo lograrán?