A mi modesto entender, una de las cosas que le juega al mismo tiempo a favor y en contra a la ciencia es la percepción que la opinión pública tiene sobre ella. Específicamente sobre sus logros. Y es que mantenemos la mala costumbre de creer que estos hitos se obtienen de maneras mágicas o milagrosas, dejando de lado todo la investigación y experimentación que hubo detrás. Algo de eso pasa con las iniciativas que buscan el retorno de humanos a la superficie lunar.
“¿Por qué, más de 50 años después, se nos hace tan difícil volver?” “Si se insiste con que un smartphone es 100.000 veces más potente que la computadora del Apolo XI ¿por qué, hasta ahora, nada de nada?” Estas y otras preguntas son las que hacen, de manera genuina, los interesados en la nueva carrera espacial… pero también aquellos que insisten en que la llegada del hombre a la Luna, en julio de 1969, fue solo una puesta en escena. Sin embargo, ese no es el tema de esta semana.L
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Para responder a esas preguntas debemos tomar en consideración muchos factores. El primero -y uno de los más importantes- es el contexto geopolítico. El siglo pasado, la carrera espacial se desarrolló en medio de la guerra fría protagonizada entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética. Como parte de ese ajedrez internacional, demostrar quién contaba con la mejor tecnología también era clave. Entonces, ambos países tenían mucha gente y mucho dinero invertido para lograr el objetivo. Hoy no existe un apuro real por volver al satélite natural.
Otro factor es la tecnología. Debemos recordar que, solo en el caso de programa Apolo, hubo 10 misiones previas antes de lograr un alunizaje seguro. Incluso, dos misiones después -en la Apolo XIII- es cuando se menciona la conocida frase “Houston, tenemos un problema”, dejando en claro los imprevistos y otras dificultades relacionadas con la seguridad con las que se podía encontrar la tripulación. En nuestros días, el gran avance de la tecnología es lo que -irónicamente- hace que la cosa vaya un poco más lenta. ¿Por qué? Porque se quieren evitar al máximo los errores (y, con ello, gastar la menor cantidad de dinero posible). A través de diversos y complejos cálculos se pretende que los riesgos sean mínimos para una futura tripulación.
Minimizar los riesgos nos lleva al siguiente factor: el presupuesto. A diferencia de finales de los 60, las cantidades de dinero con que cuentan las diferentes agencias espaciales en el mundo ya no son las de antes. Inclusive, en algunos casos, la aparición de empresas privadas ha sido indispensable para la supervivencia de algunos programas aeroespaciales.
Recientes incidentes
Este fin de semana, Japón celebraba por convertirse en el tercer país en llegar a la superficie lunar en este siglo (el quinto en la historia). Sin embargo, su robot Moon Sniper presentó unas fallas en sus paneles solares y no iba a poder generar energía.
Y unos días antes, se conoció que el módulo Peregrine -de la privada Astrobiotic Technology-, tuvo una fuga de combustible que le impidió llegar a la Luna y tuvo que desviar su camino para retornar a la Tierra y desintegrarse sin causar daños. En ella se llevaban restos de tres expresidentes de EE.UU., así como de otras personalidades.
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En particular, este último era parte del programa Commercial Lunar Payload Services (CLPS) de la NASA, en el que se contratan empresas privadas que ayuden a la agencia estadounidense a investigar el suelo lunar y así preparar el camino de regreso a la Luna.
El Programa Artemis es el principal proyecto internacional que tiene ese fin. En principio tiene nueve misiones. La primera -para probar si el escudo de la cápsula Orión protege la nave- ya se realizó sin tripulación. Sin embargo, por temas de seguridad, la NASA ha retrasado para el 2025 la misión Artemis II (con tripulación para orbitar la Luna) y para el 2026 la Artemis III, en donde se intentará alunizar en el Polo Sur de nuestro satélite.
Vamos a regresar a la Luna, sin dudas. Pero ahora quizás tome un poco más de tiempo y, probablemente, se realice con el menor riesgo posible.
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