Del mismo modo que los seres humanos tenemos comportamientos, las pandemias también las tienen. Así como decimos que tal o cual persona es impredecible en su comportamiento, lo mismo puede decirse de las pandemias, y en particular de la actual, la del COVID-19, que ha completado ya tres trimestres desde que apareció en Wuhan.
Al principio, fue considerada una enfermedad eminentemente respiratoria. El tiempo ha revelado que el COVID-19 es una insidiosa enfermedad multisistémica, de la que prácticamente ningún órgano está libre de ser afectado.
Del mismo modo, su arrolladora primera ola, que ha dejado más de un millón de muertos en el planeta, barriendo a su paso con los sistemas de salud de los países afectados y desnudando las desigualdades socioeconómicas de sus poblaciones, está dando paso –en algunas naciones– a una segunda ola con muchos casos, pero muchas menos fatalidades. La pregunta, para la cual nadie tiene aún respuesta, es por qué esta segunda ola es tan diferente de la primera.
“Las personas más afectadas [en esta segunda ola] son más jóvenes que en la primera”.
MENOR MORTALIDAD EN LA SEGUNDA OLA
Las primeras menciones acerca de un comportamiento diferente de la pandemia empezaron el 31 de mayo, cuando los médicos italianos Alberto Zangrillo, jefe del hospital San Raffaele de Milán (Lombardía) –que había sido el epicentro del brote en Italia–, y Matteo Bassetti, de un hospital de Génova, dijeron que los pacientes que veían en sus establecimientos tenían una forma mucho más leve del COVID-19 que al inicio de la pandemia. Ellos aventuraron la hipótesis de que el virus podía haber mutado a una forma menos agresiva. Sus opiniones fueron tomadas con mucho escepticismo por los científicos, porque los estudios de genoma del SARS-CoV-2 no habían demostrado tal mutación.
Fue el propio doctor Zangrillo quien proporcionó la primera evidencia de que, en vez de pensar en la mutación del virus, había que pensar en las cargas virales, definidas como la cantidad de virus que infecta a una persona. El médico dijo que los hisopos nasales, tomados a sus pacientes en el hospital de Milán, detectaron cantidades muy pequeñas del virus en comparación con los dos meses anteriores.
Posteriormente, cuando la segunda ola fue avanzando en países asiáticos y europeos, los investigadores empezaron a tener la misma observación: los casos de infección eran numerosos, pero las hospitalizaciones y muertes eran, proporcionalmente hablando, mucho menores que las producidas en la primera ola.
En Madrid, en una entrevista a “The Washington Post”, el infectólogo Rafael Cantón dijo el 9 de octubre que solo 130 de mil camas de cuidados intensivos estaban llenas, a pesar de los miles de contagios que se estaban produciendo. En la misma nota, el doctor Joshua Barocas, infectólogo del hospital Johns Hopkins, dijo que la ciencia no tiene idea de por qué se produce ese fenómeno.
“El mayor uso de las mascarillas [...] ha hecho que las cargas virales disminuyan sustantivamente”.
POSIBLES EXPLICACIONES
Algunos especialistas piensan que la menor mortalidad podría explicarse porque, en esta segunda ola, las personas más afectadas son más jóvenes que en la primera. También se piensa que la mayor parte de los casos positivos de la primera ola estaba compuesta por personas susceptibles que cayeron enfermas y llenaron los hospitales. Al haber mayor disponibilidad de pruebas moleculares, en esta segunda ola se está capturando una gama más diversa de personas y enfermedades. Y, por último, no hay duda de que la disponibilidad de mejores tratamientos de los casos complicados, antivirales y esteroides por ejemplo, está salvando más vidas.
Otra interesante explicación sería que una gran proporción de la humanidad está más o menos protegida de una grave infección por el nuevo coronavirus. Diversos estudios han demostrado que hasta el 50% de la población tendría anticuerpos contra otros tipos de coronavirus, causantes de resfríos comunes, los cuales podrían brindar una inmunidad cruzada contra el SARS-CoV-2.
También se ha pensado que el mayor uso de las mascarillas por una población que está más alerta a la pandemia ha hecho que las cargas virales de las infecciones disminuyan sustantivamente. Ese fenómeno, similar a la antigua variolización usada en la lucha contra la viruela, haría que la enfermedad sea asintomática o mucho más leve.
A NO CONFIARSE
A pesar de que muchas observaciones indican que la segunda ola es mucho menos letal que la primera, las autoridades de salud pública advierten que ese no debe ser motivo de complacencia. En Alemania, por ejemplo, un país que tuvo una muy baja tasa de letalidad en la primera ola, el ministro de Salud, Jens Spahn, advirtió que es probable que la mortalidad sea mayor. Durante la primera semana de octubre, el funcionario dijo que ya había 470 pacientes en cuidados intensivos, el doble que en setiembre.
En un interesante estudio, investigadores estadounidenses y chinos analizaron, por primera vez, la mortalidad por COVID-19 en 53 países que pasaron la primera y segunda ola y demostraron que 43 de ellos tuvieron una menor mortalidad que la primera. La preocupación es que se estima que diez países, el Perú entre ellos, tendrían un mayor número de muertes en una posible segunda ola.
COROLARIO
El Perú está saliendo de la primera ola, pero examinando la experiencia de aquellos países que la superaron, no hay duda de que llegará una segunda. Su intensidad y, sobre todo, la mortalidad que deje están aún por verse. De lo que no hay duda es que debemos prepararnos desde ahora para que esa segunda ola que esperamos no sea un tsunami. Un programa nacional de detección de casos, centrado en el uso de pruebas moleculares y seguimiento de contactos, es esencial.
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