Un asunto de mucha preocupación en el manejo mundial de la pandemia es la inequidad en la distribución de las vacunas. Mientras que países como EE.UU. tienen tantas vacunas que ya inmunizaron a mas de la mitad de su población, y ya vacunan a los adolescentes; países como el Perú tienen que vacunar con dolorosa lentitud a su población por grupo de edades.
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Pero EE.UU. sufrió también al inicio de su programa de vacunación. A finales de enero, por ejemplo, solo el 4,3% de su población se había vacunado, debido a dos problemas fundamentales: inadecuado suministro de vacunas y escasos puntos de vacunación, problemas que –al igual que en el Perú– se expresaban en enormes colas de maltratados ancianos.
Dos cosas cambiaron radicalmente la vacunación en EE.UU.: la creación del Programa Federal de Farmacias y el aumento en la cantidad de vacunas disponibles.
—EL PROGRAMA FEDERAL—
Creado el 11 de febrero, este programa es una colaboración entre el gobierno federal y los gobiernos estatales, con 21 cadenas de farmacias nacionales y redes de boticas independientes distribuidas en todo el país.
Desde su lanzamiento, el programa se ha ampliado gradualmente en función del suministro disponible de vacunas e incluye ahora a 40.000 puntos de vacunación, con lo que se logró que 90% de estadounidenses tenga donde vacunarse a menos de ocho kilómetros de su domicilio.
“Un programa así no puede ser exitoso sin tener vacunas y esa es la diferencia de EE.UU. con el Perú”.
—ASÍ FUNCIONA—
Este programa está diseñado para acelerar la vacunación del público, aprovechando el fácil acceso a las farmacias y su experiencia en la atención de mucha gente en corto tiempo.
Las farmacias de todo el país reciben un suministro limitado de vacunas directamente del gobierno federal, que es el único comprador y distribuidor de vacunas, e inmunizan a las personas elegibles gratuitamente si no tienen seguro médico.
El programa comenzó con asignaciones de vacunas per cápita, según el número de farmacias de cada jurisdicción territorial, y se exigió equidad, para asegurar el acceso de vacunas a las comunidades más afectadas por COVID-19.
Esa alianza con el sector privado fue fundamental para que, muy rápidamente, se aumentara la cobertura de vacunación en el país, con lo que se llegó a récords de más de cuatro millones de vacunaciones por día en marzo.
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Pero un programa así no puede ser exitoso sin tener vacunas, y esa es la gran diferencia con el Perú: EE.UU. compró tantas vacunas como para inmunizar dos veces a toda su población.
¿Qué se puede hacer cuando un programa de vacunación como el peruano no tiene todas las vacunas que necesita y estas llegan con cuentagotas?
—¿Y LA SEGUNDA DOSIS PARA CUÁNDO?—
Cuando el 30 de diciembre la Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios (MHRA) del Reino Unido anunció la aprobación de la vacuna Oxford/AstraZeneca, sorprendió al mundo científico al disponer que la segunda dosis debía administrarse de 4 a 12 semanas después de la primera. Eso era inaudito, pues en los estudios de fase 3 de la vacuna de Oxford/AstraZeneca, se había estipulado que la segunda dosis debía ser administrada a las cuatro semanas, no a las 12.
Aumentando la controversia, la MHRA sugirió también que la segunda dosis de la vacuna de Pfizer/BioNTech sea administrada a las 12 semanas, en vez de las tres semanas que recomienda el fabricante. Pfizer respondió inmediatamente diciendo que eso iba contra lo analizado en los estudios de fase 3 de su vacuna.
Al parecer, las autoridades británicas tenían planeado superar esas controversias de orden científico, con estudios científicos que prueben sus decisiones.
Así, investigadores de la Universidad de Oxford anunciaron el 1 de febrero en una prepublicación en “The Lancet” que una sola dosis de la vacuna de AstraZeneca era 76% eficaz en proteger de la infección tres meses después de la primera dosis.
“Un uso más juicioso de las vacunas –guiados por la evidencia científica– debe ser parte de la solución”.
De igual modo, investigadores de la Universidad de Birmingham, en otra prepublicación, demostraron que la segunda dosis de la vacuna de Pfizer/BioNTech podía darse a las 12 semanas en adultos mayores de 80 años, con una producción 3,5 veces mayor de anticuerpos neutralizantes que si hubiera sido dada a las tres semanas.
Esos estudios, según Eleanor Riley, profesora de Inmunología y Enfermedades Infecciosas en la Universidad de Edimburgo, “añaden un apoyo considerable a la política de retrasar la segunda dosis de la vacuna COVID-19, cuando la disponibilidad de la vacuna es limitada y la población en riesgo es grande”.
—SI YA TUVO COVID-19—
Esta es otra estrategia que algunos países –Panamá entre ellos– han implementado para disponer de más vacunas para la población en general. Un estudio estadounidense, publicado en el “NEJM”, demostró que, después de la primera dosis, la cantidad de anticuerpos neutralizantes en las personas que ya habían tenido COVID-19 fue 10 a 45 veces más alta que las personas que no habían tenido la enfermedad, y que la segunda dosis no la aumentaba más. Eso sugiere –algo demostrado en otros estudios– que la segunda dosis pudiera no ser necesaria para ellos.
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—COROLARIO—
Para evitar la formación de variantes, los programas de vacunación deben inmunizar al máximo número de pobladores en el menor tiempo posible. Para eso, aumentar los puntos de vacunación en alianza con el sector privado, y un uso más juicioso de las vacunas –guiados por evidencia científica– deben ser parte de la solución.
Obviamente, la aplicación de esas estrategias requiere una gran campaña educativa en la población para que no sienta que las medidas atentan contra su protección.
Quien gane en las elecciones debe priorizar dar el máximo número de vacunas en el menor tiempo posible. De otro modo, el virus seguirá ganando.
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