En todas partes se cuecen habas...aunque no siempre fue así. En la antigüedad, la legumbre fue rechazada en ciertos círculos porque se creía que poseía propiedades sobrenaturales.Y, curiosamente, la medicina después mostró que había algo de sabiduría en ese rechazo, aunque las razones no eran tan mágicas.
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Todo ocurrió de la región del Mediterráneo que, hasta donde sabemos, es de donde proviene la Vicia faba, y en la que la historia de su domesticación se remonta al milenio XI a.C., cuando la humanidad estaba pasando la Edad de Piedra.Lo sorprendente es que era precisamente en esa región donde había más gente a la que las habas podían perjudicar.
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Efectivamente, a pesar de ser un elemento tan presente en varias de las cocinas de todo el mundo, siendo la tercera leguminosa de grano de alimento más importante después de la soja y el guisante, chicharro o arveja, su imagen positiva es relativamente reciente.
En Egipto, donde el plato nacional es el medame (literalmente, “habas enterradas”), en la época de los faraones se consideraban impuras y se usaban para alimentar a los esclavos.El historiador de la antigua Grecia Heródoto contaba que los sacerdotes egipcios ni siquiera las miraban, y mucho menos se las comían.Así, varias de las civilizaciones de la cuenca del Mediterráneo tuvieron una relación de amor y odio con las habas.Pero fue en la Grecia del siglo VI a.C. donde se dio la prohibición que más ha intrigado y ha sido objeto de más especulación: la que provino del matemático y filósofo Pitágoras.
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Pitágoras de Samos (c. 580-c. 500 a.C.), el del teorema, fundó una escuela en la que los estudiantes llevaban una vida estructurada de estudio y ejercicio.Durante sus viajes por Egipto y Persia, el filósofo había explorado las ideas del más allá y había concluido que, siguiendo ciertas reglas en la vida para perfeccionarse, se podía lograr la inmortalidad.Entre esas reglas, estaba el veto a las habas; que se sepa, nunca dio ninguna explicación a nadie que no fuera miembro de su escuela, y esos pitagóricos preferían la muerte a revelar cualquier secreto.Desde entonces, varios trataron de adivinar las razones de tal aversión.El autor romano Plinio registró una de las interpretaciones que circulaban: los seguidores de Pitágoras creían que las habas estaban conectadas a Hades, el dios griego de los muertos y el inframundo. Las manchas negras de sus flores y los tallos huecos de las plantas servían como escaleras para las almas humanas y estaban asociadas con la reencarnación.
El romano Diogenes Laertius escribió algo similar.La idea era que los muertos enterrados liberaran sus almas bajo tierra en forma de gas, que era absorbido por las almas a medida que crecían. Si comías habas, estarías digiriendo esas almas en forma de viento.Al poeta Horacio todo eso le pareció gracioso y se refería burlonamente a las habas como “los familiares de Pitágoras”.Y si a ti lo que te causa gracia es alguna asociación alternativa con ese gas, no estás lejos de otra teoría, presentada por el romano Marcus Cicerón en su libro “Sobre adivinación”:“Platón, por lo tanto, nos pide que vayamos a dormir en tal condición corporal que nada pueda confundir o perturbar nuestras mentes. Se piensa que también por esa razón los pitagóricos tenían prohibido comer habas, un alimento que produce gran flatulencia, lo que es perturbador para quienes buscan calma mental”.
Entre las explicaciones, hay hasta una política.Las habas eran utilizadas en la antigua Grecia para votar: las blancas representaban “sí”, y las negras, “no”.Lo que Pitágoras le habría querido decir a sus discípulos era que no se metieran en la política o el gobierno y que se abstuvieran de las intrigas de la política pues eran antagónicas a las actividades de un filósofo.Hay muchos otros razonamientos, incluso de lumbreras como Aristóteles, pero con el correr de los siglos surgió una explicación más científica.
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A finales del siglo XIX y principios del XX, los médicos comenzaron notar que, tras comer habas frescas, algunas personas sufrían una enfermedad repentina que en algunos casos conducía rápidamente a la muerte, como dice J. Meletis en su artículo “Favismo: Una breve historia del 'abstenerse de habas' de Pitágoras al presente”.Los primeros informes modernos de esta enfermedad se remontan a la década de 1840, pero tomó algunas décadas establecer que existía un vínculo entre la Vicia faba y la anemia hemolítica.
Se trataba de una anomalía hereditaria de la enzima de células rojas, conocida como deficiencia de glucosa-6-fosfato deshidrogenasa (G6PD) o favismo o fauvismo.El favismo se encuentra en todo el mundo, pero es más frecuente en el Mediterráneo.Los glóbulos rojos de las personas con favismo carecen de G6FD, una enzima necesaria para descomponer el péptido glutatión, que es el principal antioxidante de las células y ayuda a protegerlas.Dado que esta sustancia está presente en las habas, la exposición a las habas o incluso su polen puede desencadenar fiebres, ictericia, anemia hemolítica y la muerte.
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Es posible que nunca sepamos la verdadera razón detrás de la aversión al haba de Pitágoras.Sin embargo, aunque no supiera todo lo que sabemos hoy, no se debe subestimar el poder de la observación.Después de todo, reglas que podrían haber parecido incongruentes, acabaron teniendo su justificación, como la prohibición de comer cerdo entre los antiguos semitas, quienes probablemente notaron que la carne del cerdo causaba una enfermedad grave (la triquinosis).Pero hay otro giro interesante en esta historia, que brota de la pregunta: por qué los habitantes de regiones afectadas por el favismo continuaron cultivando y comiendo algo potencialmente perjudicial.
Quizás por su relación con otra enfermedad.Algunas áreas del Mediterráneo donde se cultivaron habas también tuvieron una alta incidencia de malaria.Los científicos notaron una correlación entre el consumo de esa legumbre y la prevalencia de la enfermedad.Descubrieron que las habas contenían compuestos químicos similares a los medicamentos a base de quinina que se usan para tratar la malaria.Así que comiendo habas, creaban un ambiente hostil dentro del cuerpo para la malaria.
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