Colombo. (DPA) Las cadenas, una entre las patas traseras y otra entre las delanteras, chirrían mientras el elefante avanza penosamente por una calle de Sri Lanka. A los turistas que se bambolean ligeramente sobre su lomo a través del verde paisaje no les molesta, y desde su posición tampoco ven las cicatrices que dejan los herrajes. Una y otra vez, el mahout -como se llama a los guías- conduce al animal con la ayuda de un ankus, una especie de lanza metálica.
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Hay turistas que alimentan a los paquidermos, se van con ellos a bañarse al río y posan sobre su lomo para retratarse. La casa de elefantes de Pinnawala, que el gobierno denomina orfanato, es uno de los grandes imanes de visitantes de este país del sudeste asiático. “La demanda de elefantes en la industria turística aumenta”, señala el abogado ambientalista Jagath Gunawardena.
Según las cifras oficiales, en la isla viven unos 6.000 elefantes salvajes, pero cada año son en torno a 250 menos. En la mayoría de los casos, se mata a los paquidermos cuando se producen problemas por la reducción del espacio vital de animales y humanos. Pero los ecologistas apuntan a satisfacer la demanda del sector turístico. Y “para hacerse con un elefante bebé se mata a la madre, pues resulta muy difícil separarlos”, señala Gunawardena.
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En los últimos siete años, según los cálculos de la organización Pro Wildlife han sido capturados más de 70 crías de elefante en Sri Lanka. “Los vacíos legales, la corrupción y la pasividad de las autoridades hacen que sea posible criar a estos bebés salvajes”, denuncia la organización. Aunque la crianza es extremadamente difícil.
TOTAL IMPUNIDAD
Rara vez se detecta a los contrabandistas de animales en las reservas naturales. “Tienen todo tipo de contactos”, afirma Deepani Jayantha, de la organización ecologista Born Free Foundation. “Traban amistad con los vecinos de pueblos y granjas, y especialmente con los guardas encargados de proteger la fauna que conocen bien la zona”. Así, en la mayoría de los casos pasan desapercibidos. “Es probable que incluso los ayuden veterinarios que adormecen a las víctimas antes de capturarlas”, señala Jayantha, que también es veterinaria.
Según Sajeewa Chamikara, director de la agencia para la protección del medio ambiente de Sri Lanka, un bebé elefante puede venderse por varias decenas de miles de dólares. Pero la mayoría acaban en manos de mahouts sin formación y mal pagados, y se ven condenados a pasar horas encadenados ante las puertas de hoteles y templos. “Los turistas que vienen a Sri Lanka y montan en elefante deberían reflexionar sobre el trato que reciben los animales”, afirma.
Para Daniela Freyer, de Pro Wildlife, sería preferible que los turistas disfrutaran viendo a los elefantes en libertad, en un safari. “Todos los animales en cautividad son entrenados y sometidos de forma brutal. Les retiran el alimento y el agua, los golpean y maltratan”. Además, a menudo estos paquidermos se ven obligados a vivir solos, explica la bióloga. Y los elefantes son animales extremadamente sociables. “A algunos les traumatiza tener que vagabundear solos todo el día”.