El apellido más común en Alemania y Suiza es Müller, mientras que en Ucrania es Melnik. Ambas palabras significan molinero.
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En Eslovaquia, el apellido más común es Varga, que significa zapatero. Y en Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y EE.UU., es Smith, como en blacksmith (herrero), silversmith (platero), locksmith (cerrajero), gunsmith (armero).
Estos nombres se remontan a la Edad Media, cuando el trabajo de una persona era una característica tan definitoria que literalmente se convertía en su identidad.
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En la actualidad, nuestros trabajos no definen nuestros apellidos. Sin embargo, varias investigaciones sobre el fenómeno del determinismo nominativo dicen que lo contrario podría ser cierto: piensa en meteorólogo que se llame Blizzard (tormenta de nieve) o un arqueólogo llamado Graves (tumbas).
Pero no podemos ignorar que el trabajo suele convertirse en una parte importante de nuestras identidades.
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Una de las primeras preguntas que intercambiamos con alguien que recién conocemos es: “¿Qué haces?”.
En muchos sentidos, es natural ver la profesión de una persona como algo definitorio de quiénes son.
Puede ser una pista sobre sus valores, intereses o antecedentes (o simplemente ayudar a dos extraños a conocerse en una reunión).
Muchos de nosotros hemos llegado a definirnos por nuestras ocupaciones, lo que suele venir acompañado de un costo.
¿Cómo llegó el trabajo a estar tan entrelazado con la identidad? ¿Es demasiado tarde para separar las percepciones de nosotros mismos de nuestra vida profesional?
Marcador de identidad
Históricamente, la mayoría de la gente no podía elegir su trabajo, dice Anne Wilson, profesora de Psicología en la Universidad Wilfrid Laurier en Ontario.
“Por lo general, era generacional: tu padre era carpintero, entonces tú eras carpintero”, detalla.
“O simplemente aceptabas un trabajo en función de las oportunidades disponibles”, añade.
Pero un mayor acceso a la educación durante el siglo pasado llevó a la aparición de trabajos más variados y, por lo tanto, a más niveles de ingresos.
Así, los trabajos se convirtieron en un importante marcador de identidad de una manera más matizada.
Cuando alguien dice que es cirujano, generalmente se asume que tiene una educación sólida y altos ingresos, dos métricas que pueden determinar la posición de uno en la sociedad y afectar la forma en que posteriormente se juzga a la persona.
Por supuesto, esto también puede llevar a que muchos acepten con satisfacción este juicio de valor, porque desean asociarse con la riqueza y los logros que implican sus títulos profesionales.
“Eso sucede especialmente entre la ‘élite educada’”, opina Wilson. “Para las personas con cierto tipo de trabajo y determinada clase (social), esto generalmente se convierte en cómo se identifican y cómo los identifican los demás”.
Pero aquellos que dejan que sus trabajos consuman sus identidades sufren un costo.
Cuando las personas invierten una cantidad desproporcionada de su tiempo y energía en su carrera laboral, explica Wilson, puede conducir a un estado psicológico llamado “amalgamiento” (enmeshment, en inglés), donde los límites entre el trabajo y la vida personal se difuminan.
“Esto tiende a suceder especialmente en las personas con trabajos que son relativamente independientes, donde no empiezas a trabajar a las nueve y sale a las cinco”, describe Wilson.
Las personas en puestos ejecutivos con alta responsabilidad, abogados, médicos, emprendedores, académicos y otros que establecen sus propios horarios “pueden terminar dejando que sus trabajos ocupen gran parte, o la mayor parte, del tiempo de sus vidas”, señala.
Cómo identificarlo
Existen algunas señales para identificar el “amalgamiento”, como pensar en el trabajo cuando no estás trabajando y mencionar tu empleo en los primeros tres minutos de una conversación, enumera Wilson.
El “amalgamiento” hace que el trabajo “consuma el tiempo y la identidad de uno, dejando menos espacio para pasatiempos e intereses. Y hace que sea más difícil conectarse con personas que no forman parte de tu vida laboral”, agrega la especialista.
Cuando estás tan sumergido en tu trabajo que éste comienza a definirte, también puedes dejar que determine tu propio valor. Y esto puede tener efectos desastrosos.
“Si vinculas (tu bienestar) a tu carrera laboral, los éxitos y fracasos que experimentes afectarán directamente tu autoestima”, detalla Wilson.
“Y debido a que vivimos en una sociedad donde es menos probable que tus trabajos duren toda la vida, si cambiamos o nos quedamos sin él, también puede convertirse en una crisis de identidad”, analiza.
Y el “amalgamiento” no solo amenaza la forma en que nos sentimos acerca de nosotros mismos personalmente.
Janna Koretz, fundadora de Azimuth Psychological, con sede en Boston, se centra en la salud mental de las personas en trabajos con alta presión, y dice que vincular la autoestima con tu trabajo puede convertir un obstáculo profesional en algo considerablemente más difícil de superar.
“Inevitablemente, algo sucederá”, dice. “Habrá despidos, una recesión, la empresa cerrará y, de repente, tu trabajo no será el que solía ser. Se vuelve realmente (un tema) existencial para algunas personas y suelen tener malas estrategias para afrontarlo”, detalla.
“Entonces, esto se transforma en depresión, ansiedad e incluso abuso de sustancias”, advierte Koretz.
Pero hasta el momento en que surge un problema, la mayoría de las personas que asumen una identidad centrada en el trabajo ni siquiera se dan cuenta de lo que les está pasando.
“Trabajamos con personas que se sienten incómodas con lo mucho que las define su trabajo”, detalla Koretz. Irónicamente, la mayoría también dice que están haciendo el “trabajo de sus sueños” o algo que aman, dice.
Una nueva identidad cultural
Es posible que ahora tengamos una rara oportunidad de disociar quiénes somos de lo que hacemos.
La interrupción forzada por la pandemia de todos los elementos de nuestras vidas, especialmente el trabajo, ha hecho que muchos evalúen qué es realmente importante para ellos.
Algunos sumaron nuevos pasatiempos, otros mejoraron sus vínculos con familiares y amigos.
“Cuando nos enfrentamos a experiencias que nos recuerdan que nuestra existencia mortal es pasajera y que la tragedia puede ocurrir con poca o ninguna advertencia, tendemos a estar motivados para evaluar qué hace que la vida valga la pena”, escribe Clay Routledge, profesor de Psicología de la universidad de Dakota del Norte, EE.UU.
Routledge es uno de los coautores de un reciente estudio sobre cómo los adultos estadounidenses obtuvieron un significado en sus vidas.
Claro que si estamos en nuestro apogeo de la carrera laboral, podemos estar inmersos en la idea de que nuestros trabajos sean solo una pieza importante del rompecabezas de nuestras vidas.
Wilson señala que hacer el trabajo que amas o considerar que lo que haces para ganarte la vida es una parte importante de quién eres no es para nada algo malo.
Pero ella dice que alejarse de un sistema en el que las personas se definen principalmente, o exclusivamente, por sus trabajos requerirá mucho más que darse cuenta de que hay un problema.
También se necesita un cambio cultural lejos de la idea de que cada persona tiene una “vocación” profesional, dictada por quiénes son y que el objetivo de la vida debe ser descubrirla.
“A menudo hacemos que la gente se sienta insatisfecha. Si no se hallan en ese trabajo perfecto, de alguna manera han fracasado”, puntualiza.
Es posible que se necesite cambiar ese discurso mucho antes de que las personas ingresen a la fuerza laboral.
Los estudios muestran que la presión para encontrar “una vocación” hace que los estudiantes se sientan perdidos y deprimidos.
Incluso los niños pequeños reciben el mensaje de que la carrera que elijan formará parte de lo que se convertirán.
Sino mira con qué frecuencia se le pregunta a los niños en la actualidad: “¿Qué quieres ser cuando seas grande?”.
Hablar de carreras laborales con los niños, especialmente con las niñas pequeñas, puede ayudarles a ver la infinidad de posibilidades que les depara el futuro.
Pero Wilson dice que preguntar a los jóvenes qué quieren ser puede tener efectos colaterales.
“La idea de que es aquí, ahora, cuando queremos que los niños determinen el curso de su vida puede influir en el grado en el que, como adultos, terminamos vinculando tanto nuestra identidad a nuestros trabajos”, analiza.
Si bien los padres pueden comenzar a hacer esos cambios con sus hijos, los adultos que se sienten demasiados inmersos en sus carreras laborales también tienen algún recurso.
Puede ser útil tomarse un tiempo para relajarse y socializar fuera del trabajo de forma programada.
Si es difícil hacer amigos en la edad adulta, puedes unirte a grupos o clubes. Adoptar pasatiempos también puede ser muy útil, siempre que no tengan nada que ver con tu trabajo.
Koretz advierte que las identidades se desarrollan con el tiempo y desaconseja la idea de tratar de cambiar demasiado, muy rápido.
Ella anima a sus clientes a agregar nuevos identificadores lentamente.
“En lugar de hacer cambios drásticos y muy difíciles, busca pasatiempos poco a poco, haz amigos poco a poco”, sugiere.
“En última instancia, es similar a diversificar una cartera financiera. Tienes que diversificar tu vida. ¡Diversifícate!”, aconseja.
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