La ansiedad es común en todo el mundo.
“Es un sentimiento difuso de malestar, un sentimiento desagradable de aprensión que muchas veces se acompaña de tensión, anticipación de escenarios de riesgo, muchas veces poco realistas, y diferentes manifestaciones físicas”, explica la psiquiatra Gabriela Bezerra de Menezes, investigadora de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).
Es como una señal de advertencia del cuerpo ante un peligro.
La ansiedad es una de las principales causas de ausentismo laboral en todo el planeta. Y al menos un tercio de la población mundial se verá afectada a lo largo de su vida, incluidos los niños y adolescentes.
Según una encuesta del Instituto Ipsos, la pandemia de coronavirus ha empeorado la salud mental de casi la mitad de los adultos en 30 países.
Pero, ¿en qué momento aquella “primera” ansiedad, como la preocupación, el miedo o el malestar en vísperas de un acontecimiento importante, se transforma en una “segunda” ansiedad, o mejor dicho, en un problema de salud que afecta tanto que muchos se sienten paralizados al punto de no poder trabajar?
Esto suele ocurrir cuando la respuesta natural a las amenazas o a la incertidumbre se vuelve demasiado intensa o demasiado frecuente, y da como resultado trastornos de salud mental con síntomas como náuseas, dificultad para respirar, pérdida de apetito, insomnio, mareos, sudoración, fatiga, malestar estomacal, latidos del corazón e incapacidad para conocer gente o salir de casa.
Los especialistas aún no están seguros de qué causa todo esto, pero ya tienen algunas respuestas sobre cuándo buscar ayuda, los desencadenantes más comunes, los tratamientos más efectivos y el fuerte vínculo entre los trastornos de ansiedad y otras enfermedades.
“Los trastornos de ansiedad rara vez ocurren de forma aislada. Trastornos mentales comórbidos como la depresión y los trastornos por uso de sustancias que ocurren en el 60% al 90% de los casos”, explica Antônio Geraldo da Silva, presidente de la Asociación Brasileña de Psiquiatría, en entrevista con BBC News Brasil.
A pesar de la gran cantidad de personas afectadas y de los diversos estudios sobre la ansiedad, es importante dejar claro que sigue siendo un gran desafío para los especialistas.
“Los trastornos de ansiedad suelen estar infradiagnosticados y se estima que la mitad de los individuos no reciben el diagnóstico correcto”, asegura Menezes, quien también es supervisor clínico e investigador del Programa de Ansiedad, Obsesiones y Compulsiones del Instituto de Psiquiatría de la UFRJ y catedrático de la Universidad Federal Fluminense (UFF).
Los expertos dicen que es necesario mirar más de cerca y buscar ayuda profesional cuando la ansiedad se vuelve constante, afecta la calidad de vida e involucra mucho más que el factor desencadenante.
En términos más concretos, cuando se te hace difícil afrontar y realizar las tareas del día a día, cuando te estresas o te preocupas demasiado por pequeñas cosas o cuando esa sensación de ansiedad (como sentir el estómago apretado) dura días y días.
Eso, además de los síntomas mencionados anteriormente, como cambios de humor, dificultad para concentrarse, sudoración y mareos.
Se habla mucho sobre el impacto que tiene la vida moderna, las redes sociales y la pandemia de covid-19 en la ansiedad generalizada, pero este fenómeno no es nuevo.
Séneca, un filósofo andaluz que solía prepararse para lo peor, ya había llamado la atención sobre el comportamiento ansioso en el Imperio Romano.
A principios del siglo XVII, el dramaturgo inglés William Shakespeare observó y escribió sobre personajes con comportamientos ansiosos y obsesivos, como Lady Macbeth y el propio Hamlet.
Tres siglos después, el psicoanalista austriaco Sigmund Freud analizó clínicamente el fenómeno de las crisis de pánico, en un momento en el que aún no existían términos científicos y diagnósticos sobre este problema de salud mental.
También hay una perspectiva evolutiva sobre esto.
Según el Sistema de Salud Pública (NHS) de Reino Unido, la ansiedad es una reacción natural en el cuerpo humano a menudo vinculada a lo que se llama “pelear o huir” (fight or flight), que es una especie de instinto de conservación de un animal rodeado por depredadores en la naturaleza.
El organismo, a través de instrumentos como el sistema nervioso y las hormonas, percibe el peligro, centra la atención en él, promueve cambios en el cuerpo -como acelerar los latidos del corazón-, y aporta una dosis de adrenalina como reacción.
El problema es cuando esto es excesivo y diario.
Y cuando el gatillo que desencadena esta ansiedad excesiva es de diferentes y múltiples naturalezas, como ambiental, genética, psicológica y de desarrollo.
Puede ser una situación específica y concreta, como la enfermedad de un ser querido, la pérdida de un empleo, una situación de violencia, el miedo a ser avergonzado en público.
Pero muchas veces este exceso de ansiedad también surge de algo que ni siquiera la persona sabe qué es.
O la persona sabe de dónde viene y comprende que no hay razón para toda esta reacción desproporcionada, pero aun así no puede controlarla.
“La ansiedad se vuelve patológica cuando comienza a interferir en la vida del individuo, impactándola negativamente y generando sufrimiento, malestar emocional y pérdida de calidad de vida”, explica Menezes, de la UFRJ.
En estas situaciones, se debe buscar la ayuda de un servicio especializado para evaluar la presencia de un posible trastorno de ansiedad“, agrega.
Algunas personas enfrentan problemas u obstáculos para buscar atención especializada y son capaces de avanzar en este proceso hablando del tema con familiares o amigos, por ejemplo.
Esta situación también puede ser muy difícil para los niños y adolescentes, un grupo muy afectado por problemas de salud mental y que encuentra difícil exponer estos síntomas y buscar ayuda, especialmente ahora durante la pandemia.
Un estudio liderado por el profesor y psiquiatra Guilherme Polanczyk, de la Universidad de São Paulo (USP), con cerca de 6.000 jóvenes de 5 a 17 años, mostró en octubre de 2021 que el 36% de ellos presentaba síntomas de ansiedad y depresión en niveles que exigen evaluación clínica.
Parte de esto está ligado a temores relacionados con la covid-19 y a las restricciones al movimiento de personas adoptadas por funcionarios gubernamentales para prevenir la propagación del coronavirus, como el cierre de escuelas.
El tratamiento para pacientes con trastornos de ansiedad implica identificar la intensidad y la gravedad de su condición de salud específica.
Las principales formas de tratamiento son terapéuticas (con un psicólogo, psicoterapeuta o psicoanalista), así como psiquiátricas y farmacoterapéuticas (con psiquiatría y psicoterapia).
Pero cada caso es diferente y el mejor tratamiento debe ser definido por el profesional sanitario que acompaña al paciente.
“En los trastornos de ansiedad más leves, se puede recomendar el tratamiento con psicoterapia solo”, explica Silva, de la Asociación Brasileña de Psiquiatría.
“Para las condiciones moderadas o graves, es necesario combinar la psicoterapia con la medicación; esta es la forma de tratamiento más eficaz, con mejor respuesta y calidad de vida”, añade.
La psicóloga Juliana Vieira Almeida Silva, autora del libro “Ansiedade, Medo e Preocupações: Manual da Mente Tranquila”, cita la terapia cognitivo-conductual (TCC) como una de las intervenciones principales y más efectivas, que enseña al paciente -a través de la conversación entre paciente y terapeuta- a identificar y lidiar con pensamientos, creencias y sentimientos negativos, rompiendo el ciclo que los rodea.
De acuerdo con este enfoque, explica Almeida Silva, “los trastornos psicológicos surgen de una forma distorsionada de la percepción de los hechos de la vida cotidiana y esto influye en el comportamiento y afecta, la mayor parte del tiempo, la vida de la persona”.
Además de los tratamientos tradicionales mencionados anteriormente, existen otras herramientas de autoconocimiento y autocuidado que pueden ayudar con la ansiedad, como la meditación, técnicas de concienciación yde respiración, la psicoeducación (conocer su condición y compartirla con familiares, pensar y hablar sobre el tema, y hacer que el paciente se sienta más activo en su recuperación).
También puede ayudar el ejercicio físico (como caminar), cambios en la dieta, escribir diarios (anotar pensamientos y sentimientos) e identificar actividades que hagan bien (para algunos, puede ser escuchar música, por ejemplo).
Los grupos de apoyo, ya sean virtuales o presenciales, también pueden ser buenos para que algunas personas intercambien experiencias y opciones para lidiar con el problema, además de comprender que no están enfrentando todo esto solos.
Algunas personas también encuentran beneficios al evitar alimentos que pueden empeorar los síntomas, como la cafeína, o sustancias psicoactivas que pueden tener el mismo efecto negativo, como el alcohol.
Además, Silva afirma que “para aliviar los síntomas, sugerimos, siempre que sea posible, un alejamiento de los posibles desencadenantes”.
“Por ejemplo, si el trabajo representa un factor directamente agravante de la ansiedad, podemos solicitar una baja laboral por el tiempo que sea necesario”, agrega.
Todo esto puede parecer sencillo y práctico, pero Menezes, de la UFF y del Instituto de Psiquiatría de la UFRJ, destaca que aún existen muchos problemas, barreras y retos relacionados con estos trastornos de ansiedad.
Según ella, muchos pacientes no son diagnosticados, la mitad están mal diagnosticados y solo un tercio tiene acceso al tratamiento correcto.
Además, la especialista considera que la situación se agrava porque, “a pesar de las evidencias de la efectividad de diferentes intervenciones, hay un largo período de tiempo entre el inicio de los síntomas y la búsqueda de tratamiento”.
Pero las consecuencias no se limitan a la vida del paciente.
“Todavía hay un gran impacto en el sistema de salud, no solo por el gasto con el tratamiento, sino también por la búsqueda más frecuente de atención médica por síntomas físicos derivados de la ansiedad”, afirma la psiquiatra.
“Tanto la ansiedad como la depresión paralizan al individuo y son consideradas enfermedades que restan calidad de vida y el placer de realizar actividades que antes eran placenteras.
Son trastornos que van de la mano, pero cada uno tiene sus síntomas y un tratamiento adecuado“, explica Silva.
Según la psiquiatra, la mayor diferencia es que la ansiedad se caracteriza por el miedo y la angustia constante, mientras que la depresión suele ser un trastorno en el que la persona se siente deprimida y no tiene motivación ni interés para realizar tareas que antes eran satisfactorias.
En general, la presencia de un trastorno de ansiedad se considera un factor de riesgo de depresión y viceversa. ¿Pero por qué?
Según un grupo de ocho investigadores de la Universidad de Groningen, en los Países Bajos, existe la perspectiva de una red interconectada en el área de la psicopatología (el brazo de la ciencia dedicado a la salud mental).
Explican que un trastorno psiquiátrico tiende a generar síntomas que desencadenan nuevos trastornos.
Por ejemplo, sentirse letárgico dificulta mantenerse activo durante el día, lo que luego se traduce en mayor tristeza e inquietud porque la persona no logró lo que pretendía hacer“, detalló el grupo de investigadores en un artículo publicado en 2020.
Los investigadores sugirieron la posibilidad de que exista una especie de puente de estados mentales que conectaría la ansiedad y la depresión.
Además, hay varios síntomas comunes (y superpuestos) en estos dos trastornos que pueden ayudar a comprender la comorbilidad entre los dos. Como es el caso del dolor.
Según la Universidad de Harvard, los estudios científicos muestran que existe una relación anatómica entre la ansiedad, la depresión y el dolor, especialmente en pacientes con afecciones crónicas como fibromialgia, síndrome del intestino irritable, lumbalgia, migrañas y dolor neuropático (causado por daño nervioso).
“La corteza somatosensorial (la parte del cerebro que interpreta sensaciones como el tacto) interactúa con la amígdala, el hipotálamo y la circunvolución del cíngulo anterior (áreas que regulan las emociones y la respuesta al estrés) para generar la experiencia mental y física del dolor. Estas mismas regiones también contribuyen a la ansiedad y la depresión”, dice.
“Además, dos neurotransmisores, la serotonina y la noradrenalina, contribuyen a la señalización del dolor en el cerebro y el sistema nervioso. Estos neurotransmisores también están relacionados con la ansiedad y la depresión”.
Además, Silva, de la Asociación Brasileña de Psiquiatría, explica que los trastornos mentales comórbidos (como la ansiedad y la depresión) ocurren en el 60% al 90% de los casos y que hay un aumento en las tasas de trastornos depresivos y, en menor grado, de trastornos por uso de sustancias psicoactivas en los primeros años del trastorno de ansiedad.
Según el psiquiatra, la presencia de estas condiciones en la infancia, adolescencia o adultez temprana “aumenta el riesgo de trastornos depresivos y la probabilidad de un curso de depresión grave con cronicidad e intentos de suicidio”.
Además, los estudios científicos indican que “todos los trastornos de ansiedad, en particular el trastorno de pánico, la agorafobia y el trastorno de ansiedad social son fuertes factores de riesgo para el desarrollo de trastornos depresivos y abuso de sustancias”, dice Silva.
Dentro del grupo de trastornos de ansiedad, según el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM-5), de la Asociación Americana de Psiquiatría, se encuentran el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno de pánico, el trastorno de ansiedad social, la agorafobia, la fobia específica, el trastorno de ansiedad por separación y el mutismo selectivo.
“Aunque ya no forma parte del grupo de Trastornos de Ansiedad, el trastorno obsesivo compulsivo (TOC) y el trastorno de estrés postraumático (TEPT) comparten muchas características con estos últimos, incluyendo la presencia frecuente de síntomas de ansiedad”, dice Menezes.
El trastorno obsesivo compulsivo (TOC), mencionado por el psiquiatra, suele describirse como una enfermedad crónica en la que el cerebro se ve afectado por pensamientos, ideas o imágenes angustiantes, lo que genera aún más ansiedad.
Se caracteriza por comportamientos y actos mentales repetitivos, así como compulsiones.
Generalmente, el trastorno de estrés postraumático (TEPT) ocurre en pacientes que han experimentado un evento traumático como un accidente, abuso sexual, secuestro, y genera síntomas físicos y psicológicos como pensamientos intrusivos y recuerdos involuntarios repetidos.
Según el Sistema de Salud Pública de Reino Unido (NHS), un paciente con trastorno de estrés postraumático revive el episodio traumático mediante flashbacks o pesadillas.
Puede tener dificultad para dormir y para concentrarse, y puede experimentar irritación y culpa.
Estos pacientes tienden a evitar situaciones o personas que recuerdan el evento traumático.
Almeida Silva, psicóloga y también profesora de Univali, le dice a BBC News Brasil que los trastornos de ansiedad van de la mano con otras comorbilidades.
“Por ejemplo, un paciente puede tener un trastorno de ansiedad generalizada (TAG) y un trastorno de pánico al mismo tiempo”, señala.
El TAG, o trastorno de ansiedad generalizada, suele describirse como una ansiedad excesiva y constante que afecta las actividades diarias del paciente, manifestándose casi todos los días durante al menos 6 meses.
El Sistema de Salud Pública de Reino Unido define el TAG como una afección a largo plazo que causa ansiedad por varios tipos de problemas y situaciones, en lugar de un evento específico.
Los pacientes con TAG se sienten ansiosos la mayor parte del tiempo y pueden tener dificultades para recordar cuándo se sintieron relajados por última vez, por lo que es común que cuando se resuelve un pensamiento ansioso, otro parezca ocupar el lugar del anterior.
Los expertos definen el trastorno de pánico como ataques de pánico frecuentes.
Aquí los síntomas son físicos y psicológicos. Es común que las personas que experimentan estos ataques confundan los síntomas de una crisis con los de un ataque cardíaco y terminen en una sala de emergencias.
Entre los síntomas se encuentran dolor de pecho, escalofríos, palpitaciones, sudoración, sensación de atragantamiento, entre otros.
Según la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, una persona con trastorno de ansiedad por separación siente una ansiedad persistente cuando la persona con la que tiene un vínculo muy cercano (madre, padre, cónyuge, hijo) se separa de ella.
La intensidad que se siente es mayor de la esperada para su edad y puede llevar a decisiones que limiten su convivencia y desarrollo en el mundo.
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