Consideré dedicar este espacio a la presentación de las supuestas “momias alienígenas de Nasca” en México, pero no hay ninguna novedad al respecto. Solo que a las preguntas habituales (¿por qué siguen presentándose ante políticos y no ante científicos? y ¿por qué no hay ningún estudio publicado?) se le suma ¿cómo salieron del Perú?
Por ello preferí escribir sobre una investigación que, si bien está en sus etapas iniciales, se perfila como esperanza para el tratamiento de enfermedades autoinmunes. Es un estudio realizado por investigadores de la Escuela Pritzker de Ingeniería Molecular de la Universidad de Chicago (EE.UU.), publicado recientemente en la revista “Nature Biomedical Engineering”.
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Vacuna inversa
Si hay algo que aprendimos durante la pandemia, fue el funcionamiento de las vacunas. Estas le enseñan al sistema inmunitario de un organismo a identificar agresores externos (virus o bacterias) y saber cómo defenderse ante ellos. De otro lado, ¿cuándo se detecta una enfermedad autoinmune? Cuando el sistema inmunitario ataca por error a las células sanas de sus órganos y tejidos.
Entonces, lo que han hecho estos investigadores estadounidenses es desarrollar una “vacuna inversa”. Y le llaman así porque hace exactamente lo contrario a lo que se espera de una vacuna convencional: elimina la memoria del sistema inmunitario de una molécula.
Por supuesto, si se tratara de una enfermedad infecciosa, eliminar la memoria inmunitaria del organismo sería fatal. Pero en el caso de las autoinmunes –como esclerosis múltiple, artritis reumatoide, diabetes tipo 1, etc.– se detendría su avance. Como debe imaginarse, sobre el papel ese razonamiento suena bastante lógico, pero aquí la clave es demostrar que sea posible y que se puedan obtener resultados positivos. Y ahí es donde entra la ciencia.
El rol del hígado
El hígado juega un papel importante en todo esto. Ese órgano se encarga de ponerles banderitas con el mensaje “no atacar” a las moléculas descompuestas. Esa banderitas son N-acetilgalactosamina (pGal), un monosacárido o azúcar simple. Lo hace porque son células que deben morir y ser descartadas por procesos naturales. Si el propio organismo las ataca, se presentarían reacciones autoinmunes.
Lo que hicieron los investigadores fue colocar un antígeno (una molécula atacada por el sistema inmunitario) junto con una molécula similar a un fragmento de una célula envejecida marcada con pGal. Como resultado, demostraron que este tipo de vacunas puede detener la reacción autoinmune asociada con una enfermedad similar a la esclerosis múltiple.
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Pero para que todo esto funcione, el papel de las células T es importante. En el sistema inmunitario, tienen la importante labor de reconocer células y moléculas no deseadas (desde virus y bacterias hasta cánceres) o extrañas al cuerpo y deshacerse de ellas. Si una célula T ataca a un antígeno, esa información es recordada por siempre. Pero esas células también se pueden equivocar, lo que da lugar a la aparición de las enfermedades autoinmunes.
Según Jeffrey Hubbell, autor principal del estudio, en un comunicado difundido por la Universidad de Chicago, lo que buscan es que cualquier molécula se pueda unir a una pGal para enseñar al sistema inmunitario a tolerarla y que la vacuna inversa reduzca la inmunidad de manera muy específica.
Lo bueno es que, en este estudio centrado en la esclerosis múltiple, tuvieron éxito. El sistema inmunitario dejó de atacar al organismo y los nervios volvieron a funcionar correctamente. Lo no tan bueno es que son ensayos que se han hecho solo en modelos animales y aún falta mucha investigación para saber si funcionarán de igual manera en humanos.
Hay muchos cabos sueltos, pero también muchos ensayos en curso. Lo importante aquí es reconocer cómo la ciencia bien hecha tiene más posibilidades de encontrar soluciones a problemas que parecían imposibles. No dejemos de confiar y apostar siempre por la ciencia.
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