En un comunicado de prensa -no es un estudio científico- la empresa farmacéutica Pfizer anunció el 9 de noviembre que su vacuna candidata había demostrado una eficacia de más de 90% en prevenir la infección por el nuevo coronavirus en los voluntarios enrolados en la fase 3 de su estudio clínico. Con respecto a la seguridad de la vacuna, el comunicado solo mencionó que se habían presentado algunos casos leves, pero que se esperaba un informe más detallado en las próximas semanas.
Una semana después, el 16 de noviembre, también mediante un comunicado de prensa, la compañía Moderna anunció que su vacuna candidata había demostrado una eficacia de 94,5% en prevenir la infección por SARS-CoV-2. Al igual que Pfizer, el comunicado de Moderna dijo que los efectos secundarios fueron leves.
Posteriormente, el 20 de noviembre, Pfizer dijo que un nuevo análisis de los datos de su proyecto de vacuna indicaban una eficacia del 95% y que habían enviado una solicitud a la Administración de Medicamentos y Alimentos de EE.UU. (FDA) para obtener la autorización de uso de emergencia de su vacuna. Ese mismo día, la FDA anunció que estaba convocando a un comité asesor para que el 10 de diciembre discuta los datos científicos enviados por Pfizer.
Sin perder el paso, Moderna anunció el 30 de noviembre que su vacuna candidata había alcanzado 94,1% de eficacia [basados en los resultados completos de la última fase] y también estaba solicitando la autorización de uso de emergencia. La FDA anunció que la reunión para evaluar su aprobación iba a ser el 17 de diciembre.
Intempestivamente, el 2 de diciembre, Reino Unido sorprendió al mundo, convirtiéndose en el primer país occidental en aprobar el uso de la vacuna de Pfizer, esperándose que la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) la apruebe también para el resto de los países europeos.
Sin duda, ambas noticias son muy buenas porque nos indican que el camino que está recorriendo la ciencia para encontrar una vacuna es el correcto. Pero el hecho de que ambas vacunas candidatas usen una tecnología de ARN mensajero (mRNA) ha hecho que los grupos antivacunas aprovechen de la falta de información del público para circular la noticia falsa de que esa tecnología va a cambiar el ADN del ser humano y lo va a convertir en un ser genéticamente modificado. Hoy explicaremos por qué eso no es posible.
Estructura celular
Recordemos que la célula tiene tres partes bien delimitadas: membrana, núcleo y citoplasma,. Para un fácil entendimiento, estas son como la cáscara, la yema y la clara del huevo de gallina. La yema sería el núcleo y la clara el citoplasma.
En el núcleo es donde se encuentra el genoma o ADN de la persona, por lo que cualquier elemento que afecte el interior del núcleo -como la radiación nuclear por ejemplo- afecta al ADN y por tanto afecta el genoma de la persona.
Por su parte, en el citoplasma se encuentran una serie de estructuras, llamadas organelas, de las cuales los ribosomas son importantes para entender cómo funcionan las vacunas mRNA y aprender que estas no afectan al núcleo o ADN de las personas. Los ribosomas son las factorías en donde se fabrican [sintetizan] las proteínas de la célula y para hacerlo, necesitan de un manual de instrucciones.
La vacuna no penetra al núcleo celular, por lo que no puede cambiar el ADN y, por lo tanto, no nos convierte en transgénicos
La espiga del SARS-CoV-2
Esas estructuras a manera de antenas que tiene el nuevo coronavirus en su superficie son las espigas, las cuales son muy importantes por dos cosas: permiten la entrada del virus a las células y estimulan fuertemente al sistema de defensa del ser humano.
Por otro lado, recordemos que el virus tiene su propio genoma, el cual tiene las instrucciones para fabricar todas sus estructuras, entre ellas, su cáscara o cápside y sus espigas.
Lo que han hecho los científicos es identificar y aislar la parte del genoma viral que contiene las instrucciones para fabricar las espigas, convirtiéndola en una secuencia de ARN mensajero o mRNA. Esto es, en esencia, el manual de instrucciones para fabricar espigas. La vacuna es ese mRNA recubierto de moléculas de grasa.
A los científicos de Moderna solo les tomó dos días analizar el genoma del SARS-CoV-2 e identificar la secuencia de ese mRNA responsable de la fabricación de las espigas.
¿Qué pasa al inyectar la vacuna de mRNA?
Al inyectar la vacuna, las células toman ese mARN o manual de instrucciones y los ribosomas -que, recordemos, están en el citoplasma y no en el núcleo que contiene el ADN- y empiezan a fabricar enormes cantidades de espigas. Estas, al ser reconocidas como enemigo por el sistema de defensa, estimulan la producción de anticuerpos neutralizantes que nos protegen de futuras infecciones por el virus completo. Ese es el principio de la vacuna.
Corolario
Por lo explicado, la vacuna mRNA no penetra al núcleo celular, por lo que no puede cambiar el ADN y, por lo tanto, no nos convierte en organismos genéticamente modificados como dicen las falsas noticias promovidas por grupos antivacuna. Toda la actividad de la vacuna mRNA ocurre en los ribosomas del citoplasma, el ADN del núcleo no es afectado.
Al respecto, fue decepcionante escuchar al congresista de Unión por el Perú Posemoscrowte Chagua decir, en la reunión del pleno del Congreso, que la vacuna mRNA iba a “dañar el ADN” de los peruanos”; que “el ADN del pueblo está en juego”; y que los congresistas que aprueben la vacuna “iban a ser denunciados”. O el médico congresista es mal intencionado, o debe tomar un rápido curso de refresco de biología molecular.
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